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daniel campos
Photo by: Catherine Ménard ©

Café, cóndor y amigos en Manizales

El centro de Manizales huele a café. “Es por las tostadoras del grano”, me explicó Alejo mientras paseábamos junto con Juli. Mis anfitriones me habían llevado a comprar un sombrero artesanal. Escogí uno estilo gomelino, tejido con paja de iraca natural en Aguadas, pueblo del mismo departamento de Caldas.

Era casi mediodía y el sol abrasaba pero yo me sentía fresco y elegante con mi sombrero, así que mis amigues me llevaron a conocer algunos puntos de interés en su ciudad. Por todos lados nos rodeaba el aroma a café tostado.

La Basílica de la Inmaculada Concepción, un templo de bahareque construido en estilo neogótico, me gustó por la sencillez de su exterior blanco y la belleza de su interior de madera. Los arcos, columnas y cielos de las tres naves, tallados en cedro y otras maderas finas, le daban un aire de sobriedad elegante que me agradaba. Invitaba a meditar y descansar el espíritu.

En cambio la Catedral, también neogótica, me pareció un desabrido armatoste de concreto, con perdón de los manizaleños. Al menos el gris de su fachada hacía resaltar los colores brillantes de los vitrales. Y en una terraza exterior, sobre la nave de la iglesia, había un café con una excelente vista de toda la ciudad y su entorno. Allí nos sentamos juntos a tomar un buen café y conversar.

Nos ubicamos en un punto con vista a la plaza. En ella se erigía el Bolívar Cóndor, una escultura del artista Reinaldo Arenas. Representaba al Libertador con musculosas piernas de atleta humano impulsándose para alzar vuelo con torso poderoso, alas extendidas, cuello alargado, testa prominente y pico en gancho de gran ave andina. Simbolizaba la transformación del líder político en ser espiritual.

Cuando habíamos estado frente a ella en la plaza, la escultura en sí me había impactado por su originalidad y carga simbólica, por su aspiración de vuelo en el quehacer humano. Pero había preferido darle una interpretación de espiritualidad inmanente, no de trascendencia heroica. Es decir, para mí representaba el enfrentar los desafíos humanos con fortitud, sensibilidad e inteligencia humanas.

Por ello no había estado de acuerdo con la placa dedicatoria que hablaba de “almas superiores” que encontrarían en la escultura una explicación para sus “sentimientos de eternidad” y “anhelos de inmortalidad”. El que escribió eso se voló. Soy demasiado terrenal, humanista y hedonista –amante de los pequeños placeres de la vida humana– como para admirar o creer en almas superiores que procuran eternidad e inmortalidad.

“Prefiero disfrutar un café aromático y fuerte con dos buenos amigos”, pensé. Sentado junto a Juli y Alejo en la terraza de la catedral, los miré, les sonreí y saboreé mi café. Así, contemplando al Bolívar Cóndor desde lo alto, disfruté de un pequeño placer terrenal.


Photo by: Catherine Ménard ©

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