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Brasil conmemora el espanto

Han pasado solo pocos meses desde que Jair Bolsonaro llegara a la presidencia y sus actos no han desmentido las promesas electorales más abyectas. Animado por el odio intrínseco en la ideología que inspira la ultraderecha, que nada tiene que ver con la derecha democrática, sueña la violencia de las dictaduras que todo lo resuelven con la cárcel, la tortura y la muerte. Y así como lo expresó muchas veces en su pasado, considera justas y acertadas las acciones de los militares quienes, desde el 31 de marzo de 1964 hasta 1985, instauraron en Brasil un feroz régimen militar. Años dominados por el terror y la ilegalidad durante los cuales miles de opositores e indígenas fueron desaparecidos y asesinados, casi 50mil personas, incluyendo a niños y mujeres embarazadas, sufrieron todo tipo de tortura y miles más encontraron en el exilio el único camino hacia la sobrevivencia. 

Sin mostrar ni respeto ni consideración hacia las víctimas y sus familiares, rompiendo todas las reglas democráticas que juró defender en su calidad de Presidente, Jair Bolsonaro decidió conmemorar el golpe. Según él y sus acólitos más cercanos, el 31 de marzo de 1964 es una fecha para conmemorar y celebrar.  

Brasil en estos momentos parece un boxeador aturdido, arrinconado en las cuerdas. Sin lograr recuperarse de los golpes de unos políticos quienes con los escándalos de corrupción destruyeron la ingenuidad de los sueños, asiste hoy desconcertado a una atrocidad simbólica que promete ser la puerta de entrada para atrocidades reales.  

Parece un cuento de ciencia ficción, un relato fantástico. Sin embargo es la realidad: en 2019 un presidente electo democráticamente decidió conmemorar el comienzo de una dictadura cruenta y sanguinaria.  

La osadía de un Jair Bolsonaro quien dedicó toda su vida a sembrar odio no tiene límites. En su arrogancia y falta de educación trató de exportar su pensamiento despóticoDurante su visita a Chile alabó la gesta de Pinochet poniendo en aprietos a un presidente como Piñera, conservador pero no golpista, quien dejó bien claro que su visión de la historia era muy distinta de la del presidente de Brasil.  

En todas las democracias hay sectores más progresistas y otros más conservadores, maneras distintas de concebir el manejo de la sociedad y de la economía, pero con unas reglas básicas aceptadas transversalmente por todos: la división de los poderes, la aceptación de una prensa libre y la apertura hacia la crítica. Conceptos todos que respetan presidentes conservadores como el mismo Piñera en Chile, Macrí en Argentina o Duque en Colombia. 

Diferente, muy diferente es Jair Bolsonaro quien está al mando de un coloso como BrasilPareciera que el capitán retirado desearía haber llegado al poder por la fuerza de las armas y el poder del miedo y de la represión. Pero lo hizo por las urnas y ahora trata de anular esas mismas reglas que lo llevaron a la presidencia. Pasó en Venezuela cuando, tras los intentos fallidos de golpe, Chávez fue electo con el voto. Las raíces ideológicas de Chávez así como las de Bolsonaro ahondan en lo peor de la cultura militar, esa que no permite matices, que está entrenada para obedecer y mandar y que desconoce los valores democráticos y los derechos humanos. Aferrados a una visión obsoleta de la vida castrense, defienden valores que repugnan a muchos militares quienes ejercen con orgullo una misión cuyo fin es el de defender y no el de reprimir. 

Lamentablemente tanto Chávez como Bolsonaro anunciaron con una claridad abismal sus pensamientos e ideas. Nadie puede sorprenderse. Desde hace muchos años Bolsonaro alaba la violencia de la dictadura y en plena campaña electoral dijo que los muertos hubieran debido ser muchos más y que, durante su gobierno, a los opositores les espera la cárcel o el exilio.  

No eran bravuconadas. Lo están entendiendo los brasileños y hoy, a pocos meses de su elección Bolsonaro es el presidente más impopular desde 1995, según una encuesta del Instituto Brasileño de Opinión Pública y Estadística.  

Demasiado tarde. La historia enseña, con su estela de sangre y de dolor, que los arrepentimientos no matan votos. Cada vez que en las urnas se vuelcan rabia, frustraciones y violencia, eso es lo que restituyen. Votar es el momento en el cual se define la vida de un país y, por eso mismo, debería estar anticipado por una larga reflexión.  Lamentablemente son siempre más escasos los políticos quienes tienen éxito utilizando un lenguaje comedido, sin gritos ni recriminaciones u promesas imposibles de mantener. Los populistas son más atractivos, saben identificar las frustraciones de la mayoría y jugar con ellas, son capaces de sacar lo peor de las personas dando legitimidad a los instintos más bajos. Y lo hacen dando ellos mismos el ejemplo.       

Conmemorar el día en el cual empezó uno de los períodos más oscuros y dolorosos de la historia de Brasil es una vergüenza y un peligro para toda la región. Los gobiernos democráticos de América Latina deberían protestar en bloque. Deberían fijar posiciones, porque el regreso al espanto es un peligro posible.


Photo Credits: Palácio do Planalto © | Marcos Corrêa/PR

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