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paola maita
Photo by: romana klee ©

Canto de chicharras (II)

En la fiesta del pueblo, había pocas cosas que habían perdido brillo por la tormenta. Había algunos que aún parecían legañosos, como si no hubiesen acabado de entender que la tormenta se había ido, y aunque volvería el año siguiente, ese día podían celebrar que habían sobrevivido otra vez.

Mija, debo contarle algo.

─Dígame, misiá Amalia.

─Yo leí sus positos de café hoy después que usté se fue.

Ana sintió ganas de reírse, pero sabía que sería irrespetuoso. Tuvo que disimularlas con un falso ataque de tos.

─¿Y qué vio?

─Un alacrán─ le susurró.

Ana sabía lo que ella le estaba insinuando, porque su abuela le había enseñado los significados de las formas en los posos de café.

─No se preocupe, misiá Amalia. Eso seguro fue porque tuve la muerte cerca por la tormenta.

La otra la miró con un poco de desconfianza. Sabía que a pesar de todo lo que le había enseñado Alejandrina, Ana no creía en las tradiciones, así que no insistió mucho.

─Tiene razón, mijita.

La fiesta del pueblo continuó con bailes para el santo y Ana olvidó por completo la conversación con Amalia. Después de todo, no era más que superstición de vieja.

Unos días después, Ana fue a casa de Amalia. Quería hacer arroz con leche como lo hacía su abuela, pero no tenía la receta. Quizás ella podía tenerla.

Mija, qué alegría verla.

─Hola misiá Amalia, ¿Cómo está?

─Bien mijita, pase, pase. ¿Qué hace por aquí?

─Quería pedirle un favor.

─Claro, mijita. Estoy para servirle. ¿Qué será?

─¿Cómo se hace el arroz con leche?

─Ay, ya le explico. Siéntese que le traigo un cafecito.

─No se preocupe.

─No, nada de eso. Usté no se va de aquí con la barriga vacía.

Amalia fue a servir café, y Ana se sentó afuera a esperarla. Cuando salió, llevaba en la bandeja dos tazas de café, un lápiz y un papel.

─Aquí tiene, pa’que anote.

─Gracias.

Ella le dictó la receta entre sorbo y sorbo. A veces se detenía para darle explicaciones que exasperaban un poco a Ana, pero intentaba no demostrárselo.

─Y para terminar, échele un poquito de esto que le voy a .

Tenía en la mano un pequeño potecito con un polvo marrón.

─¿Es canela? No se preocupe misiá, yo tengo.

─ No, no, mijita. Es un secreto para que le quede suavecito el arroz.

─Ah bueno, gracias, misiá.

Ana se volvió a su casa y comenzó a hacer el dulce, tal como le había indicado Amalia. A pesar de saber que su abuela no le echaba el polvo “misterioso”, ella decidió ponérselo. Después de todo, se lo había regalado con la mejor de las intenciones. Le costó mucho esperar a que se enfriase, casi se lo comía caliente. Había pasado tanto tiempo desde que había comido algo parecido. Aunque debía admitir que sabía diferente al recuerdo que tenía del que hacía su abuela, le gustó bastante.

Sin darse cuenta, se comió media cacerola. No sabía si era producto de haber comido mucho, pero sintió mucho sueño horas antes de su hora acostumbrada para ir a dormir. Se acostó y durmió toda la noche sin ningún problema. Al día siguiente, le costó mucho despertarse cuando escuchó que alguien tocaba la puerta.

Mijita, ¡Qué cara tiene! ¿Se siente bien? Vine pa’sabé si había hecho el arrocito.

─Sí, misiá Amalia, pero creo que hice algo mal porque no me siento bien desde anoche.

─No se preocupe, mijita. Voy pa’la casa, le hago una sopita y vengo. Vuelva a acostarse.

Ana no opuso ninguna resistencia. Se sentía terrible. No supo cuánto tiempo más durmió, pero se despertó cuando Amalia le tocaba la puerta otra vez.

─Si usté me lo permite, me quedó aquí un ratico pa’compañala.

─Gracias, misiá. No sé qué tengo.

─Deje que con esta sopita que le traje se va a sentir mucho mejor.

Ana se tomó la sopa y volvió a dormir sin saber que de ese sueño no volvería a despertar. Amalia se quedó observándola hasta que supo que no respiraba más. Fue entonces cuando se fue para su casa.

“Perdóneme, mijita, pero alguien tenía que enseñarle que las tradiciones se respetan. Un alacrán siempre es muerte, así tenga que cumplirlo yo misma”, pensó mientras planchaba el vestido negro para asistir al entierro.


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