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Fernando Yurman

Caminatas al anochecer  

Cuando entré en la tarde, la claridad estaba fría. Había llegado la luz de invierno, débil, decisiva; apenas se había filtrado entre las hojas, y apenas alumbraba los troncos, pero ya esbozaba mapas de sombra sobre la calle; fue suficiente. Bastaba para el ansia de recordar el tiempo. El cambio de estación es malévolo, una luz apocada, una sospecha. Ese mínimo cita la memoria, le susurra, nos hace saber del ancho mundo perdido. Hay algo nuestro que todavía crece en algún tiempo, en algún lado, pero nunca sabremos. Evocaciones que resisten mi propósito mayor, el proyecto deslumbrante de razones y herramientas, una tarea puntual, precisa, pero con este extraño empuje nostálgico que tira hacia atrás, donde contamina la vaguedad inútil. Tal vez esos fantasmas gigantes de lontananza también nos extrañen. De todos modos, a esta edad y en este oficio, ya no los persigo, los dejo pastar en sueños hasta que se duermen lejanos. Un asesino en serie, un sicario, como me llamarían los expertos, no tiene tiempo para sí mismo, para holgar los recuerdos, esa presunción secreta,la ociosa ignorancia de pensarnos con fervor; lo mío es humilde y claro, amasar el espíritu de trabajo, una filosa proa al viento que no consiente devaneos personales. La vida de los otros espera siempre, aunque sea para morir.   

Era ese vago tiempo confuso que sobra antes del dispositivo reluciente, cuando me concentro, afino y voy agudizando el foco hasta el momento del disparo. Como si retorciese un trapo húmedo, agoto la vaguedad y los sentimientos, para que venga con total limpieza el acto. Ser igual a lo que sucede requiere precauciones. Ya había pulido la pistola, y ahora lo hacía con mi mente. Esta misma luz que barnizaba la ciudad de pasado también produciría la inocencia y el descuido, esa distracción que siempre me espera rodeando al otro. La gente suele andar sin propósitos claros, improvisando el presente, y eso me da una lúcida y cortante ventaja.

Había cruzado la avenida casi en diagonal, entonado por unas rachas de frío, casi al tiempo que se encendían las lamparas redondas que pasaron del blanco a un amarillo tímido. Ahora luces y sombras retomaban la tenue respiración que envolvía la calle solitaria, y ese temblor del aire me favorecía. El otro bajaría la escalinata, una sombra ondulada al final de la acera, sobre la entrada de la galería de espejos. Si la salida de su negocio era exacta, como siempre ocurría, estaría frente a mí al girar la esquina. La sincronización me colmaba, la miraba de lejos, me sumergía en la caminata opuesta, en sus pasos distraídos por aquella acera.

Él, desde temprano, y cada vez más temeroso, había empezado a presentir un atentado, un homicidio al salir, un sicario sombrío en el atardecer. Tampoco tenía en claro las razones del temor, la causa por la que su simple prosperidad invitase al crimen. Pero me imaginaba, me suponía como silueta oscura, con poca precisión, porque su pensamiento era de víctima. Quizás algunas veces deseara ese desenlace, quería terminar como una sorpresa absoluta que lo llevase plenamente del desasosiego. Imaginaba, desde su aburrida oficina, alguien que caminaba solitario en su busca, mejor todavía, alguien que había estudiado su negocio, sus horas de salida, su caminata despaciosa hasta la casa, devanando siempre el estéril paso del tiempo. A diferencia del otro, que vendría calmado, sosteniendo dentro del bolsillo derecho el revolver como una herramienta amiga. Los ojos volcados enteramente en el camino hacia la esquina de la galería. Recordaba aquella explicación nubosa, con amabilidad extrema, de que la paranoia crea sus enemigos, los inventa y construye con detalle enfermizo. La voz clínica es insidiosa y verdadera. Puede persuadir, pero nada impedirá que el otro, armado desde esas sombras, naciese de pronto caminando al final de la tarde. Eso pensaba el otro mientras me acercaba tranquilo, libre como figura de un sueño, hacia la esquina de la galería de espejos donde una multitud de partes también caminarían, hasta que el disparo defina quien es quien.

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