Para aquellos venezolanos que nos encontramos en el exterior, sea por decisión propia de buscar un presente mejor o porque se sintieron pateados y echados de su propio país (mi caso) cualquier cosa que nos recuerde lo bueno de Venezuela hace que se nos ponga el corazón chiquitico.
Pasa con las arepas de reina pepiada, con las rumbas, Morrocoy, echarse en la grama de La Estancia, los perros calientes de Las Mercedes, los tequeños, el Ávila, la chicha, los juegos en el universitario, la UCV y pare usted de contar. Nada más de escribir esto, se me agua el guarapo.
Para mis amigos que no son venezolanos, esta expresión de antaño la utilizamos para decir que algo nos trae profunda nostalgia o tristeza. No mucha gente joven la utiliza pero me parece una de esas joyas de los coloquialismos venezolanos que no deberíamos perder. Sobre todo por la cantidad de sentimiento que puede cargar y porque solo la entendemos nosotros y nadie más. Es muy nuestra.
¿Cómo me di cuenta de eso?
Hace dos semanas tuve la oportunidad de ver a la Vida Boheme en Lima, lugar donde he residido durante mi último año. Para mí, la Vida Boheme es una de las bandas de rock más increíbles que ha gestado Venezuela.
Por ahí dicen que en tiempos de crisis la gente se vuelve más creativa. Y sin duda la Vida Boheme es uno de los resultados más creativos de nuestra crisis.
Con líricas cargadas de mensajes filosóficos, de protesta social y de voz de una generación altamente preparada que se encuentra atrapada en un país sin oportunidades como lo es Venezuela. Por más que sea, estos músicos también son parte de esta generación de gente joven, talentosa, que está dispuesta a crear conciencia crítica pero que simplemente no haya lugar en medio de esa dictadura puncketa y desordenada.
Evocando al buen salvaje, a como sigue creciendo el Cementerio del Este, a los angelitos negros de Andrés Eloy Blanco o la Nicaragua del 82 para dar a conocer nuestra “falsa revolución” te tocan la última fibra y llegas a un estado entre feliz pero al mismo tiempo nostálgico.
Precisamente por esta carga de energía y sentimiento que me sentí sumamente conmovida al verlos en Lima. Cuando terminó el show lo que salió de mi fue “chamo, ¡se me aguó el guarapo!”.
Y es que entre tanto ceviche, pisco sour y tequeños que no son verdaderos tequeños sino masa de wantan relleno, se sintió demasiado bien tener la oportunidad de tele-transportarme a cualquier bar caraqueño.
Añoré el olor a Belmont y a Polarcita. De ese que se siente en la terracita de Teatro Bar.
De eso se trata se me aguó el guarapo. Después de más de un año fuera de mi país, volver a sentir eso trae consigo una avalancha de emociones que solo pude explicar con esta frase y que de paso, solamente los 5 venezolanos que estaban alrededor mío en ese momento entendieron la magnitud de ese comentario.
Irse de su país no es fácil, y superar aquellas cosas que nos amarran a ese lugar donde crecimos y donde nos hicimos lo que somos hoy, es casi imposible.
Así como dice una de las canciones de la Vida, “y es que cargas un morral de miedo”. Todos cargamos un morral de miedos, esperanzas, sueños y de cosas que continuamente nos aguan el guarapo.