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Bajo la apariencia

No será la última vez que se hable de la perversidad que existe en el material mediático dirigido especialmente a niños y jóvenes. Desde Caperucita Roja, pasando por Los Pitufos y el Pato Donald, hasta la recientemente aclamada serie Hora de Aventura, abundan mensajes ocultos que los creadores de dichos materiales buscan propagar en las mentes de sus influenciables espectadores. Durante la Segunda Guerra Mundial por ejemplo, era común observar capítulos en los que el Pato Donald era explotado por nazis y otros militares del eje, buscando que los niños asociaran el nazismo con el mal y así promover el nacionalismo estadounidense.

Guste o no, la inteligencia de quienes produjeron estos contenidos es de reconocerse: crear material cautivador con la capacidad de ganar popularidad entre las masas en muy poco tiempo, y permeando cierta idea preconcebida con tal sutileza, que solo los más observadores logran concientizarlo. No sucede así con la más reciente publicación de Bernardo Fernández, Bef: Bajo la máscara (Almadía, 2014). Bef cuenta la historia de dos adolescentes de tercero de prepa que lidian con los problemas cotidianos de jóvenes de su edad, pero que poseen habilidades extraordinarias que los convierten en superhéroes de la Ciudad de México por la noche y cada vez que hay una emergencia. El enemigo no es claro: primero luchan contra agentes del gobierno y luego terminan uniéndoseles para combatir al “supervillano” que resulta ser de su edad.

El problema está en que en un intento por hacer de su libro muchas cosas, Fernández termina por lograr nada: interrumpe la narración abruptamente para mostrar imágenes borrosas con mensajes al pie que tratan temas tan diversos −y sin relación con la historia− como el 2 de octubre y el programa Para gente grande de los 80’s; busca la crítica y la risa fácil introduciendo mensajes gubernamentales de imposición, que termina mezclando mal con voces adolescentes o con las ideas de un viejo acomplejado por el vecino del norte; plantea personajes que están por entrar a la universidad con sueños y diálogos que con suerte llegan a ser de secundaria; los personajes son incongruentes, como el que tiene el “cuerpo lleno de piercings, rastas y es sumamente violento”, y hunde “el puño en el estómago del maestro para dormirse de nuevo”, pero saca “diez de promedio” y por las noches combate la injusticia; cae en la repetición de palabras; cambia de forma absurda célebres nombres del mundo de los superhéroes en aras de la originalidad; y hace cambios inoportunos de narrador llegando al grado de utilizar las primeras líneas de Cien años de soledad.

No queda claro a qué tipo de lectores está dirigido el libro, evidentemente no es para todos pero quizá para ninguno. Almadía lo clasifica para jóvenes, lo que hace pensar que los editores no leyeron con cuidado y se dejaron llevar por la edad de los personajes principales (que rozan los dieciocho), pues es claro que ningún joven promedio de esa edad sabrá de Ricardo Rocha, Manuel Ávila Camacho o el caso Colosio, y por lo tanto un libro que los retoma y bromea con ellos no será para jóvenes. La idea de que los editores −y el autor− no leyeron detenidamente lo que iban a publicar, queda comprobada con los numerosos errores de ‘dedo’ que entorpecen la lectura, un lujo que no se debería permitir un libro de ese tamaño, siendo quien publica una de las nacientes editoriales más relevantes de México. Acaso lo único aplaudible son las ilustraciones de Patricio Betteo, que dentro de las limitantes de la historia generan cierto dinamismo y pudieran ayudar a que un niño no deje la lectura antes de la página veinte.

Bajo la máscara parece al principio seguir −aunque mal llevada− la línea del mensaje oculto dentro de la historia, pero conforme se acerca al final casi se podría afirmar que Fernández se arrepiente: deja de lado el discurso de oposición y le apuesta a una historia barata de amor de secundaria y de final feliz al estilo de Las Chicas Superpoderosas,  que antes de concluir presenta al villano del siguiente episodio. Y debe quedar claro: de jugar a eso, se debe hacer con mucho más talento.   

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