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Francesco Santoro

Arte y cultura: mas allá de la transvanguardia el vacío

En la afanosa búsqueda diaria por el desarrollo de una continuidad histórica, desde el punto de vista de las artes, pudiera parecer de fácil ayuda seguir algunos criterios propios de la crítica oficial (sin duda útil y orientadora) tratando de evidenciar un enlace temporal (pasado y presente) a través de testimonios documentados de aquellos movimientos “históricos” que se formaron alrededor de los años 1910-1920 iniciando la aventura de un arte que quiso probar nuevas relaciones con la vida y con la sociedad.

Movimientos (que quisiéramos que se repitiesen hoy), los cuales “cortando” entonces toda relación con la tradición, y que se pueden considerar como fuentes directas o indirectas que alimentaron o sustentaron las numerosas ramificaciones de los años 60-70.

Años en los cuales se llegó, es necesario reconocerlo, a un experimentalismo excesivo hasta el uso innecesario de éste (por suerte no en todos los sectores), caracterizando igualmente aquella energía cultural de las vanguardias las cuales no tuvieron un desarrollo lineal e ininterrumpido, sino más bien por nudos y entrelazamientos, es decir, a más niveles de producciones “culturales” y por lo tanto, por saturación de eventos.

Operación que en su desarrollo, nos pudiese resultar por cuestión de espacio, difícil de extender aquí, por lo complejo y por la cantidad de referencias literarias y conexiones que se alargan entrelazando sus raíces en el lenguaje anterior.

Es suficiente pensar al solo hecho, aparentemente en contradicción, que si por un lado el desarrollo de las vanguardias que han caracterizado las artes del siglo en cuestión, proponiendo la superación del pasado, revolución total y no solo en el arte, en alguna manera desde el otro lado miraba al pasado, a sus propios orígenes, para tomar datos y ventajas en un intento de dar al arte una razón para ser protagonista en un mundo que estaba cambiando con rapidez.

Un mundo que afirmaba una cantidad desmesurada de producción literaria, gráfica, figurativa, cinematográfica, teatral, proyectual, conceptual, filosófica, por una parte y por la otra la afirmación de material técnico innovador, conductual y por ende social.

Pero mientras tanto, como ya indicamos, la historia de las vanguardias coincidía con el desarrollo de las artes en el siglo, hoy al contrario las consideraciones del debate internacional sobre el conocimiento de las artes nos ofrecen una conclusión típica de la “cultura” contemporánea, en la cual reina una total confusión y donde los medios han perdido el mando de educar el mundo afirmando la supremacía de la noticia, entendida como unidad de comunicación cultural eludiendo los valores y su contenido útil. Situación que nos lleva a considerar que también en el arte hace noticia “el hombre que muerde al perro” y no el hecho más esencial de los contenidos puestos en segundo plano.

A pesar de todo, no podemos excluir que allí, donde “no pasa nada”, con frecuencia se esconde la producción del sentido más auténtico e importante.

A este punto, y es también la razón que motiva el presente, la pregunta sale espontánea a todos los niveles, desde el curioso hasta el artista comprometido con el desarrollo de un lenguaje contemporáneo: De donde iniciar o reiniciar por el desarrollo de un nuevo lenguaje auténtico? Como ya se ha señalado, es difícil en esta situación, una respuesta clara y precisa que pueda indicar un camino, o   reglas a través de las cuales intentar probar nuevos campos.

Personalmente quien escribe sabe por experiencia directa que no existen reglas en estos casos. Los artistas dignos de tal definición pueden mover sus necesidades expresivas en todas las direcciones, ciertamente nada se resuelve con solo pensar lo que han sido las vanguardias, al contrario, conocer la historia sí, porque sin el conocimiento de la historia, no se llega a ninguna parte.

Preguntémonos entonces: ¿Qué querían aquellos jóvenes artistas que animaron los primeros años del siglo apenas concluido? Hacer sobrevivir el arte a través de la búsqueda de nuevas relaciones, seminarios acalorados, estudios frenéticos, confrontaciones, discusiones. Infectados por aquel morbo exquisito definido por alguien “la voluntad de rehacer el mundo”, quisieron analizar sistemáticamente los fenómenos de la percepción, probar en síntesis una ciencia del arte, demostrar que lo que cuenta en la obra es el conocimiento, la comunicación que el proyecto es ya la obra de arte. Teorizar sus búsquedas amplificando los significados a todos los campos de la existencia. Rebatir el rol del artista tomando el rol de protagonista por una conexión entre formas nuevas y nueva sociedad, un renovar sustancial del hecho y del entender una nueva visualización, hacer explícitas las estructuras perceptivas que sostienen las imágenes y los mensajes contenidos en la misma.

