Los besos después de las disputas
saben amargos,
a sal de las lágrimas
al veneno de las palabras,
a la sangre fresca de las heridas.
No nos pertenecen.
Son de aquellos
quienes hieren,
los que fuimos
por unos instantes eternos.
En general, son amargos.
En específico, son de otros.
En verdad, son nuestros,
aunque digamos:
No.
Photo Credits: Vadim Timoshkin ©