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Gavina Flachi

“El amor en los tiempos del cólera” y su tiempo infinito

Mi verdadera pasión – me rindo ante la evidencia – son las relecturas. Acabo de releer, pués – pero tal vez sería más correcto decir leer – “El amor en los tiempos del cólera”, de Gabriel García Márquez. Ha sido un (re)descubrimiento inesperado y providencial en un momento de pertinaz desconsuelo; una cita diaria puntual y amorosa, pero también irónica y divertida… No recordaba nada – exceptuando algún pálido y remoto resplandor – de tanta, deslumbrante belleza! Tal vez, con los años, he ganado una mirada más aguda y he afinado el oído al embrujo sonoro de las palabras, al ruido mágico de un adjetivo apropiado, a la sorprendente eficacia de una imagen que me estalla de pronto en el pecho, alumbrándolo como un faro en medio de la noche, alborotándome los latidos del corazón… para después quedarse allí largamente, viva y palpitante…

Creo poder afirmar que ésta es, de las novelas del Gabo, aquella que mejor que cualquier otra (sí, inclusive mejor que Cien años de Soledad…) y mejor que sus impecables, hermosos cuentos – magníficos en su circular perfección – dibuja con hábiles pinceladas toda la esencia seductora y fascinante de la costa caribeña, evocando su inconfundible aroma tropical y atenuando, al mismo tiempo, algunos de sus trazos algo brutales.

Reconozco en toda su desconcertante precisión el bullicio, los sabores picantes, los olores embriagadores del Trópico y también los vapores húmedos que entibian la nariz y lo ahogan todo en un pegoste insufrible; y el sol calcinante, los aguaceros formidables, el sopor de las siestas y las pieles morenas…

En este marco de soberbia belleza se desgranan, como las perlas de un rosario infinito, los amores atormentados, la obstinada lealtad a una promesa, el delirio grafómano de Florentino Ariza, la tortura dolorosa de prejuicios insuperables, el tedio pacato de la vida conyugal, la nostalgia incurable que distorsiona los recuerdos, la ansiedad inagotable de los amores precarios, la esclavitud de las pasiones inconfesables, la omnipresencia de la muerte y el soplo helado de la vejez que avanza, inexorable, con su bagaje de humillantes achaques y malos olores…

Tres escenas he disfrutado de manera muy especial.

La descripción fantástica – y sin embargo verosímil – del paseo de Fermina Daza al mercado, en compañía de su esclava, Galla Placidia, majestuosa negra, imponente y altiva como la emperatriz romana. Es como zambullirse en el ruido ensordecedor de centenares de voces y de gritos cruzados; entre montañas de frutas y verduras coloreadas, con nombres impronunciables y formas extravagantes; entre animales vivos y olores penetrantes de especias, hierbas y raíces extrañas; entre espectaculares hembras exóticas que leen el futuro en las cartas y en las palmas de las manos y venden, por el mismo precio, pociones mágicas y estampitas sagradas, velones para los santos y brebajes para el amor, jabones para la buena suerte y fórmulas para atraer al dinero, conjurar las envidias y alargar la vida…

Por encima de este desorden aletea un inconfundible aire festivo, una vitalidad pulsante, una sensualidad palpable y una alegría contagiosa! Ese caos imposible tiene el perfume y el gusto de éstas, benditas, latitudes y como por arte de magia su energía burbujeante envuelve a cualquiera, anulando de golpe toda posible, ajena fealdad…

Me sacudió hondamente – tal vez por sentirlo muy familiar – el entusiástico regreso del doctor Juvenal Urbino de sus años parisinos y la progresiva consciencia – aplastante y amarga – que sólo su irremediable nostalgia de desterrado estudiante había distorsionado, como un cristal alterado, el recuerdo de su ciudad, ennobleciéndola injustamente y convirtiéndola, al mismo tiempo, en una realidad improbable! Su ciudad, mágicamente caribeña, perturbadora y sensual como el lamento yoruba de los esclavos existe, al parecer, sólo en el terreno resbaloso de la nostalgia, alimentada con terca determinación por la distancia cruel. Aquella ciudad, idealizada y perseguida en sus solitarios delirios de desarraigado inmigrante es sólo un mito, una fantasía romántica, una postal para turistas aventureros…

La realidad, en cambio, está hecha de temperaturas inaguantables, de fétidas cloacas nauseabundas, de carroñas putrefactas en el agua turbia del río Magdalena, de moscas fastidiosas y espantosas epidemias, de fiebres mortales y de incrustadas, atávicas miserias.

En fin, la escena conmovedora en la que Florentino Ariza, después de una vida entera de paciente y obstinada espera, extiende su mano para estrechar, al fin, la de Fermina Daza… pero la mano que responde a la suya es, ahora, la de una anciana! En ese instante lo alcanza, seca como un latigazo, la abrumadora consciencia del transcurrir implacable del tiempo.

Es infinitamente dulce la ternura de los gestos; el pudor tembloroso de los cuerpos envejecidos; la mutua compañía silenciosa en la terraza del barco; la intimidad sutil que surge espontánea, la alegría incrédula por el inmenso privilegio de saberse bendecidos por el amor en una estación de la vida en que parecía demasiado tarde para todo, hasta para los remordimientos…

He amado y disfrutado profundamente esta novela.

He reconocido en la prosa del Gabo toda la seducción irresistible de las palabras que he mascado y saboreado, tragándolas muy despacio, desde la primera hasta la última, con devoción absoluta. He subrayado párrafos enteros, marcando para la memoria palabras, frases, expresiones y felices hallazgos de la lengua con mi acostumbrada lluvia de pestañas de colores… Pero, sobretodo, creo que encontré algo así como el hilo sutil con que he intentado hasta ahora tejer la tela de mi propia vida…

Allí está el Trópico, con su huella imborrable en mi alma, como una marca de fuego; están la nostalgia y el desarraigo, con sus puntadas puntuales y dolorosas que me recuerdan que otros horizontes reclaman mi mirada y otros caminos esperan las huellas de mis pasos; están las cartas interminables que marcan la distancia, que cuentan de pasiones y dolores y se transforman, poco a poco, en algo como un diario íntimo, un testimonio privado y personal dirigido más a mi misma que a los demás… y además… allí está esa maravillosa puerta, abierta de par en par sobre la esperanza – como el barco, listo para volver a navegar el río una y mil veces – abierta sobre esa certeza invencible que no importa el cómo ni el dónde ni el cuándo…pero que todo es siempre absolutamente posible.

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