Un aspecto de la búsqueda hoy que la hace más difícil y no ayuda, es la condición productiva que caracteriza al artista de nuestro tiempo, tener que hacer las cuentas con un consumo cultural acelerado y dilatado más allá de la medida, en relación al pasado y en comparación a ello. Sin molestar análisis teórico, una radiografía precisa sobre el pensamiento contemporáneo en relación al pasado, nos viene suministrada por Cesare Brandi en un breve ensayo “renuncia al pasado”: “… ahora demos una ojeada a nuestro tiempo, aquel que golpea mas y que con frecuencia no quiere ser pasado, exige solo hacerse mercado del presente y el presente es considerado una meta sin pasaje, como aquellos ríos que mueren en el desierto”. El mercado del presente es para el arte hacerse noticia, como hemos dicho antes, hacerse fenómeno transeúnte y sobre todo amoldarse a las estructuras comunicativas que lo deben transportar, aún a costa de renunciar como con frecuencia sucede, a su propia identidad más íntima.

De aquel cordón umbilical que lo ligaba al pasado, la búsqueda se encontró siempre con más frecuencia en la condición de tener que confiar sus propias suertes a elementos teóricos ajenos a sí misma: De la vulgaridad y sobre todo a la disminución de su nivel alto-cultural, a aquel de la dimensión banal de existencia que se muestra como gusto corriente, ideológica o como filosofía barata de moda y algo más.

Es un hecho evidente a todos quienes asistimos a un cortocircuito entre el arte y su hábitat “cultural” sobre todo entre el arte y la estética, por lo tanto una se refleja en la otra y las dos viven del oxígeno del sistema actual.

Para regresar al espíritu orientador de este escrito, no debemos tampoco pensar el hecho que la creatividad por ser libre debe ser anárquica, porque también esto sería una elección que se basa sobre un razonamiento y sobre un pasado en el cual se quiere polemizar o sobre un presente sobre el cual se quiere intervenir. El hecho fundamental es la libertad mental, no en sentido genérico más bien convencido de lo que se está diciendo y como se está evidenciando.

Las masas, ya lo hemos dicho, por culpa propia o no, no son preparadas para ver aquello que de verdad vale, aquello que está detrás de lo inmediato visible, no es suficiente ponerse los lentes y descubrir la tarjeta que señala la participación de la obra a ésta o a aquella exposición internacional, no es suficiente porque el valor de la obra no se puede ver, solo se puede saber y el saber no es misticismo, es simplemente la certeza de las cosas. Con esto no quiero soslayar el placer de una mirada, las pinceladas, etc. , solo quiero resaltar el placer que sale de la experiencia, y del saber aquel que está detrás de la pura visibilidad, por lo tanto antes de alegrarme de la pura visibilidad es mejor saber algunas cosas esenciales.

Un acto de deber es aquel de encontrar detrás de las bellas o de las “feas” formas del arte moderno aquello que no se ve de inmediato. No podemos detenernos en el juego estético de las formas, hay que ir mas allá y buscar el sentido interno de la obra.

Aparentemente es fácil crear “obras” agradables con efectismos, justificándolos y acercándolos a las varias corrientes de vanguardia. El arte entendido como lenguaje de la modernidad ha sido algo más que una bella apariencia, mucho más.

Como en aquel entonces, también hoy tenemos a la disposición y podemos colocar junto lo científico y lo social, podemos meditar acerca de la muerte del arte o buscar contenidos nuevos y ojalá encontrarlos allá donde nunca habíamos pensado encontrarlos; cambiar el rol y la práctica operativa sin repetir los resultados de las precedentes búsquedas y hasta paradójicamente declarar un regreso al orden! ¿O preferimos quedarnos anclados a una respuesta sistemática de la comunicación “artística” contemporánea?

Un científico que en sus búsquedas no coloca otra cosa más que el propio amor, en verdad no va muy lejos; él necesita más bien de una absoluta dedicación a lo que caracteriza su búsqueda, necesita de la lógica y de la intuición; y si la suerte (en estas cosas tiene una parte más importante que las ideas de la verdad) le favorece, la verdad se presenta sola al concluir su trabajo y sus experimentos. La misma cosa es válida para el artista, también él debe someterse incondicionalmente a lo que busca; la capacidad de escuchar la voz secreta de lo que busca   (independientemente del hecho que ésta se presente como elemento exterior o interior) entender las leyes a las cuales ésta obedece. Recordemos los experimentos de Durero acerca de la perspectiva, los experimentos sobre la luz de Rembrandt, no dependen solamente del amor que el artista dedica a la “belleza”. Como la verdad del científico, la belleza para el artista es aquel fruto que madura y que el recogerá de su obra lograda. Y sin embargo, ¿Por cual razón el científico y el artista son empujados incesantemente por aquella fuerza emocionante de aquello que quieren solidificar?

¿De donde viene este amor por la búsqueda? ¿Es quizá una tierra desconocida de la existente que los fascina? No, lo que es en realidad desconocido no puede aun seducir, solo aquello que empieza apenas a ser intuido seduce. Quien presagia una nueva pieza de la realidad, debe ser capaz de dar una fórmula para que exista. Tanto en la ciencia como en el arte aquello que importa es la creación de un nuevo vocablo de la realidad, y si este proceso se interrumpe, no solo no existirían más ni arte ni ciencia, sino que desaparecería también el hombre, porque el hombre se distingue de los animales justamente por su capacidad de descubrir y de crear lo nuevo. Quien en arte se limita a buscar solamente nuevas esferas de belleza, crea sensaciones, no arte. El arte está hecha de intuiciones de la realidad, y solo gracias a estas intuiciones ella se eleva por encima de lo banal.

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