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A buen entendedor, sobran las palabras

No hay peor ciego que quien no quiere ver

Proverbio popular

Como puercos, como animales que son trasteados al matadero, en Venezuela la masa trabajadora debe viajar en camiones que, literalmente, son para transportar ganado. No es raro. Según lo dijo en una entrevista de radio alguno de los jefes sindicales del transporte público, cuyo nombre ya no recuerdo (ni importa), de 200 unidades que cubrían el municipio Liberador, solo restan 60. El deterioro de los autobuses – algunos al extremo de no poder usarse – y las menguadas ganancias (que no alcanzan para mantener adecuadamente al dueño y al autobús) dan cauce a medidas como la de trastear personas como ganado.

Los automercados Bicentenario, la principal red de abastos del Estado, recuerda a las depauperadas bodegas de los pueblos más pequeños del interior. Aun la tienda del CCCT, uno de los centros comerciales más importantes de Caracas y del país. Orejas grasientas de cochino, algunas verduras (sobre todo, plátanos), y algunos productos básicos (como pasta y azúcar) a precios tan inalcanzables como en las cadenas privadas. Las redes de farmacias estatales carecen tanto como las privadas de medicinas. Las autopistas (que por ley, son competencia del poder nacional) están destruidas, como si las hubiesen bombardeado… y ahora que escribo este símil caigo en cuenta de que este país recuerda los escombros de una nación que ha padecido una guerra sin que la hayamos padecido.

Venezuela está destruida. Los hospitales no pueden curar a los ciudadanos porque no tienen con qué, las escuelas han sido politizadas y por ello, no gradúan ciudadanos, sino borregos que bien sirvan de lacayos a la élite gobernante, que derrocha dinero de un modo grosero, vulgar, con una fastuosidad charra que ciertamente evocas las exageradas fiestas de los nobles franceses poco antes de la revolución. No hay comida para la ciudadanía que a diferencia de la élite, no puede abastecerse en tiendas que han dolarizado sus precios. Los jóvenes egresados de las universidades no tienen futuro, y ejercer una profesión carece de sentido. Muchos de ellos prefieren optar por otras formas de ingreso, muchas de ellas ajenas a la ética.

Venezuela fue arrasada y sobre este terreno desolado solo restan sobrevivientes, como usted y como yo, que a diario enfrentamos la dura lucha de sortear un sinfín de penurias y dificultades. Somos hoy, animales maltratados por una élite que se robó nuestro futuro.

No hay tiempo. Mucho menos cuando parte del liderazgo opositor (el cual no sé si merece ser llamado liderazgo) ni siquiera sabe qué hacer, y acude a unas negociaciones con la inmediatez de quien no ha previsto una estrategia superior, que en efecto, le dé poder (real) en la mesa. Hay que actuar, y pronto. Cada día que transcurre, el deterioro es mayor, y, desde luego, más ardua y dolorosa la recuperación (y por ende, más inestable). Lo sé yo, ¡carajo! ¿Cómo no van a saberlo quienes supuestamente poseen un currículo mucho más notable que el mío? Recuerdo por ello, sabias palabras de mi madre, no creo en estupideces de gente que no es estúpida.

Caro puede resultarles a todos este juego. Creer que los demonios no están acechando en la oscuridad es una idiotez imperdonable. Y no lo dudemos ni por un instante, de dar su zarpazo, lo cual luce muy probable; los llevarán en hombros hasta Miraflores… ¿o no fue eso lo que ocurrió con Chávez en 1998?

Nos tratan como animales y nuestras vidas han sido reducidas a la de bestias en un establo, en un redil. ¿Cuánto más creen los dirigentes de uno y otro lado que va a soportar la masa depauperada (que se cuenta por millones) sin rebelarse? De niño, escuchaba a mi madre decir sobre los que en las carreteras manejaban veloz e imprudentemente, que eran tontos al confiar que ellos nunca se estrellarían… y aún recuerdo las cifras de víctimas por accidentes de tráfico.

A buen entendedor, sobran las palabras.

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