El año 2022 me parece un buen momento para trazar un balance, al menos en sus grandes tendencias, de algunas problemáticas sociales y políticas, pero en particular en lo relativo a mi campo de trabajo, que es el de la escritura creativa, la crítica y la teoría literarias.
Una de ellas, indudablemente, es que las mujeres han ingresado hace tiempo en la producción creativa de modo impetuoso, sin solicitar permisos, en todos los ámbitos de esa área. En tanto antes o bien les estaba vedado, o bien lo hacían a hurtadillas, o bien bajo seudónimos, ahora hacen acto de presencia como pares. No solo producen sino reconstruyen y discuten ese pasado en el cual fueron silenciadas. Si lo que acabo de mencionar puede resultar una verdad de perogrullo (además de una evidencia), no lo es tanto lo que sigue. Se verá a continuación por qué.
Muchas de ellas han tomado conocimiento, de modo estudioso, de cómo las obras literarias, los procesos socioculturales y las instituciones vinculadas a ellas (academias, políticas de edición, de mercado del libro, las instituciones dadoras de devoción cultural, las educativas, de financiamiento de recursos para la realización de proyectos artísticos, entre otras), funcionan condicionadas por la categoría de género en desmedro de las mujeres. A partir de allí, han exigido un trato igualitario. Las instituciones, con motivo del cambio social, presionadas por éste, han debido cambiar.
Simultáneamente, la otra toma de consciencia (de orden capital), consiste en haber comenzado a revisar un canon nacional e internacional. Un canon asentado en Historias de la literatura, en la circulación y la producción en el seno de instituciones educativas, oficializado en países según rituales, consolidado como patrimonio del mundo, desde una perspectiva crítica. Están las mujeres que discuten ese absolutismo histórico e investigan el trabajo de precursoras. Otras buscan interpretar, con herramientas refinadas, la trama de la dominación, sus condiciones y sus razones. También el modo de revertirla mediante intervenciones y prácticas concretas, muchas de ellas en la esfera pública. O bien como estudiosas de la teoría de género con acento en los estudios sobre la mujer. Un campo de estudios consagrado específicamente a los estudios literarios desde la perspectiva del género ha florecido ampliamente, radicalizando también sus enfoques, sofisticando sus saberes, profundizando en los conocimientos, sistematizándolos en una prolífica bibliografía.
Esto no sería nada, sino que algunas de ellas, las escritoras, han dado un paso más allá. Han llegado al punto de revisar los mismos mecanismos constructivos de la obra literaria en lo heredado desde la perspectiva de la producción de los sistemas y las políticas de representación literaria. De su ideología estipulada como natural o naturalizada. De sus narrativas tal como venían circulando. En fin, del conjunto de reglas que incluso muchas de ellas daban por sentadas o consideraban espontáneas, las inherentes a tales discursos pero que en verdad perpetuaban el patriarcado. Este trabajo de revisión ha supuesto un esfuerzo notable, pero ha dejado como saldo proyectos que innovaron e innovan.
Hay una identificación de parámetros constructivos y de identidades de género más o menos estables que recién hace pocos años están en condiciones de ser detectadas con toda precisión. Ya “no son habladas”, como afirma la escritora Griselda Gambaro respecto de teatro, por un género literario por dentro del cual eran personajes y no lo escribían. Eran representadas pero no representantes. Lo eran en virtud de un sistema de lecturas, por una voz del texto que previamente ellas mismas tendían a reproducir sin problematizarla. Desde esa consciencia sobre sus recursos expresivos, sus contenidos, sus estrategias de enunciación, el estado de cosas del texto mismo ha pasado a ser otro. Y no me estoy refiriendo a casos necesariamente de feminismo, sino simplemente a ciertas astucias ni siquiera puestas de relieve o subrayadas de modo abierto. Casos en que trabajan blancos y silencios en la tradición, reponen capital simbólico antes hurtado, elaboran respuestas culturales sin amedrentarse pese a ese legado que las arrinconaba como a figuras subalternas, subterráneas o bien las avasallaba sin posibilidad de contestación cultural. Colabora en grado sumo que el feminismo ha producido un quiebre tanto en las formaciones sociales, en la ciudadanía, como líderes de medios de comunicación, en varios cargos de responsabilidad superlativa.
