Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Brasil, el mundo se volvió loco 

Lo sé, los mundos son seres normales aquejados de una enfermedad transitoria que, llamarlos locos es generalizar y el término es impreciso y hasta ofensivo si miramos con el espíritu de “a mi mundo nadie me lo toca”. Comprensible, puesto que si vivimos en un mundo loco, qué somos, y el solo pensarlo me sume en la locura.

Hecha esta aclaración, ello no impide que, licencia poética, pueda decir sin ofender a nadie que el mundo se volvió loco y que la locura nos gobierna.

Ahora, los mundos no se vuelven locos, los volvemos locos, asumamos nuestra responsabilidad en provocar una locura que no es liberadora si no tzánsica (de la tribu de los reducidores de cabezas).

Tomaré tres ejemplos de la loca tormenta en que nos encontramos: las elecciones en los Estados Unidos, puesto que es en ese país que vivo, las de Chile, puesto que de ese país provengo y las de Brasil, puesto que es un gigante que, en una primera vuelta de las elecciones presidenciales, se sumió en la locura.

En los tres casos se produce un rechazo a las instituciones, aquellas que fallaron a sus pueblos, a los partidos políticos, aquellos cuyos principios fueron subordinados al dinero y a los intereses de los poderosos, a la desigualdad imperante, a una educación deficiente y a la incapacidad de ver qué hay detrás de los discursos y vanas promesas. En los tres se nos dio a elegir sin elección posible, los candidatos no nos representaban.

Se acabaron los modelos, y los nuevos, si nuevos pueden considerarse aquellos que como lo fue el Socialismo del siglo veintiuno desaparecieron en el fango de la corrupción, una doctrina se despachó con un término destructivo, venezuelización y el votante duda al ejercer su derecho a voto.

Fernando Haddad, el candidato designado a dedo, aquel que necesita del aval del popular, del todopoderoso Lula, no cosecha el fruto manchado por la corrupción, signo de cordura más que de locura.

El antisistemismo triunfó en aras del hastío, no del pensamiento, y el pueblo se arroja en el pozo del aventurerismo en brazos de lo desconocido, de un populismo, de derecha o izquierda en un mundo que no tiene izquierda o derecha, que tiene extremos que se juntan, y se elige, en el país que vivo, la arrogancia, la ignorancia, el racismo, y la locura campea en ambos, el gigante del sur y el gigante del norte.

En Brasil nos despertamos con el triunfo en una primera vuelta de Jair Bolsonaro, un candidato homofóbico, machista, que reivindica 21 años de dictadura, extraño y despreciable faro, y en Chile un excandidato presidencial, Juan Antonio Kast celebra «el triunfo de la libertad», el triunfo de un candidato que declarara que la dictadura se equivocó torturando, lo que me emocionó hasta las lágrimas, para luego añadir, que no había que torturar, había que eliminar.

Candidato que propone acabar con la violencia, y sin palabras, hace un gesto que lo hizo aún más popular: el de disparar una pistola. A buen entendedor, pocas palabras, dice un refrán popular, donde hoy al igual que ayer la imagen vale más que la palabra.

El otro lado, el heredero, el designado por gracia divina desde una cárcel, no logra desligarse del estigma de corrupción que acompaña al Partido de los Trabajadores y cuyo primer gesto antes de comenzar la campaña de la segunda vuelta fue visitar en la cárcel a Lula para planificar la campaña.

En ambos casos en este circo vemos equilibristas de la cuerda floja balanceándose sobre el abismo, se clamará que la democracia está en peligro, y es cierto la democracia está en peligro, pero desde mucho antes de las elecciones y debemos asumir responsabilidades, de lo contrario, en otras elecciones, en otros países, se clamará nuevamente que la democracia está en peligro y que para defenderla hay que vendarse los ojos y la mente e ir a votar.

Hoy, en un mundo loco en que nos ofrecen elegir contra uno o contra otro, pensamos en que nuevamente quieren que el votar por salga de nuestro vocabulario, sin decirnos que el votar contra nos condujo a esta locura reflejada en el país en que vivo y el amargo café brasileño que acompañó mi desayuno.

Hey you,
¿nos brindas un café?