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daniel campos
Photo Credits: Luis Pérez ©

A bailar a San Ramón

Tras un viernes de bohemia no hay nada mejor que un sábado de bailongo.

Después de haber amanecido tertuliando en la clandestinidad del bar La Hendija, en San José, duermo lo que puedo durante la mañana del sábado. Me levanto a almorzar y luego duermo un rato más. A media tarde me despierto, me baño, tomo un café con pan y jalea de moras y salgo al encuentro de algunos compas de la academia de baile popular Merecumbé: Oscar, Belén, Kim, Andreíta, Xinia, Gerardo y compañía. Iremos a bailar a San Ramón de Alajuela, en un salón en el centro de la «Ciudad de los Poetas», como se le conoce por su tradición lírica.

Me tocará manejar de ida, bailar y manejar de vuelta. Y doña Rosa, mi amiga y mujer recia, me encomendó a su hija Andreíta. Si no se la «devuelvo» a salvo me dio a entender que me colgaría de un guayabo con un mecate. «Ojalá no me dé sueño». Pero estoy acelerado todavía, la noche bohemia en La Hendija me puso en onda.

Conforme vamos recorriendo la carretera Interamericana y nos alejamos del Valle Central, sentimos el frescor de las montañas. Más allá del cruce a Naranjo, en dirección oeste hacia Palmares, nos encontramos de frente con hermosos arreboles naranja, rosa y escarlata. Arde el horizonte entre un verde bosque y un azul profundo. Contemplar este atardecer ya valió el viaje.

Llegamos a San Ramón. Ha crecido pero sigue siendo un pueblo con iglesia y parque en el centro. Y cerquita de la iglesia hallamos el salón de baile. A las 7 p.m. ya hay llenazo. Es fiesta de Merecumbé y ha venido gente de todo el país, sobre todo de las provincias de Guanacaste, Puntarenas, Alajuela y San José. Encontramos mesa, dejamos nuestras cosas y vamos directo a la pista.

—Vení Belén, bailemos esta salsa.

Y ahí nos vamos, con salsita, swing criollo, merenguito, bolero clásico, bolero criollo: un ratico con Kim, otro con Andreíta, y de nuevo con Belén. A la bachata todavía no le hago pero a los ticos les encanta lanzarse a pista. Cedo y al final, con Xinia, intento el paso básico y una vueltica bachatera.

Avanza la noche. Los cuerpos se menean, danzan, gozan. Nos la pasamos muy bien bailando todos, así que hacia el final de la noche ya no nos queremos sentar.

Tampoco me quiero ir, pero hemos estado bailando desde las 7 p.m., se hace tarde y nos falta el viaje de vuelta. Ni modo. Nos despedimos de la ciudad de los poetas bailarines. 

De regreso se duermen mis pasajeros pero yo ando muy despierto. Atento a las curvas y rectas, recuerdo otros momentos e hilvano un pensamiento: «Siempre que voy a San Ramón, desde la época del cole, cuando mi amigo Mau y yo teníamos amigas en el colegio Julio Acosta, me la paso bien. Aquellas muchachas eran buena gente, divertidas y bailarinas también. ¿Cómo se llamaban? La morena de rizos y ojos como dos aceitunas kalamata y la trigueña de ojos miel. ¿Por dónde andarán?»

Hora y pico más tarde, de vuelta en San José, paramos a comer en un matahambre madrugón situado diagonal al parque de Guadalupe. Oscar me invita a una empanada de pollo y él y las muchachas comen hamburguesas. «Yo soy más criollo que ellos», pienso.

Llegan al matahambre dos mujeres de la noche y se pelean a madrazos y palabrotas con el guarda porque no las deja entrar con sus botellas de cerveza. Le arrojan las birras en la cara, lo mojan y siguen madreándolo al pobre tipo. Al rato llega la policía. Irónicamente son ellas las que se quejan del maltrato del guarda.

—Nosotras somos damas y éste es una bestia— reclaman. Él se mantiene impávido, la policía les pide que se vayan.

Nosotros nos reímos, sintiendo un poco de vergüenza ajena. «Esto parece escena de Almodóvar». Entre La Hendija josefina, el bailongo ramonense y el matahambre guadalupano he tenido un fin de semana muy cinematográfico.

—Chau mae, adiós chiquillas— me despido y me voy a casa. 

En mi apartamento, ahora sí, se me viene el peso de las noches de bohemia y baile encima. Pero voy a dormir alegre. Veré cómo me despierto.


Photo Credits: Luis Pérez ©

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