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Ana Rossetti y la otra España literaria (Parte II)

Ana Rossetti y la otra España literaria (Parte I)


El modo como lo lúdico del lenguaje aborda lo erótico en la narrativa de Ana Rosseti, se hace abiertamente irónico con Mentiras de papel (1994),  subtitulada en portada como “Nueva Novela Romántica”, a fin de dejar clara la intención de subvertir el género. “¿Qué será de la joven y frágil Coral Reyes en un mundo donde la ambición no conoce límites?”, prosigue el texto de portada, espejeando la coda de los folletines radiales buscando mantener en vilo a los radioyentes hasta el capítulo siguiente.

Escenarios recargados como indicadores del falso glamour que quien se ubica al otro lado de la página espera, diálogos donde la artificialización camp imprime su sello característico, situaciones límite puestas a remover las pasiones más abyectas a fin de atrapar a la heroína, referencias cruzadas a los más obvios símbolos de estatus, son algunos de los recursos aquí explotados y explorados, donde se regodea la trama y se demora el lector.

Rossetti imprime una vuelta de tuerca a lo convencional y predecible del género rosa, en el humor y lo ocurrente de los giros lingüísticos, la perspicacia para resaltar los fallos del esquema propio de tales obras, y la inteligencia para darle a lo cursi un estatus literario que no tiene; especialmente cuando se devuelve a los raccontos en el tiempo, buscando hacerse con el pasado de una protagonista donde lo que se trasluce es la recuperación autobiográfica de algún episodio particular.

“Esa sensación de observar su ropa en la noche solo la había experimentado con la misma ansiedad ilusionada y feliz la víspera de su primera comunión. Nunca más. En aquella ocasión el vestido estaba colgado de la lámpara, para que no se arrugase, y parecía un globo de organdí. Y el velo de tul estaba sujeto por la corona de capullitos de tela al pestillo de la puerta y era una nube lívida que apenas se distinguía en la oscuridad”, evoca Coral, la víspera de su viaje a Los Ángeles a filmar un spot publicitario.

Irrisión del vestido trasvasado a la vida adulta de la protagonista, dada la insubordinación de Rossetti para con el género, a fin de mantenerla en un estado de perpetua candidez del cual esta prenda, de intimidades más atávicas y menos evidentes, se hace presente cuando Coral está a punto de emanciparse. Hacerse en el sueño con el aura de ilusión circundando la reiteración de ser este el “día más feliz”, tiene como resultado reproducir la copia de aquel evento, transformándolo en un acontecimiento doblemente kitsch, del cual no podrá huir, sino reaparecerá en los instantes más inesperados para fijar más agudamente la otredad que la marca y la señala. Una otredad proveniente de su camaleónica persona, proclive a bucear en el submundo erótico, pero sin dejar de reconocerse en aquella candorosa época, tal cual lo demuestra su obra a lo largo de los años.

Obviamente, tal reconocimiento no es para nada inocente; responde, más bien, a la voluntad de la autora para hacerse con un decorado descriptivo, compuesto por todas aquellas evocaciones que el yo recobra del imaginario personal y la escritura sustenta. Es así como “las trampas de la memoria” actúan sobre Ana-Coral, entrecruzando y enmarañando las cronologías reales y ficticias, hasta descontextualizarlas para encontrarlas en lugares otros.

La finca Torrealta donde Coral se casa en secreto con el hijo del marqués de Amaniel, el hotel Palace donde se conocen cuando Coral es elegida como la chica Desirée e imagen de la revista Rosa, el yate Aurora donde se cocinan las venganzas en su contra, la finca Los Robles donde se rencuentra con su futuro marido, son entonces piezas de ese “mosaico, más o menos exacto, del pasado”, en el cual la novelista y su alter ego se reconocen, en tanto “volvían a repasar los recuerdos como quien zurce un bordado valioso”.

En esa labor de corte y costura con los recuerdos trasvasados a la ficción, Rossetti lleva a cabo un proceso combinatorio puesto a sumar su caudal de experiencias al desarrollo de personajes, como proyecciones de una vida vivida o inventada, pero siempre en un primer plano al momento de intervenir la cuartilla. Ilusión y realidad se desmarcan entonces de los límites que las separan, y se entremezclan hasta conformar una nebulosa donde los atributos específicos y el aspecto de las cosas se confunden, hasta parecer hechos de idéntica materia. Ello le imprime a la escritura su personal sello, imantando la atención del lector y estimulando las apreciaciones críticas, entrevistas y comentarios, fluyendo continuamente en el universo literario alrededor de Ana Rossetti.

