Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
daniel campos
Photo Credits: petzoj ©

Cafeteando con Moy en Kalú

La esperaba emocionado pues no nos habíamos visto en muchos años. Mientras la gente tomaba su café de las cuatro de la tarde, yo sentía un cosquilleo de expectativa en el pecho. Habíamos quedado de encontramos en el Café Kubrik, al lado del Cine Magaly en el barrio josefino La California.

Moy y yo nos habíamos conocido en la escuela México, en el cercano barrio de Aranjuez, donde habíamos sido compañeros. Era callada, quizá tímida, y dulce. Desde entonces, nos habíamos visto una sola vez, por casualidad. Moy ya era actriz y hacía un papel en una obra educativa sobre el cultivo del café en Costa Rica cuando hice una visita guiada a una finca cafetalera. Habíamos conversado brevemente, con alegría pero sin perspectivas de mantener el contacto.

Pero en una tarde reciente de otoño yo le había escrito desde Brooklyn. Había leído en un periódico josefino sobre el fallecimiento de su padre, el artista plástico costarricense Félix Arburola. Como ilustrador y creador de personajes de historias infantiles, él había influenciado a toda la niñez de nuestra generación. Le envié mi mensaje de condolencias a Moy a su email como Directora de la Compañía Nacional de Teatro, el único que pude localizar. No sabía si lo recibiría. Pero me contestó agradecida. Quedamos de tomar un café cuando yo regresara a Tiquicia.

Por eso la esperaba en el Kubrik aquella tarde de enero. Cuando llegó al café me miró con sus expresivos ojos color miel y me preguntó: “¿Daniel?” Le sonreí y nos saludamos. Reconocí el brillo de sus ojos, su cabello rizado y sus camanances que se revelaban cuando sonreía.

Pasaba demasiado tránsito frente a la terraza del café como para conversar tranquilos por lo que decidimos adentrarnos en el bohemio Barrio Escalante. El sol de la tarde ya descendía y soplaban fríos vientos alisios.

Moy me llevó a Kalú, ubicado en una casa esquinera convertida en espacio gastronómico y cultural. Nos sentamos en los cómodos sillones de la Cafeoteca, la cafetería gourmet del sitio, a tertuliar. Mientras el sol poniente me acariciaba la cara y yo degustaba el cafecito en prensa francesa con un rico alfajor, ella me contó treinta y un años de vida en dos cafés de la casa.

Se había dedicado por vocación y con pasión al teatro y al cine, y un poco a la publicidad. También había sido docente de artes dramáticas en la universidad. Allí había descubierto su amor por la enseñanza: tanto la formación de profesionales en artes dramáticas como la educación general a través del teatro. Había viajado por muchos países, incluida la distante Rumanía, como actriz y docente. Y para entonces dirigía, con buen criterio y dedicación, la Compañía Nacional de Teatro de Costa Rica. Seguía siendo la misma muchacha buena gente y agradable de siempre, transformada en una mujer talentosa, creativa y evidentemente disciplinada, pues dirigir una institución cultural del Estado le exigía mucha paciencia y perseverancia.

En ese momento Moy apoyaba los preparativos para una puesta en escena de la obra Panorama desde el puente de Arthur Miller, sobre una familia de inmigrantes italianos en Brooklyn. Eventualmente me pediría que participara de un conversatorio público sobre Panorama y esto me acercaría a la directora y al elenco de la puesta en escena, ayudándome a vincularme con personas afines en San José.

La tertulia se extendió. Le conté que después de muchos años de haber emigrado, yo estaba intentando re-vincularme con nuestra ciudad y su gente. Mientras nos tomábamos el segundo café—negro, sin azúcar y muy rico—ya presentía que Moy sería una buena amiga en el proceso. Su presencia me hacía sentir más en casa. En realidad, era mi Ángel de Bienvenida.


Photo Credits: petzoj ©

Hey you,
¿nos brindas un café?