No he tenido hijos y nunca los tendré. Rechacé la posibilidad de perpetuar la especie. Es mejor quedarse en animal que espera. La procreación es el mal. No merece la pena expandir el mal con pasión. Yo reservo la pasión para el amor y la filosofía.
Empecé en una cátedra, temprano, muy joven, en el período que frecuentaba a mi padre y conversábamos sobre esa doctrina que engañó a los soviéticos por mucho tiempo. Ya no trabajo en escuelas ni en instituciones educativas. Me cansé del murmullo en los pasillos, la insidia entre los profesores, los jóvenes obscenos. Preferí el ajetreo de la oficina, monótono y presto a la meditación cotidiana. Desde que abandoné las aspiraciones a la universidad, soy un poco menos melancólico. Detesté las pasiones tristes de los colegas universitarios. Adoré la conversación amable con el mozo del café al que asistía por las tardes. Él encendía un cigarrillo y discurría sobre las nimiedades de la vida. Eso era la vida: entregarse al río inútil y ser feliz en el río.
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