Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Aladar Temeshy
viceversa magazine

Anotaciones

La historia se hace con las anotaciones, tal como lo hizo Herodoto. Y estas son mis anotaciones, nada más. Confusas, ya que este es mi primer año de sobrevivencia.

Es mi aniversario de la salida de mi mismo. 11 de junio, es el día en el cual salí de la desesperación a la inmensidad, sin resentimientos, sin dimensión y sin paredes, a la infinidad. Era un día soleado, azul. Tampoco limitante para dejar el mundo, soleado o con lluvia y, lo que contiene. El otro lado estaba afuera ya,  afuera del ya.

Recostado en la cama sentí el calor que subía lento hacia el estomago. Sabía que iba en el camino, solo, camino hacia la infinidad donde no hay ni peldaños, ni santos, ni apóstoles con letras pálidas con sábados o martes. Todo sigue sin mí, sin verso o despedida. Se va la razón, no hay nadie ni nada, solo la distancia, que no es distante, es el benessere, los ojos cerrados sin vista ni visión. La apertura, la ya …

 


 

Estoy abajo. Desconocido. Ni hombre, ni dios, solamente abajo. Sólo yo, abajo. Sí, soy… Estructuras de concreto. Es el regreso a la soledad a la que estoy enlazado. Estar es existencia con medidas y parámetros. Es el regreso. Es la renuncia. Es … un sótano. La voz de un hombre: – su cuarto en el octavo piso-, sube o se aleja con el ascensor. Dos uniformados, no sé quiénes son, si perdieron conmigo en Waterloo  o en otra batalla. No, no son romanos, ¿es un cañón en el valle del río Po? – Siéntese –Es una silla de rueda. Y vamos. Espacios cerrados. Sellados.  – Sí, es el octavo piso, llegamos-. Un pasillo, un cuarto y una cama. Me sacan de la silla que no es cañón y me colocan en la cama.

 


 

Es un cuarto con paredes pintadas de un marrón desconocido. Una ventana cerrada con las persianas bloqueadas. Es la semi-oscuridad del bajo mundo. Orestes y un círculo umbilical sin entenderse. Orestes. Una mesita y una enfermera callada. Orestes tampoco habla. En la puerta entreabierta un médico dando instrucciones. Palabras de perro. Uno de bata blanca, ladra. Orestes no tiene perro.  No veo  a él, ni  a su perro..  Desde lejos filtra una sensación: es este, es él… algo o alguien baja… en el pasillo. Igual…

 


 

Ya somos tres. Trato de ubicarme. En la pared una colgadura enmarcada con letras no muy firmes, atestigüa que estamos en un hospital. El nombre no me interesa ya que es una confirmación de que estoy donde no quisiera estar. El de la bata blanca se acerca, justificando su bata por ser psicólogo.  Le digo mi nombre, el de la ciudad y respondo unas dos preguntas más. Al reajustarme asumo las preguntas personales con derecho, sobre Freud y Lacan. Quedamos solos, la enfermera en la mesa  viendo su computadora y yo.

Más tarde llega otra bata blanca, me da su nombre y hablamos. Al final de la conversación me pregunta qué hago yo aquí. No tengo respuesta. ¿Qué le iba a decir? Estoy aquí para que me  cuiden. ¿Para qué? Pregunta sin respuesta.

El psicólogo regresa y dice que me van a trasladar a un sitio tranquilo con flores bellas  de vibrantes colores, que me llevarán mi computadora y que desde allí podré trabajar. En efecto vienen unos uniformados y me llevan. Aparentemente a otro hospital. Pasamos puertas, pasillos y me dejan en una sala grande. Una mujer me  lleva a su oficina y me hace preguntas asegurándome que aquí no hay salida. Le pregunto por las flores. Me asegura que después de la comida.

Estuve en el madhouse que es un hospital también. El enfermero, un sobre alimentado joven lombrosiano me llevó a mi cuarto con vista a un lote de aparcamiento  de carros, de colorido triste y sin flores. A lo mejor después de la comida veré las flores.

Los pacientes no eran tan pacientes pero aullaban con fuerza. Recibí la simpatía del personal y me quedé aislado. Mis hijas me llamaron por teléfono. Llamadas largas para consolarme. ¿De qué? Me acordé de las consolaciones de Séneca sin comentarlo a las médicas que me visitaron para chequear mi salud.

Una preguntaba con frecuencia cómo era mi ánimo ese día. Le aseguré que igual al de ayer. Lo anotó en un librito. Usaba zapatos blancos sucios y tacón alto. Era psicóloga, su jefe quien me contó sobre las flores apareció pero no hablamos. Cuentos sobraron. Al pasar el mes y haberme bañado una vez me montaron en un autobús y me entregaron en la ciudad a mi familia, como en las anotaciones de Saint-Just.

 


 

Todo era igual tomando en cuenta que todo es igual según lo escrito por el Príncipe Lampedusa. A mi alrededor alegría por mi recuperación inexistente. La gran apertura del 11 de Junio, una clave, que es la no participación, un alejamiento dejando las preposiciones – ante, apud, ad, adversus – sueltas.  Es la soledad, la separación de algo, de alguien, que imperativamente conduce a la separación de sí mismo. Las huellas llegan hasta el intento de salida   y terminan sin moverse en la sin participación. Un intento, una fecha  que se puede anotar para la historia.

Historia de quien, del por qué, y para qué. Un flaco en la sombra comentaba: cómo la de las dos Sicilias, del faro (Messina) para acá y para allá. Es también historia, anotada seguramente por un Borbón.


Photo Credits: Roco Julie

Hey you,
¿nos brindas un café?