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Jorge Mitzuro Da Silva Hernández

El bardo: la construcción de símbolos y el altruismo

Regreso a Caracas y mientras hago tiempo en el aeropuerto de la ciudad de Puerto Ordaz, capital del Estado Bolívar -la bóveda natural del país- me distraigo con el pésimo estado de las fotografías de los Tepuyes y sus saltos de agua. La humedad real del cuadro corrompía la esquina izquierda del hermoso Tepuy, esto le daba algo de belleza poética, bella por ironía y discurso, bella por contexto, porque es un aeropuerto, porque se supone que no debe ser una bella decadencia. Debe ser o fue un símbolo de fuerza y belleza para usuarios extranjeros, una proyección del factor de poder, del Estado. Hoy simbolizaba lo contrario, eso lo hacía bello poéticamente, tenía esa belleza que no es pura, era bella porque está corrompida como nosotros, bellos originalmente, ahora corrompidos por el conocimiento y por experiencia.

Puerto Ordaz fue una de las pocas ciudades “diseñadas” de Venezuela. Las demás se precian de ser fruto orgánico de pasiones, encuentros fortuitos, batallas y de la simple indexación al conglomerado de humanos más cerca. Fue planificada por el estado venezolano en su maravillosa magia de dar toques con su varita de petróleo, que es capaz de construir enormes represas que administran los portentosos ríos que esta pródiga naturaleza deja aprovechar y que fue capaz de generar importantes complejos siderúrgicos que atendían al objeto de tanto plan urbano. Sin embargo ¿qué hay de la construcción de símbolos liberadores para sus habitantes?, ¿dónde sus espacios?, pero claro la poesis no se planifica, ella es.

El sueño es liberador. Es importante que soñemos porque debemos en algún ámbito de nuestras vidas encontrar la libertad, si no viene la locura. En los primeros años de estudiante en la escuela de arte fui bastante abundante con mis trabajos de investigación fotográfica. Como tenía tanto y poseía una mesa grande donde dejar los trabajos, éstos reposaban con libertad dispuestos sin orden. Sin embargo, pronto me di cuenta que estaban desapareciendo, estaba siendo víctima de robo intelectual. Pronto se hizo evidente que no era uno sino varios, que atraídos por las curiosas fotos de los símbolos oníricos que desarrollaba en ese entonces, se sentían motivados a llevarse las fotos sin pedir permiso, porque era atractivo para ellos, porque lo necesitaban como símbolo.

Recientemente, mientras relataba emocionado algunos de mis proyectos poéticos, me preguntaban porque hacía lo que hacía, si era de alguna manera un altruista, y la respuesta es no. De hecho, no confío en los altruistas, son personas que dan lo que les sobra a un mundo que no les interesa, no. Hoy día estoy igual de activo que esos primeros días de estudiante de artes, pero produzco menos objetos, estoy más interesado en la producción del acto poético en cualquiera de sus formas, en relacionar a las personas con el fenómeno, en compartir lecturas al aire libre, en leernos y potenciar nuestra libertad poética con el sueño colectivo, con la creación colectiva. Porque tengo un interés en mis espacios, en mis realidades, soy parte afectada de la realidad y aunque mi influencia es finita porque mi ser es finito, sí tengo poder como individuo de afectar mi realidad de manera deseable y especialmente ejemplar como un acto poético.

Pienso eso y miro la foto del Tepuy en el aeropuerto, ya nos llaman a abordar, le tomo foto, el tipo delante de mí se pone nervioso, yo sé que estar cerca del cañón de una cámara asusta pero lo ignoro. Click, y ya mi mente está trabajando la foto, la estoy apropiadamente destruyendo; aquello que inicialmente el moho del descuido va derruyendo yo lo acentúo para que no quede duda, y al Tepuy lo protejo, lo resalto, que se ennoblezca con su permanencia en un mundo decadente. Con su brutalidad inocente brilla bello original, de ahí su magia, y nuestra diferencia.


Photo Credits: SarahTz

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