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ainoa inigo
Photo by: Juanedc ©

Aves de Paso

Para Marta

Ella se inventaba historias y las contaba a cambio de no lavar los platos de la comida. Su hermana pequeña accedía al intercambio y se quedaban las dos en la cocina, una relatando hazañas y la otra ensimismada mientras enjabonaba vasos y cucharas.

Si hubiera venido a visitarme yo la hubiera llevado a mis rincones secretos, los escondrijos donde fabrico resistencias, las calles y los murales del Harlem que me saludan al pasar, los ríos que bordean esta isla imposible y el mar.

Dicen que una vez se puso un sombrero mexicano para cubrir su melena y salió a correr toros disfrazada de hombre. Eran San Fermines y no tenía más de quince años, en esa época estaba prohibido que las mujeres participaran en los encierros. Puedo imaginarla con sus ojos brillantes, valientes, y el corazón inundado de pálpitos disidentes, como pájaro volando desbocado en un cielo inundado de azul.

Era traviesa y atrevida. Le gustaba atormentar a su hermano mayor y mucho más fuerte que ella con canciones que insinuaban falta de hombría. Cuando él se levantaba para perseguirla, ella dejaba de cantar y musitaba la musiquilla, toda nerviosa y aguantando la risa, danzando sobre los límites, como mariposa loca llena de vida.

¿Qué puedo decir de afuera? Afuera se libra una batalla invisible. Desde hace varias semanas la gente se alinea en largas filas frente a las clínicas de la ciudad. El otoño ha estallado en amarillos, rojos y marrones. Los árboles y su silencio me recuerdan a los que ya no están.

Un verano me abrió las puertas de su casa y me consiguió mi primer empleo. Yo tenía dieciocho años y estaba estudiando periodismo. Todos los días, al regresar, me pedía que le contara lo que había hecho en el periódico y yo le compartía cada uno de los chascarillos entre risas y chistes. A ella le encantaba escuchar y comentar, repasar los detalles de lo acontecido y siempre veía el lado bonito a todas las cosas. A veces íbamos a caminar cerca del océano, su océano y ella se quedaba mirándome con una dulzura inusitada. Yo sabía que me comprendía sin decir nada, que podía leer sin palabras a aquella joven un poco atolondrada y siempre llena de dudas.

En el barrio hay largas colas de personas para conseguir alimentos gratuitos. Llegan con sus cestas y carros y se alinean mientras comentan sobre el clima o los últimos acontecimientos. Son muchos los que han perdido sus empleos y están batallando con el tiempo y sus fantasmas. A pesar del frío los hombres siguen reuniéndose en ciertas esquinas, con sus sillas y radios que retrasmiten salsas y bachatas. Lo más difícil es la soledad y ellos han encontrado la manera de sortearla, con cervezas, juegos de dominó, o la simple compañía del que permanece.

¿Qué puedo decir de adentro? Adentro solo me caben tus recuerdos. Escribirte es como hablarte, aunque sea de muy lejos.

Debes de estar volando otros cielos, como gaviota sobre el mar azul, libre y preciosa, iluminando a todos aquellos que tengan la suerte de cruzarse en tu camino. Nunca te pude dar las gracias por todo lo que hiciste por mí, espero que allá donde estés lo sepas, como sabías tantas cosas. Los que nos quedamos aquí te recordaremos siempre, tu recuerdo será nuestro tesoro. Vivirás en nuestros corazones.


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