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Arturo Serna
Photo Credits: takomabibelot ©

Autorretrato 3

Con los años advertí que había incurrido en el error peronista. Así le llamaré a esa fervorosa etapa juvenil en la que adherí a “la causa”. También abandoné, cuando pude salir de la cháchara heideggeriana, mi leve pero fuerte toque antisemita. No recuerdo el día en que tuve, por primera vez, un rasposo volumen de Maimónides. Al leerlo, no sólo entendí que la filosofía no tenía una identidad fuerte ligada a la nación sino que los judíos habían sido un grupo dedicado a leer, estudiar y pensar con una afición que los volvió antiapólogos de las imágenes. Así, construyeron un mundo hecho de palabra y pensamiento: un universo verbal. Eso me sedujo y me hizo pensar que los arios –y los defensores irracionales de lo ario—no solo habían cometido muchos errores sino que habían elevado el culto a las imágenes por encima del desarrollo de la verdadera actividad filosófica desligada de la inmunda idea de nación. En este sentido, empecé a investigar en sentido contrario: opositor a la idea de nación, busqué los antecedentes de la idea de cosmopolitismo. Creo que los estoicos son los primeros que hicieron un elogio de la vida cosmopolita. Los estoicos acertaron con esta idea que derriba la locura del nacionalismo aunque sé que arrastran muchos problemas en su forma de ver el mundo desde esa ética pre-pietista u holística irracional. Hay que dejarlos con sus prejuicios irracionalistas. En todo caso, me interesé en su búsqueda de cosmopolitismo. Y, a partir de ahí, cambié el faro. Me hice internacionalista. Ese interés cuajaba bien con mis tempranas lecturas de los cínicos y de los escépticos. El mundo había dejado de ser la caja de cartón que nos encierra por años y se había convertido en el cosmos, en el sentido pleno de lugar de las miríadas de estrellas sin locación fija. Quise viajar y descubrir, por mí mismo, eso que había encontrado el injusto Descartes en su juventud. Viajé por ciudades del mundo y encontré la notable diversidad ética y política. Aunque admiraba la pasión móvil del francés, tenía claro que no quería que Dios entrara a mi casa por ningún lado. Bakunin y los muchachos internacionalistas me ayudaron en esta etapa. Un anarquista sin sosiego es lo que fui en los tempranos años. Si alguien mencionaba la palabra libertad me unía a él como un perro ciego. Era un anarquista cínico o un cínico anarquista.


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