Sería ingenuo afirmar que a esta altura la dominación masculina carece de injerencia. Pero también es cierto que hay mayor toma de consciencia en torno de las ventajas y desventajas de ser mujer. Y tomar cartas en el asunto, buscando una señalada equidad.
Por otro lado, que adopten una posición crítica tampoco las reduce a un elenco de temas vinculados a la rebelión porque también pueden narrar, escribir dramaturgia, poesía, guiones de cine o TV sin una mirada combativa sino hacerlo desde una posición que, acudiendo a la apropiación de espacios y contenidos que antes les estaban vedados, ahora toman por asalto, con total naturalidad. Antes un sistema prohibitivo les denegaba esa posibilidad y su condición de sujetos de la enunciación. En este momento muchas de ellas han tomado esos discursos sociales, o los pronuncian a la par que el varón. Con estos nuevos atributos actúan inconsultamente cuando antes eso era o imposible o estaba circunscripto a una materia insular además de políticamente inofensiva. Pero en especial, todo texto es escrito, a secas. Según sus propios términos y en muchas oportunidades con sumo talento. Al igual que el varón. Sin explicar su por qué. O protestar porque antes no se hacía.
¿Qué quiero decir con esto? Algo que he notado en muchas mujeres pero no en otras. Como si hubiera posturas divididas que, con matices, difieren. Están aquellas que sienten la necesidad de pronunciarse acerca de esta Historia literaria plagada de desigualdad, ilegitimidad y violencia simbólica y física. O bien están las que no lo hacen sino que proceden “en los hechos”, lo que equivale a “en el texto” (sobre todo) a ocupar esos espacios o voces, siempre de forma auténtica, consciente y directa sin un activismo reivindicativo en la esfera pública. Su intervención consiste en sacudir el texto de remezones patriarcales (en la medida en que tal cosa resulta posible), en la medida en que la violencia del varón no las sancione o acalle. Pero su trabajo tanto por fuera como por dentro del texto no consiste en una prédica, que otras sí consideran imprescindible. Ni la una ni la otra son a mi juicio mejores ni peores en tanto las considero decisiones personales. Son simplemente posiciones distintas. Muchas de ellas sí están dispuestas a participar de debates o de polémicas. Pero lo suyo no es la militancia entendida en su sentido ortodoxo. Doy por descontado que una posición militante, abiertamente combativa, es legítima en tanto la segunda, sin aceptar les sean negadas sus atribuciones, las toman sin considerar obligatorio hacer oír su voz en el contexto social.
Estas dos posturas, reconocen, como dije, algunas variantes. Pero en definitiva marcan la diferencia entre la necesidad de un cambio que se busca encender entre sus semejantes. O bien que lo hace solamente en virtud del resultado de un trabajo que no entiende a sus ojos sea necesario promover desde la apelación a sus semejantes sino simplemente actuar y que de los resultados de esa intervención movilizadora quede sembrada la semilla del cambio en obras concretas. Sin voluntad ni de teorizar, ni de elaborar una respuesta cultural explícita al sistema literario con la impronta patriarcal, que suele funcionar de modo indoblegable. Esto doy por descontado que puede resultar más o menos simpático para algunas personas, pero considero ambas posturas respetables. Hay escritoras que son teóricas formidables en el feminismo, que han realizado aportes fundamentales a la Historia del pensamiento crítico.
También las posiciones pueden ir desde una voz preocupada, que reflexiona por escrito o en conferencias. O bien en posiciones como más radicalizadas como la asistencia a marchas, actuación en redes sociales, la lucha por las reivindicaciones en cada ocasión en que ello resulta posible en la esfera pública. En cada ocasión en que se presenta la oportunidad de hacer escuchar su voz, lo hace, sin condescendencias ni halagos. Hay colectivos de mujeres por la reivindicación de sus derechos, históricamente esto ha sucedido. Y hay en los medios voces con intervenciones poderosas. Estos son algunos ejemplos. La segunda posición, la que denominaré implícita, también manifiesta un gran poder de determinación porque debe enfrentarse a una tradición de dominación, de mordazas. Mentiras, secretos y silencios, como titula la poeta Adrienne Rich.
