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paola maita
Photo by: Hiroyuki Takeda ©

Anatomía de los finales (II)

Hace un par de días, mientras me tomaba una cerveza con E., tuve la certeza que estaba asistiendo al principio del fin de esta etapa de su vida. Además de todas las cosas que nos han sucedido a nivel global este año, E. vivió en febrero uno de esos momentos que llevan mucho más tiempo cocinándose de lo que somos conscientes y que, al final, llegan sin aviso para voltearnos la vida como si fuese un calcetín.

Mientras escuchaba a E. hablar sobre sus cosas, me daba cuenta que no solo estaba en primera fila del principio de uno de sus finales (porque entiendo que todos vamos teniendo uno de esos cada tanto). En otra sala de ese mismo teatro, yo estoy actuando otro final más de mi vida.

Antes del encierro obligado por la pandemia, viví un encierro elegido en los últimos meses que viví en Venezuela en el 2018. Más allá de todo lo que implicaba salir a la calle en aquella época, algo en mí vivía el inicio de ese fin de mi vida allí, de la vida para la que me había preparado durante 30 años. Muchas cosas de ella quedarían caducadas, sin que haya una posibilidad real de retomarlas.

Me había preparado para la fiesta que era salir de casa y seguir viviendo en Valencia, esa ciudad a la que tanto quise. Nunca llegué a celebrarla y se convirtió en un funeral a última hora.

No sé qué tan cliché sea declarar a estas alturas del 2020, aún en pleno medio de la pandemia del COVID-19, que hay cosas en mi vida personal que están dando sus últimos respiros. Vi las señales desde hace tiempo, pero me es muy fácil ignorarlas cuando sé todo lo que duele un final.

El fin de mis relaciones familiares tal y como las conozco hasta ahora; el posponer la urgencia de escribir para luego, cuando tenga un ratico; la certeza de que, si todo ha ido bien hasta ahora, es que seguirá yendo bien por mucho tiempo más; el entender todas las referencias de la cultura pop venezolana que están de moda, ejercer mis profesiones, el sentirme tan condicionada por el-qué-dirán de las personas que viven allí… Después de dos años de haber migrado, ahora es que realmente está muy cerca de terminarse mi vida en Venezuela. Y toda despedida conlleva algún tipo de funeral.

Como se hacía en tiempos de antaño, ese funeral lo he llevado a cabo en los lugares donde he vivido: la casa de mi mamá, la de mis suegros aquí en España y la última parte en la que ahora es mi casa. Ahora que se está terminando, es que comienzo a sentir que aquella vida, la que había comenzado a ser pero que no llegó muy lejos, está por morir.

No sé cuánto durará este inicio del final de la vida para la que E. se había estado preparando en los últimos años. Lo cierto es que ese día brindé no solo por su momento, sino también por el mío, aunque ni él ni yo supimos aquella tarde que lo estábamos celebrando.


Photo by: Hiroyuki Takeda ©

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