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Así en el cielo como en la tierra

Han pasado pocos días de la tragedia aérea que le costó la vida a 71 personas, entre ellos casi todos los integrantes del equipo de futbol brasilero Chapecoense. El avión de la línea aérea LaMia, que llevaba a los jóvenes a Medellín, ciudad donde tenían que disputar el último partido de ida de la Copa Suramericana, se estrelló por una razón tan absurda como terrible: quedó aparentemente sin combustible.

El equipo de futbol había salido de Sao Paulo hacia Santa Cruz, Bolivia, con un avión de la compañía boliviana, sin poder dirigirse directamente a Medellín porque Brasil permite esas operaciones solamente a sus compañías y a las de Colombia. De Bolivia salió finalmente para el destino final sin imaginar que a la mayoría de sus integrantes los esperaba la muerte.

Todo indica que el avión no respetó las normas internacionales que establecen que antes de realizar un vuelo internacional hay que contar con combustible suficiente para enfrentar cualquier imprevisto. La investigación ha quedado a cargo de un grupo de fiscales de Colombia, Brasil y Bolivia quienes definirán, en los próximos días, las causas del siniestro y la indemnización a las víctimas del accidente

En el mientras han salido a flote numerosas informaciones sobre el turbio comienzo de esta línea aérea y las muchas sombras que todavía parecieran pesar sobre su actual gestión.

Tras una desgracia aérea que se hubiera podido evitar tranquilamente, ya que no dependió de situaciones metereológicas adversas, de un error humano o de un desperfecto en la aeronave, queda una magna interrogante: ¿quién controla las líneas aéreas? ¿Quién nos garantiza que ese avión en el cual nos estamos subiendo junto con otras decenas y decenas de personas, está respetando los estándares de seguridad internacional?

Son preguntas que se vuelven aún más inquietantes cuando leemos que existe un sito, el Aviation Safety Network, que reporta todos los accidentes aéreos para determinar cuales son las compañías más peligrosas del mundo y que el ICAO, International Civil Aviation Organization, una organización de Naciones Unidas, “recomienda” las normas que hay que respetar para garantizar la seguridad aérea pero deja a los entes locales la responsabilidad de su implementación y aplicación.

Y no basta, el ente europeo EASA al igual que la FAA norteamericana publican regularmente unas “lista negra” de las compañías aéreas que no pueden volar en sus territorios porque no respetan sus normas de seguridad.

Esto significa que quien vive en uno de esos países marcados por injusticias sociales, pobreza, gobiernos autoritarios, acceso limitado a derechos básicos como la salud, la justicia y la educación, no solamente debe sortear en tierra el peso de tantas inequidades sino también en el cielo.

Mientras disminuye el centimetraje de los media que habla de la muerte de los futbolistas brasileros y el dolor por esas vidas prematuramente truncadas queda restringido a los hogares de familiares y amigos, los fiscales indagarán sobre las causas del accidente y casi seguramente confirmarán lo que ya se ha determinado hasta el momento, o sea que el avión se quedó sin gasolina.

Y entonces nos preguntamos: ¿por qué no existe una ley capaz de superar las limitaciones locales de los distintos países y gobiernos y de evitar que pueda viajar una aerolínea que no respeta las normas internacionales de seguridad? ¿Por qué la única sanción posible es la de impedir a esas aerolíneas volar hacia algunos destinos a sabiendas que su peligrosidad pone en riesgo la vida de centenares de personas en otras tierras?

La única respuesta amarga que podemos darnos es que la seguridad aérea también es un privilegio del primer mundo y que las injusticias en el mundo siguen siendo tan dolorosas y reales en el cielo como en la tierra.


Photo Credits: Tony Kennick

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