Me referiré ahora a casos en el marco de los cuales tanto varones críticos de la ideología patriarcal como mujeres con esa misma ideología toman partido, además de reflexionar desde el punto de vista de una toma de consciencia clara en tal sentido ¿qué preguntas puede formularse (y de hecho se formulan muchos escritores y escritoras) a la hora de escribir? Una de ellas, y no la de menor importancia, es la de pensar en los estereotipos de género. En particular teniendo en cuenta que buena parte de la literatura narra o bien relaciones de amor, vínculos o bien tramas en el marco de las cuales la ley del género es relevante. Cuando digo “ley del género” me refiero a un constructo cultural que consiste en, incluso de modo inconsciente, hacer el juego a la dominación masculina. Por otra parte, resulta difícil pensar que el género deje de participar en alguna dimensión constructiva del texto literario. Ahora bien: modificar ese estereotipo patriarcal no solo beneficia a las mujeres, sino a la creación poética misma en un sentido amplio, incluidos los propios varones que aspiran a la producción de una literatura de excelencia que no repita sino promueva una poética de jerarquía. Los sistemas de representación en el marco del texto literario entonces, como dije, benefician, si uno es perspicaz y una persona progresista, a ambos sexos y a las distintas identidades de género. ¿En qué puede beneficiar a un varón repetir roles de géneros ya agotados de modo machacón además de resultar anacrónicos? Evidentemente en nada. De modo que no percibo en esto más que una cuestión, además de ideológica, de inteligencia creativa y emocional. De voluntad de incrementar la excelencia en el contexto del campo, además de revisar el canon. De estar a tono con los tiempos que corren, de estar incluso un paso más allá dado el caso, a la vanguardia, o bien permanecer en un anquilosado estadio que congela la creación y a los lectores y lectoras (si es que aceptan a esos autores bajo tales términos).
En lo personal, como escritor y crítico no me gustaría caer, pese a que eventualmente pueda suceder, en los estereotipos y clichés que antiquísimamente se vienen heredando como un mandato producto de una cierta educación impartida por familias e instituciones y que me ubicarían como varón en un lugar penoso de estilización cristalizada ¿cuál sería el beneficio? Para una persona inteligente, solo el fracaso de un proyecto que haría agua por todas partes. Y no estaría en sintonía con los contextos. Un proyecto que no sería crítico sino confirmaría el status quo. Se trataría de un paradigma discrónico. Antagónico de los cambios. Por eso me parece importante que también lo varones reformulemos los estereotipos por dentro de los cuales el patriarcado espera de nosotros que actuemos y ocupemos de un cierto modo nuestros roles de género. No solo no resulta lúcida esta compulsión. Resulta de una debilidad y de una necedad alarmantes. Mi texto repetiría, con cerrazón ideológica y sin capacidad de renovación alguna, textos literarios que otros vienen escribiendo históricamente, sin ejercer una ruptura que los enriquecería y los haría avanzar (hay otras dimensiones literarias también importantes por supuesto en el seno de lo estético, dimensiones que no niego sino sumo a la de género). Eso por un lado. Por el otro, anularía todo pensamiento autocrítico en lo relativo a mi poética. ¿por qué no someter a revisión esos estereotipos? ¿por qué no animarse? Claro que para eso hace falta tener consciencia de la codificación que han adoptado en el seno de la obra literaria esos patrones, así como tomar consciencia del modo como modificarlos eficazmente y suplantarlos por otros alternativos. Se trata de pasar por encima de convenciones naturalizadas, por un lado. Por el otro, visibilizar un camino alternativo. Por supuesto que no es tarea sencilla. Nadie dijo que lo fuera. Al comienzo habrá resistencias. En primer lugar por parte de uno mismo. Pero para todo el mundo eso sucederá. No todas las personas, ni varones ni mujeres son permeables a esos cambios. Hemos sido criados en el seno de una cultura patriarcal frente a la que, cada uno o una de nosotros ha ido o tomando distancia o bien adoptándola como marco de referencia involuntario o deliberado. Por supuesto que supondrá un esfuerzo. Por supuesto que será un combate. Pero un esfuerzo agudo. Un esfuerzo, por otra parte, que tendrá un sentido (o varios), que valdrá la pena (lo que me resulta más importante). Un esfuerzo que permitirá por añadidura un progreso social. Y un esfuerzo que permitirá a otras personas (no solo mujeres, sino varones con otra sensibilidad), afectar a la serie social a partir de la serie literaria, en palabras del teórico literario Juri Tiniánov. En lo personal no percibo sino ventajas. Si bien hay que ser permeable a la posibilidad de romper con estereotipos. Un varón también sufre las compulsiones del patriarcado. Debe responder a un conjunto de expectativas de modo satisfactorio.
