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Photo Credits: Epiphonication ©

Bach y el cuerpo

Según el musicólogo Paul Henry Lang, «Bach, aunque vivió en el mediodía del siglo, no fue el típico genio de esos tiempos que trajo cosas nuevas de regiones desconocidas. Fue un extranjero en su siglo, un hombre del pasado, la encarnación de la era heroica de la Reforma que hacía sus confesiones ante Dios».

Si seguimos el razonamiento de Lang, Bach vivió en el crepúsculo del barroco, momento en el que el lirismo se había terminado, tanto en la literatura como en la música. A la par que el lirismo desaparecía, hubo un potente desarrollo del pensamiento y de la literatura. En ese marco, Bach fue un hombre retrasado, un anacrónico que cumplió una función innovadora, un Dios menor que limpió el tiempo plagado de excusas racionales: fue ante todo un poeta, alguien que imprimió lirismo en un periodo en el que no lo había. Para el  previsible estudioso norteamericano, el gran acierto del alemán fue introducir el espíritu en el cadáver de las formas canónicas, dar vida a las estructuras osificadas.

Es curioso que Lang contraponga el lirismo al racionalismo del siglo XVIII. Uno podría pensar que el espíritu poético no se opone a la razón o a la materia (pareciera que Lang es un romántico) y que puede haber poesía en las formas musicales rígidas o prefijadas. Eso mismo es lo que hicieron ciertos músicos de jazz: trabajar con huellas establecidas y sacar chispas y melodías a los parámetros previos (standars). Si bien Bach no tiene ninguna relación con el jazz, se podría pensar que su método lírico, su hálito, se filtró como un aire fresco en los contornos fijos. Y lo hizo desde una idea de lo lírico en un sentido materialista, corpóreo, más allá de su creencia religiosa. Al menos así me llega a mí, un hombre sin fe. Siento que Bach me habla desde el encuentro con lo íntimo, lo pesado y tremendo de la vida humana. Bach da en la tecla del cuerpo, golpea aquello que enfatizaban los estoicos y los cínicos, muestra la fugacidad de la vida, el veneno insepulto que tiene todo cuerpo vivo.

Lo que más conmueve en Bach es que su música introduce una especie de sustancia que convierte al cuerpo en algo grácil. Mi cuerpo, y no el alma (no sé qué es el alma), pareciera que se eleva con melodías y acordes que se repiten. Hay un gusto extraño y soberbio en dejarse llevar por la monotonía de lo lírico. En este sentido, la poesía es un viento suave que repiquetea en la materia, un aire melancólico que nos hace volar.

Paul Henry Lang ve a Bach como un poeta espiritual. Para mí, es un poeta del cuerpo, alguien que puede hacerme sentir la podredumbre de mi materia y recordarme la caída inevitable con el roce de alas melodiosas.


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