Con más de una treintena de títulos en su haber, cubriendo un amplio espectro de géneros, Rossetti ha estimulado un extenso repertorio de material sobre su obra. Tesis de grado, artículos periodísticos y estudios críticos concuerdan en resaltar el papel de la autora en la renovación estética de los años ochenta, cuando la literatura española se abrió al placer, las diferencias sexuales y la cultura popular, impulsada por los movimientos y movidas varias que se afianzaron en aquel entonces.

No extraña, pues, que Coral, como una de esas proyecciones, responda fielmente a tales apreciaciones y goce plenamente de la fruición-fricción entre ilusión y realidad, sublimando con un comportamiento deslastrado de toda atadura posible, lo glamoroso de una existencia con la cual el género rosa encuentra numerosas conjunciones, pese al proceso de desconstrucción que de él hace la autora. Sentimentalismo, languidez, enamoramientos, fugas, reencuentros, aventuras y desventuras de las doncellas y su corte de apuestos y afluentes caballeros impregnan, a través de sus dramas y conflictos, el espacio narrativo, siguiendo el patrón preestablecido. Incluso la artificialidad del lenguaje concuerda con lo predecible del argumento, evidenciando el interés de la escritora por canibalizar sabrosamente aquel género.

Pruebas de escritura (1998), igualmente se hace con aquella parte del lenguaje que, por su exceso, “parece sobrar de las palabras”, buscando compilar con sabor una serie de textos que encontraron su lugar en proyectos mayores o quedaron como testigos de proyectos truncados. Las notas al pie de página de la propia Rossetti proporcionan información bibliográfica sobre los mismos, aclaran conceptos y expresiones castizas y refieren a diversas estéticas, entre ellas el kitsch.

La pluralidad del material aquí incluido se constituye así en un catálogo de posibilidades donde fragmentos novelados (“Peripecias de un alma femenina”), relatos erótico-religiosos (“Los misterios de Gloria”), cuentos infantiles (“La cueva de la doncella”), semblanzas regionales (“Bitácora inmóvil”) y escritos periodísticos (“Las tres cartas de una vedette”) se unen en una red de concordancias semánticas, entrelazándose para constituir un todo argumental de amplio alcance y particular brillo.

El resplandor de las pruebas se prueba como soporte de obras ulteriores, si bien cada una tiene un sentido propio del cual Rossetti saca gran partido, incorporando la mofa a series televisivas (Falcon Crest), cantantes del pop-rock vernáculo (Olvido Gara, a.k.a. Alaska), clásicos del cine (Rebecca), personajes de fábulas (Ratón Pérez), programas televisivos ibéricos (Telediario), restaurantes de comida rápida (Burger King) y marcas de artículos para el hogar (Duralex), entre muchas otras curiosidades del extenso gabinete que el kitsch pone a su alcance.

De tal divertimento, se desprende un collar textual donde el caudal alegórico es el engarce de figuras pertenecientes a la cultura popular, que estructuran cada “prueba” y le confieren su pulsión específica vinculándola con las demás. El despliegue semántico resultante se arma como un cuadro pop, dentro del cual la multiplicidad de referencias y materiales utilizados encuentran su lugar entre las pinceladas del lenguaje: “Por fin ha comprendido que no eres el mocoso al que se le encogía el corazón porque el Coyote pretendía comerse al Correcaminos y porque el Correcaminos se vengaba del Coyote. Pero entonces aún tenía poder sobre ti y te dio dos o tres sacudidas enfurecido por el escándalo que estabas armando y por las dos pompas verdes que se te formaron en cada agujero de la nariz”.

Acudiendo a este imaginario extraído de los cómics, el yo recupera episodios autobiográficos, espoleado por la experiencia de la finitud del ser, y los fija en la cuartilla como parte de la composición, haciéndose con su sentido para matizar aquellas zonas del texto que precisan un retoque plástico, cierto trazo de color, la inclusión de caracteres entrañables, dables de remover las memorias de infancia del lector y contornear instantes cómplices puestos a ilustrar las concordancias entre ambos. Se abre así un lugar para la reflexión y el ensueño, las ansias y los miedos, destinados a rotular sobre el blanco del soporte una particular manera de estar en el mundo, antes de que el tiempo se retire del cuerpo y los recuerdos se pierdan para siempre.