Hay una ganancia en estos cambios. Quienes no estén dispuestos (o no son conscientes) de asumir ese cambio o bien actúan con mala fe (lo que es grave) o bien no lo hacen por ignorancia. Arrastrados por siglos de una ideología penosa que les impide ser de otro modo, que no los habilita para la posibilidad de manifestación de una identidad que podría desde la subjetividad creativa ser riquísima, asistiendo al mundo brindándoles desde su injerencia la posibilidad de realizarse en el marco de lo literario tanto desde la producción como desde la lectura, podrán respirar aire puro. Uno diferente del que probablemente los intoxica de rigidez. Porque pese a sentirse ganadores, seguramente estarán sometidos a un sistema normativo de exigencias incómodas a las que no siempre estarán en condiciones de responder de forma satisfactoria, lo que supone frustración, fracaso, rencor, sentimiento de colapso. Destrucción de un mundo que los hace desdichados.
El universo sociocultural de quienes nos dedicamos a la escritura supone un proceder normativo que abarca, lo sabemos, muchos principios, leyes y normas. Muchas de ellas resultan difíciles de eludir. Pero el intento me parece encomiable. Vale la pena ese trabajo fino de escritura. Y también me parece necesario. Uno de ellos es este, el de los estereotipos de género. La decisión, la capacidad de escucha, la de determinación y la de percepción de un varón de estas reglas y leyes de representación tal y como han sido codificadas, resultaría a mi juicio no solo acertada sino estaría a la vanguardia. Y la conquista sería un logro crucial. Un varón sabría profundamente quién es. Cómo son otros varones distintos de él. Cómo podrían llegar a ser de otro modo exitosamente. Cómo la sociedad impacta en el texto literario desde sus múltiples aristas. Desde sus presiones. En este caso según el modo como la sexualidad es construida culturalmente y reproducida según representaciones literarias en serie que ratifican el orden social en boga.
Un escritor es un privilegiado. Conoce la creación desde su génesis. Pero ¿de veras la conoce? ¿o conoce lo que le han enseñado a conocer? ¿lo que han hecho de ella siglos de reiteración de estereotipos? ¿de construcción de un patrón de inteligibilidad sin reconfiguración de su esencia?¿lo que le han impartido lustros de lecturas sin capacidad crítica? ¿lo que ha leído que otros suelen escribir en torno de roles y espacios de poder estipulados? ¿lo que se espera que él escriba? Un varón puede actuar, si se lo propone, de un modo poco previsible, inesperado a partir de la categoría de género, entre otras no menos importantes, si está entre el repertorio de sus expectativas y su decisión, dando a conocer un texto literario transgresor o, sin llegar a ese extremo, que no calque modelos caducos, previsibles, superados.
Como estudiante de doctorado en Letras, en mi caso de la Universidad Nacional de La Plata (Argentina), cursé dos o tres seminarios que me abrieron los ojos respecto de la lógica de la dominación. Comencé a mirar y percibir el mundo con otros parámetros, otros ojos. Estos seminarios sobre teoría de género fueron impartidos por una Dra. en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. Y, también, cobré consciencia de la lógica dominación. Decir que este mundo no ha sido gobernado en su mayoría por varones, quienes han tomado las decisiones importantes, es un acto de mala fe.
