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Atrapados en la red

La desigualdad se remonta a la edad de piedra. Hace unos 30 mil años ya se notaba la diferencia de clases, en detalles como el fallecimiento. Los cazadores y recolectores enterraban a sus miembros en tumbas ostentosas con sus pertenencias: brazaletes de marfil, joyas de metales y objetos de arte y los más pobres terminaban en un agujero en la tierra.

La revolución agrícola multiplicó la desigualdad, los individuos le encontraron valor a la propiedad, a los animales, utensilios y joyas. Las pertenencias resultaron un obstáculo para la igualdad, inició el adagio: “cuanto tienes cuanto vales”. Los bienes se heredaban de generación en generación, la diferencia entre pobres y ricos se hizo notoria.

La revolución industrial, imprimió un gran cambio en la economía, surgieron las masas de obreros y la igualdad se convirtió en un ideal de la sociedad, pensamiento que generó la ideología del comunismo.

Los gobiernos de la dictadura invierten en la salud, educación y servicios para las masas, no se preocupan de ellos como individuos, sino como trabajadores que deben estar en buenas condiciones para rendir mejor en la producción.

El siglo XX se centró en la igualdad entre las razas y géneros, en el XXI parecía que el proceso igualitario continuaría. La globalización resultó otro ideal fallido. Creyeron que daría prosperidad económica a todo el planeta, que en los países de tercer mundo como la India, México, África, la gente recibiría los privilegios de los de primer mundo como, Canadá, Corea y Alemania. En realidad la globalización ha beneficiado, pero la desigualdad, incluso ha perjudicado, la mezcla de culturas. Nació el término globalifóbico, acuñado para quienes se oponen a la apertura. Pero ¡qué paradoja!, el uno por ciento de los más ricos son poseedores de la mitad de la riqueza del mundo, las 100 personas más prominentes del planeta dictan las políticas para los 4 mil millones de personas más pobres.

Donde se percibe la democracia, es en las enfermedades ya que ricos y pobres mueren por las mismas. No deja de asombrarnos que el futuro de las masas dependa de la voluntad de una pequeña élite. Resulta peligroso sobre todo en épocas de crisis como la que estamos viviendo. La catástrofe climática podría volver muy tentador echar por la borda a la gente no necesaria, podría hacerlo utilizando sin miramientos la biotecnología y la inteligencia artificial.

Lo que ha hecho la globalización, no es unir, sino dividir a la humanidad en diferentes especies. Son tantos los intereses que comparten Estados Unidos y Rusia que sus respectivos gobiernos podrían hacer causa común contra la gente ordinaria, así como lo hicieron para fines políticos en las pasadas elecciones de Estados Unidos. Los rusos ayudaron a que ganara Trump.

Es un hecho estamos atrapados en la red, los que nacieron en la era de la tecnología, ya están conectados desde el seno materno. Las máquinas poseen nuestros datos, saben todo de nosotros, incluso preferencias en la intimidad. Es bueno preguntarnos: ¿quién tiene mis datos? ¿el gobierno? ¿Mark Zuckerberg?. Los datos son más valiosos que la propiedad de la tierra, explican qué vendernos, cómo manipularnos, incluso dónde enterrarnos.

No somos libres, y, al mismo tiempo, no podemos desconectarnos de la red. El gobierno, los servicios de salud, la policía, la escuela de nuestros hijos, la agencia de seguros, la empresa donde trabajamos y los bancos, son las grandes dictaduras digitales de la era de la tecnología.

Es tanta la frustración que causa estar atrapados, que las redes sociales, también sirven de terapia, escribir mensajes se volvió como el muro de los lamentos. También abundan los “felizólogos”, esos que envían mensajes con frases positivas para no perder la esperanza en un mundo mejor conectado.

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