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El Apocalipsis según Sherezade

A propósito de Dos años, ocho meses y 28 noches de Salman Rushdie

Tenemos mucho que agradecerle a Rushdie por esta resurrección turbulenta y delirante de Las mil y una noches en clave de reflexión histórica y política. Para empezar, eso: que haya escrito un tratado sobre filosofía de la historia rindiendo homenaje a la tradición más antigua del arte de narrar, los cuentos ancestrales de los persas que hicieron ( y hacen) las delicias de los amantes de contar historias bien contadas, suculentas y mágicas. Rescatar la fantasía abrumadora que subyace a los textos ancestrales y colocarla al servicio de una indagación aguda de la naturaleza humana ansiosa de poder es un proyecto audaz ante el que nos rendimos con gusto.

Comenzar por la conocida frase de Goya: “Los sueños de la razón producen monstruos”, señala el camino que la historia profunda va a recorrer: cuando la razón se alía con el mal para perseguir cuotas desenfrenadas de poder, el mundo se vuelve abominable. La experiencia conflictiva y dramática de las sociedades persiguiendo enajenadas su pedacito de dominio en un concierto global donde nadie es de fiar, constituye el terreno narrativo que trabaja el absurdo, la hipérbole, la fantasía más inverosímil y la poesía más conmovedora como ingredientes magníficos para orquestar una idea indispensable de nuestro mundo en estado pre-agónico y de sus escasas posibilidades de salvación.

Los dilemas éticos que corresponden al manejo político ( ¿nos basamos en principios o en intereses para gobernar?) circulan por la novela envueltos en peripecias asombrosas que la atraviesan con humor y violencia para producir un asombro que nos deja impactados. Nada se salva del ojo satírico con que el narrador pinta una realidad enajenada por demonios indomesticables que han decidido trabar una lucha sin cuartel por apoderarse del mundo. Seres mágicos venidos de esferas desconocidas se cuelan entre los hombres que son tan o más extraños que ellos: Gerónimo Manezes, Blue Yasmin, Giácomo Donizetti, Seth Oldville, Teresa Saca Cuartos, el Bebé Tormenta, Hugo Casterbridge, entre otros, mezclan sus vidas con los y las yinnis venidos de un submundo inaccesible para fundar La Era de la Extrañeza, donde el terror tiene su asiento comprado. Leemos la historia de nuestras contradicciones, para ser más exactos, incoherencias acumuladas por siglos, de usar lo peor de la condición humana con la excusa de alcanzar objetivos altruistas. Aquello de “el fin justifica los medios” no lo inventó Macquiavelo, según estas invenciones de la Tierra de las Hadas cuyos caprichos emocionales arrasan con propios y extraños.

Rushdie se burla de todos los fanatismos que en el mundo han sido: los de acá y los de allá. La sociedad de consumo, hinchada de dinero y corrupción. El integrismo islámico, poblado de consignas irracionales en nombre de las cuales los tontos útiles explotan y hacen explotar cualquier esquina de la tierra a base de regarla con miedo del bueno. Por no dejar, no deja fuera ni el trato desigual que sufren las mujeres musulmanas. No en balde este libro lo condenó por segunda vez a ser ejecutado. El humor no es el punto fuerte de los mesías de turno.

La novela asegura que la imaginación es nuestra salvación.“Nosotros somos la criatura que se cuenta historias a sí misma para entender qué clase de criatura es.” Mientras no perdamos la capacidad de decirnos cómo somos en la fabulación que nos descubre nuestras mejores y peores facetas tendremos esperanza. Esperanza en que la batalla entre el Bien y el Mal la gane el Bien a pesar de todo. Esperanza en que estos jinetes de un apocalipsis de reciente cocción no logren su cometido: odio, estupidez, devoción y codicia no son tan nuevos como reza el libro; son la consecuencia de una humanidad que desprecia la tolerancia, la magnanimidad, la contención y el sentido común. Sobre todo, desprecia la humildad.

La máxima esperanza viene acuñada al final del libro. Los hombres de este tiempo deberíamos comprometernos con llevar a cabo la pacificación y verdadera civilización del mundo que vivimos y legaremos. “Con el trabajo duro y el respeto a la tierra.” Donde esa humildad tan necesaria no se interprete como una derrota, “sino como la victoria de lo mejor de nuestra naturaleza sobre nuestra oscuridad interior.” Para alcanzarla hay que seguir contando historias fantásticas, de gigantes y princesas, de genios, alfombras voladoras, lámparas prodigiosas y seres mitológicos. De batallas sin tregua, y milagros a granel. Sin el poder de las historias estamos reducidos a un mecanismo gris que funciona bien por fuera y se desgarra por dentro. La perversidad que nos habita es mejor verla actuar en los cuentos para que no tome el mando fuera de ellos. Sherezade salvó su hermoso cuello gracias a esto. Salvemos el nuestro.

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