Pienso, como dije, que un varón de veras inteligente, que aspira a ser honesto consigo mismo y con la sociedad, que también aspira a no repetir un texto que viene siendo escrito desde hace siglos por otros, tantos varones como mujeres, que se han plegado a esa misma ideología literaria sin ofrecer ni resistencia ni rebelión, revisa, se interroga, se pregunta acerca de cómo, sobre qué está escribiendo. Por qué de ese y no de otro modo. Esto supone un gasto de energía enorme, ir en contra de la cultura en su dimensión normativa/compulsiva, porque debe desnaturalizar lo heredado, las ideas recibidas, lo impuesto por instituciones sociales, ir contra lo espontáneo y codificado en sus lecturas según una ideología dominante históricamente. Se trata de un modo de funcionamiento de la cultura, en términos normativos obligatorios. Incluso sobre lo que se venía escribiendo hasta el momento. La Historia literaria gobernada también en la cosa pública por el varón. Pero ¿no ha llegado el momento de plantarse frente a esa verdad aparentemente unívoca? Ese esfuerzo, si es eficaz, supondrá un triunfo. Le abrirá, invicto, las puertas a conocer de otro modo a las mujeres, a la obra literaria que también él está creando. A una ubicación en el seno del campo diferente. A una relación con sus pares distinta, a mi juicio más saludable porque defenderá la noción de equidad y de semejante. De manera novedosa, le permitirá pensarse como varón bajo una nueva mirada. Ya no será ese varón severamente machista que reitera esquemas de producción de significado gastados. Será un escritor capaz de intervenir un texto que ha construido a partir de su imaginación creativa pero también sin necesidad de pedagogías. Realizará nuevas lecturas que le permitirán tomar distancia de esa ideología literaria perniciosa para reforzar su posición crítica. Atento a no caer en celadas. Ahora podrá también, desde puntos de vista inéditos, pensarse a sí mismo como varón, pensar la literatura, pensar a las mujeres, pensar a sus hijas e hijos (si los tiene), pensar a su pares, pensar a las instituciones y, en definitiva, pensar a las culturas desde la consciencia de género y, en la medida en que nos es posible, hacerlo desde la libertad, lo que no es fácil. Ya no será esa figura pasiva (o activa de modo dominante) que, encubierto bajo un espíritu de dominación evitable (y, lo peor de todo, actuado en muchos casos involuntariamente), con los mejores modales, es una deformación de sí mismo sin haberlo percibido. Circunstancia que en un punto, bien mirada, lo ridiculiza además de tornarlo una figura que no está a la vanguardia del cambio social. O de solo algunos aspectos.
¿Es que alguien aspira a permanecer cautivo de sus propios prejuicios, de una trampa cultural que se traducirá en poéticas también prejuiciosas (y por lo tanto que no valen la pena porque son limitadas) a las que también otros varones y mujeres sin espíritu crítico se rendirán de modo innecesario? ¿o esperamos varones y mujeres con propuestas con una mirada cuestionadora desde el orden de la representación, los contenidos y a partir de la revisión del género en este marco? Revisar la literatura a partir de la categoría de género, por otra parte, créase o no, bajo un efecto dominó conducirá a mi juicio a revisar toda otra serie de categorías en el seno de la política de la representación literaria, que puestas bajo una mirada severa, serán optimizadas. No todos los estudios literarios están atravesados solamente por la noción de género. Están los de clase. Los de etnia. Los de edad. En fin, hay mucho por revisar respecto de una posición que, como dije, sea crítica de los sistemas de ideas cerrados.
Pienso que una mujer sentirá estima y respeto por un varón que la respalda. Y que la respeta en el modo en que la representa en el seno de su producción creativa. De otro modo no podría pensar sino en un pensamiento confuso y contradictorio. O de mala fe.
