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Amigos, nada más

Es posible que en ocasiones peque de coger el móvil cuando estoy con otra persona para responder a algún whatsapp que haya llegado y pido perdón por ello, pero cuando estoy sola y sobre todo viajando en transporte público suelo ponerle banda sonora a mi viaje y guardar el dispositivo en el bolso. Lo hago porque soy sumamente cotilla y me encanta observar como se comportan las personas, como se mueven, como gesticulan, como se visten y como se relacionan, y en los transportes públicos hay toda clase de fauna para analizar. De la que voy a hablar es de esas que me han cautivado, que me han mantenido dentro de su historia (o de la que yo he querido atribuirles) desde el principio hasta el final.

Hace unos días volvía de noche a casa en el autobús y a mitad de camino subió una pareja de mediana edad. Él vestido muy sencillo, con pantalones oscuros, chaqueta negra y una mochila al hombro. Ella con sus mejores galas, con un vestido azul y tacones a juego, se protegía de la brisa nocturna con un chal que se apoyaba sobre sus hombros. Ninguno de los dos era especialmente guapo, no llamaron mi atención por eso, sino por como se relacionaban. Parecía como si no se hubieran visto en mucho tiempo y estuvieran aprovechando cada momento de su encuentro para ponerse al día sobre todo lo que había pasado en sus vidas. No se tocaban, en ningún momento. Los dos de pie en el centro del autobús, hablaban, se reían, se miraban.

Realmente desconozco de que iba la conversación porque llevaba la música a los decibelios necesarios como para no escuchar nada más. Pero daba igual, era la forma en la que se miraban lo que me impedía parar de observarles, como se sonreían solo con mirarse. Ella bajó del autobús poco antes que yo, se despidió de él con dos besos y no miró hacia atrás al bajarse. Él se quedó viendo hacia la puerta un tiempo y después sacó un libro de su mochila.


Photo Credits: Chad M

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