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Arte medieval: Un recuento necesario

Si tomamos en cuenta la destrucción del patrimonio artístico universal por parte del estado islámico y las crecientes ventas ilegales de artefactos históricos, devolvernos al arte medieval nos ayuda a poner en perspectiva la enorme riqueza, que dentro de esta contemporaneidad se encuentra en peligro de caer en las manos equivocadas o de desaparecer irremediablemente.

Concretamente, el arte medieval se ubica entre los siglos V y XV de nuestra era, coincidiendo con la caída del Imperio Romano de Occidente. Durante esos diez siglos floreció el arte cristiano medieval en Occidente y el arte bizantino en Oriente, en tanto que las antiguas civilizaciones del Islam y la India alcanzaron su plena madurez. Las influencias de uno a otro imperio y la interpenetración entre los estilos se dieron a través de luchas y conquistas, que no obstante contribuyeron a la creación de un sincretismo cultural puesto a darle su carácter único a las obras.

En cuanto al arte bizantino, tuvo su esplendor durante la época del emperador Justiniano (483-565) y se conformó a partir del arte helenístico, el arte oriental y las expresiones cristianas halladas en Siria, Egipto y Asia Menor. Arquitectónicamente incluyó la basílica y el templo octogonal provenientes del arte helenístico. La bóveda y la cúpula vinieron de Mesopotamia y Persia, respectivamente, y los elementos geométricos procedían de Oriente. La Basílica de Santa Sofía (532-537) es la prueba fehaciente de este mestizaje cultural y marcó la primera edad de oro del arte bizantino.

La segunda edad de oro correspondió al período de los emperadores macedonios y comenios durante los siglos IX al XIII, cuando Constantinopla alcanzó su máximo esplendor. En esta etapa el arte decorativo y la ornamentación, provenientes de Bagdad y Damasco, llegaron a su apogeo. El ascetismo al cual tendió la iglesia condujo las imágenes escultóricas hacia una severidad de facciones tristes y duras, que sin embargo no logró oscurecer el brillo de los aportes orientales, siendo la Basílica de San Marcos en Venecia (1084-1117) el mejor exponente del extraordinario diálogo entre Oriente y Occidente durante esta fase de la Historia. Pero la decadencia de la monarquía y la creciente pobreza, como consecuencia de las luchas, pestes y hambrunas, llevó a la simplificación y pérdida de fastuosidad de este arte, influenciado entonces por los modelos italianos del Trecento. Después de la toma de Constantinopla por los turcos en 1453, el arte bizantino llegó a su fin.

El arte musulmán, por otro lado, tiene sus orígenes en el arte sasánida de los persas. Triunfó por su carácter sensual y estilizado, especialmente en la decoración donde predominan los motivos geométricos. Aquí el arabesco, es reflejo de una pasión cuya característica fundamental reside en la impersonalidad, en el sentido amplio del término, es decir, en la idea de Dios como un ente indefinido, sin forma específica a través de la cual representarlo.

Su arquitectura, constituida bajo la dinastía de los Omeyas (661-750) nació como una adaptación de las formas constructivas bizantinas, realizada por arquitectos griegos. El cénit del arte islámico corresponde a la dinastía Abásida (750-1258), que en Bagdad combinó las influencias sasánida, bizantina y siro-copta. En el siglo XV con las escuelas de Herat y Samarcanda sobrevino la influencia china, pero es posiblemente el arte islámico español el más maduro y espléndido. La mezquita de Córdoba (780-XVI) en su historia, resume la evolución completa del estilo omeya en España, además de los estilos gótico, renacentista y barroco de la construcción cristiana. Y la Alhambra de Granada (889-XIII) marca el apogeo de la dinastía Nazarí (1238-1492) cuando Oriente y Occidente, convivieron y florecieron en las artes y las ciencias como nunca antes o después se ha logrado.