  Fiel a su necesidad de “haber fijado, definitivamente, todo lo anterior para poder emprender un nuevo ‘de ahora en adelante’”, Rossetti hace acopio de lo escrito a fin de entrar ligera en el nuevo milenio. Recopilar, buscando perfilar el pasado y limpiar el terreno futuro, son estrategias de sobrevivencia, haciéndose más apremiantes en tanto se acumula lo vivido y retos distintos surgen ante ella. Y aquí cabe destacar su incursión en la novela policíaca, mediante  El antagonista (1999) y Botón de oro (2003).

Ambos textos resultan ser exponentes de esa necesidad de renovación y curiosidad, con una dosis de azar en el modo de comenzar un nuevo proyecto, cual característica del devenir de la autora. Tal cual ella misma nos indica: “Muchas cosas me han salido en mi vida porque alguien me ha lanzado allí… y me ha animado con su confianza. Escribí el libreto de ópera porque me lo propuso el compositor Manuel Balboa, y he escrito cuentos infantiles porque se empeñó Juan Cruz, responsable de Alfaguara, que yo debía escribir una colección para un público de seis años. Con la novela policíaca lo mismo: fue una propuesta de Rosa María Pereda”.

El antagonista, catalogada por ella misma “entre novela corta o cuento largo”, se hace con la otredad de un grupo de adolescentes descubiertos por el protagonista, en la intimidad de lo que ocultan a los ojos de los demás, y quien terminará usurpando un lugar otro para poder seguir adelante con la vida hurtada a su fallido asesino. El suspense provendrá de diseccionar el comportamiento de los jóvenes en un exclusivo internado, hasta develar los motivos del crimen. Para ello Rossetti reconstruye el escenario desde la perspectiva de Tata Rosalía, testigo del fatal desenlace y cómplice del homicidio, donde víctima y victimario intercambiarán identidades, y con ellas las existencias que le dan —o no— sentido a cada uno.

Botón de oro, de mayor complejidad estructural y más centrada en el género, reconstruirá los móviles de varios asesinatos, partiendo de la figura del ex comisario Jorge Rodas, director del semanario de sucesos Crónica Gráfica. Como un castizo Sherlock Holmes, el protagonista se adentra en los bajos fondos madrileños, poniendo en marcha, cual si de presionar un botón se tratara, la maquinaria de conspiraciones de donde emergen caracteres otros, igualmente marginados del tejido social sobre el que se pasean los ciudadanos bien pensantes.

Con estas dos entregas, Rossetti curiosea en el entramado de ambigüedades, simulacros y reproducciones —tan caras al kitsch— propio del género, mostrando su capacidad para la intriga y el misterio pero sin dejar a un lado le plaisir du texte como preocupación subyacente en el desarrollo de su obra. Entre precocidades y precariedades oscilan ambas novelas, dejando que la “euforia” de la escritura misma permee la experiencia del lector. La emoción proveniente de concatenar las pistas para resolver el crucigrama de muertes y desapariciones, se une entonces al gozo de perderse en los laberintos del lenguaje. Ello hace que las incógnitas se supediten al detalle específico de personalidades, ansiedades y ambiciones, buscando simultáneamente abrirse un lugar en el imaginario del lector.

Esta, hasta cierto punto manipulación psicológica del otro, en aras de bucear en la otredad y precisarla, encuentra dentro del género policíaco su mejor aliado, dadas las características intrínsecas a él. Aquí la celeridad, ambición, amarillismo y violencia, quedan subvertidos una vez más, para transformar dicho género en una mueca de sí mismo.

La velocidad de ametralladora con que se suceden los acontecimientos, queda también amortiguada por la afilada percepción y el sentido del humor de la autora, quien no vacila en insertar fragmentos de su personal gabinete de curiosidades para engalanar el texto: “Era un baúl de aspecto siniestro: hasta las asas, las cerraduras, las iniciales tachonadas, eran negras. Tenía la tapa abombada, como los que se usan para las largas travesías de ultramar (…). Habría dentro mapas, rutas en clave, catalejos y brújulas para llegar a lugares secretos de islas desconocidas. O quizá el botín intrépidamente capturado y bajo la tapa embetunada escondía los lingotes de oro, los diamantes africanos y las perfumadas barricas de ron”.

Aventurera de numerosos puertos, Ana Rossetti destila en ambas novelas el tono confesional que la caracteriza, con la veteranía de quien está en control de su materia y de su asunto, pudiendo así mimetizarse en la cuartilla enlodada del género sin mancharse. Y ello es ya una hazaña a destacar y aplaudir, dentro de un presente donde los terrorismos, crímenes y conflictos bélicos, se empinan por encima de la imaginación del escritor para sumergir, en un perpetuo río de sangre, la existencia de nuestros pueblos.

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