Resulta interesante pensar en un varón que sin negar su condición de varón, bajo las máscaras de la ficción (y en la acción concreta de la vida cotidiana) es lo suficientemente valiente y certero como para interpretar esas zonas en principio invisibles en las que su poder es inhibitorio y por lo tanto lo tiene cautivo y paralizado en un rol además de paralizante de otros sujetos, no solo mujeres ¿En nombre de qué virtud los varones habríamos de proseguir esa estirpe de un sistema patriarcal que no beneficia absolutamente a nadie? Salvo a una persona ignorante o a un pendenciero le interesa perpetuar ese estado de cosas. O a un cobarde que se vuelve cómplice, para no ser tildado de falto de virilidad, de un sistema que afecta a la sociedad toda de manera desigual. Que impide la realización de los sujetos, incluidos sus pares. Ser dominantes ni siquiera resulta, créase o no, garantía de felicidad. Garantiza tener poder. Solo eso. No escapa a ser vulnerable. Y tampoco todo poder resulta, lo sabemos, perpetuo. Hay derrotas producto de muchos factores, entre ellos, el inusitado poder de las mujeres que han arremetido en el universo del trabajo y de las artes también con perspectiva profesional.
La virilidad, además de manifestarse en la cama o en otros espacios en los cuales ese atributo resulta tan deseable como esperable para muchas y muchos, como un horizonte de expectativas que otorga naturalmente un narcisismo imprescindible para la constitución de una identidad propia o ajena, no presupone ni la prepotencia ni la dependencia de patrones de comportamiento ni de reproducción de matrices de escritura estereotípicas ni de dominación. En el seno del texto literario eso está claro. Se percibe si uno es un buen lector de inmediato. Tanto en el caso de un varón como de una mujer. Si uno ha leído a varones y a mujeres de todas las inclinaciones, identidades, tendencias, clases sociales, épocas, escuelas, orientaciones estéticas e ideológicas y talento se tiene la suficiente experiencia de lectura para detectarlo. Probablemente un sistema de lecturas que contemple también la inclusión de lecturas escritas por mujeres, pues enriquecerá incuestionablemente al varón.
Por lo pronto, en el texto, esta ideología también perjudica al varón. Un varón que repite estereotipos que a su vez otros y otras sin capacidad de ejercer el pensamiento crítico, a su vez repetirán, reproducirán un status quo, en una cadena llena de tedio y odios que consiste únicamente en una circularidad paralizante. Lo que no pareciera realizar ninguna clase de aporte ni al sistema literario ni a la sociedad. Ni a su familia.
En lo personal, a este universo normativo de la cultura en la asignación de poder codificado en roles estereotipados por dentro y por fuera del texto literario, no lo comparto. Es más, lo considero uno de los peores obstáculos para el progresismo de una literatura en el marco de una cultura, de la cual es su emergente y sobre la que ejerce un efecto. A ese efecto creativo considero hay que apostar. Al menos dependiente de la estereotipia.
Dependerá de la buena educación por cada uno recibida, de la ideología progresista o retrógrada por cada uno sostenida o heredada sin capacidad de autocrítica (que muchos declaran públicamente tener en todos los campos pero no siempre demuestran en los hechos, mujeres y varones), revertir o repetir. En definitiva, ser cómplices, esclavos, víctimas, personas profundamente creativas u opositoras a ese progreso. Pienso, por otra parte, que esta variable también favorecerá la dimensión estética en un sentido amplio. Habrá mayor flexibilidad y preocupación por los puntos de vista ajenos. Es de desear exista mayor pluralismo, mayor libertad, mayores y mejores producciones creativas y posiciones para asumirlas. Un mayor sentido de apertura. Puntos que favorecen a ambos sexos. A todas las identidades sexuales. Y al sistema literario en su conjunto, que evitará sus aristas más ilegítimas, más ingenuas o más conservadoras. Y le permitirá pegar ese salto descomunal tan anhelado para estar a la avanzada y proyectarse hacia un futuro de exploración y de experimentación. También sirviéndonos de la categoría de género.
Si una mujer progresa como artista, también progresa en sus derechos y atributos. Será probablemente más respetada por sus pares varones. No la subestimarán ni la confinarán en una subalternidad lo cual hará de ella un ser más libre a la hora de escribir. Mayor capacidad de resistencia. Mayor capacidad de producir belleza de un modo que ella vive como notablemente permisivo respecto de lo que antes, años atrás se esperaba de una mujer.