En lo que al arte de la India y el lejano Oriente respecta, el panteísmo hindú se manifestó en el arte de los Gupta (240-550) y de los Pallava (VI-IX). Brahma, Vishnu y Siva centraron los temas de la expresión plástica, al tiempo que los templos se cubrieron con las figuras de estos dioses, representados mediante una mezcla de pasión y ferocidad a través de la danza. En el sur de la India surgió el arte de los Khmer (802-1431), quienes construyeron gigantescos edificios de piedra cubiertos exteriormente por una abigarrada ornamentación no lograda previamente dentro de la arquitectura. La invasión musulmana agregó elementos islámicos al conjunto artístico hindú, en cuyas esculturas se empezó a reflejar el movimiento sensual y el erotismo más explícito; algo que ha sido completamente borrado del islamismo actual, donde la censura al cuerpo y el embotamiento total de los sentidos es la norma.

En China y Japón privó la serenidad y el clasicismo durante el medioevo. El arte búdico chino de los Wei (386-535) y de los Sui (581-618) llevó a una gran estilización a las figuras de Buda donde predominó el hieratismo, siendo la escultura el arte fundamental. Aquí la confluencia de las técnicas de la China antigua dio origen a un estilo verdaderamente propio que unificó tendencias y estilos, además de comenzar a fabricarse la distintiva porcelana que ha llegado, en sus numerosas variantes, hasta hoy. Durante la dinastía Tang (618-907) se buscó la gravedad y el reposo en las esculturas, bronces y cerámicas, alcanzando un clasicismo en las formas que privilegió la búsqueda de una identidad religiosa a través del equilibrio entre la materia y el espíritu. Pero fue la dinastía Sung (960-1279) y el auge del budismo Zen lo que llevó a la formación de una expresión intimista y refinada, presente especialmente en la alfarería, la joyería y el esmalte.

Japón tomó conciencia de su propio arte apartándose del de China, en tiempos de los Fujiwara (614-1185), cuando germinó una vida caballeresca y cortesana que incitó a la formación del arte samurái, reflejado escultóricamente bajo los patrones de masculinidad y vigor. La poesía se centró en el rescate de las leyendas autóctonas, dándole preponderancia a la obra escrita por mujeres, donde los temas de la domesticidad, el amor y la vida cortesana inspiraron el trabajo de calígrafos y pintores. Aquí, los cuadros de colores brillantes (yamato-e), representando a los personajes importantes de la corte, y las leyendas de palacios y templos, generaron una lectura paralela a la poética, dable de construir un sujeto autónomo fundamental en la cimentación de la identidad nipona. En la época de los Ashikaga (1336-1573) el arte japonés se concentró en la recreación del paisaje, logrando pinturas de gran plasticidad en un estilo minimalista que ha influenciado el arte hasta nuestros días.

El arte cristiano occidental, fue el último en madurar y el de más lenta evolución durante la Edad Media. Se necesitaron doce siglos para que la idea católica de Dios se petrificara en las catedrales románicas y góticas, de importante influencia bizantina. El castillo y el monasterio fueron los núcleos en torno a los cuales retoñó y se desarrolló el arte cristiano medieval. La fe ciega que impuso el cristianismo, llevó a la creación de grandes obras que parecen estar hechas en estado de trance místico, pues el ser humano per se no tiene ningún papel; todo está hecho en función del Supremo. En tal sentido, las grandes iglesias góticas, construidas en los siglos XII y XIII, parecen desafiar la gravedad, impulsando y elevando la piedra hacia el cielo, hasta transformarla en alegoría de la dirección por donde pensaban entonces que debía orientarse el conocimiento de la otra vida.

Los temas pictóricos, que habían sido exclusivamente religiosos en los primeros siglos del medioevo, irían admitiendo cada vez más elementos de la vida real y profana, hasta sincretizar lo humano y lo divino. Ello, espoleado fundamentalmente por el crecimiento de las ciudades, puestas a orientar el arte, hacia fines del siglo XIV, en la construcción de edificios y en la realización de temas pertinentes a la vida burguesa. Una existencia profundizada por la pintura y la escultura, mediante visos naturalistas que estallarían magistralmente durante el período siguiente, es decir, el Renacimiento.

El oscurantismo donde el terror quiere sumergir hoy a la belleza, atenta no solo contra las obras en sí, sino contra las fundaciones sobre las cuales se asienta el saber universal, pacientemente elaborado por infinitas manos a lo largo de muchos siglos de Historia. Pero es un terror que, con la participación de todos, nunca podrá derrotar ni a la sensibilidad ni a la inteligencia, de las cuales nuestros pueblos siguen haciendo gala en todos los puntos del globo pese al caos, la represión y el miedo.

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