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¡Qué América tan pequeña!

¡Siempre más pequeña, siempre más encogida en sí misma! La América que el Presidente Trump ha prometido devolver a una grandeur que por el momento existe solamente en sus deseos, ha dejado de ser un faro de civilización para transformarse en un país aislado, alejado del resto del mundo, cruel con los necesitados, con los inmigrantes y ahora con el Planeta.

La política es importante por ser el espacio en el cual las emociones dejan paso a la racionalidad y la inmediatez a los programas de largo término. Los políticos deberían ser personas capaces de gobernar pensando, más que en sí mismos, en los ciudadanos que los escogieron en las urnas y sobre todo en las generaciones futuras que no pueden elegir sino solamente sufrir las consecuencias, positivas o negativas, de esas decisiones.

El mundo, a pesar de quien lucha y grita en contra de la globalización, se ha vuelto inevitablemente pequeño. Sin embargo hay países cuya política tiene una particular repercusión fuera de sus confines. Norteamérica sin duda es uno de ellos. Las decisiones de su gobierno, como piedras lanzadas en un estanque, crean ondas cuyos efectos se expanden a lo lejos. Eso vale tanto más cuando hablamos de migraciones y de clima, temas muy sensibles que nos pertenecen a todos.

Donald Trump, durante su campaña electoral, prometió guerra a las políticas vueltas a limitar el calentamiento global. Empezó a actuar la promesa con decretos que desarticulaban los planes energéticos con los cuales el anterior Presidente Obama prohibía las extracciones en zonas costeras y nuevas explotaciones de energías fósiles. Lo subrayó hace pocos días con una salida llamativa de los Acuerdos de Paris. De nada sirvieron la oposición interna liderada por su hija Ivanka, los llamados de las grandes empresas, hasta de aquellas más involucradas en el sector energético como Exxon y Chevron, el intenso trabajo diplomático de los líderes de los otros países. Con un discurso en el cual trató de justificar lo injustificable, Trump, apoyándose en el nacionalismo dijo representar a los ciudadanos de Pittsburg y no de Paris, y  puso punto final a la participación de Estados Unidos en los Acuerdo de París. Tambalea peligrosamente la única tabla de salvación para el Planeta, único punto de encuentro que, después de mucho trabajo, lograron 196 países para frenar el calentamiento global. Habían quedado afuera solamente Nicaragua y Siria. Ahora se les sumó Estados Unidos, el país más contaminante de la tierra después de China.

Es una decisión tan irracional, tan contraria no solamente al bienestar de la humanidad sino al desarrollo económico de su país, que es difícil entender las  verdaderas razones que la han motivado, más allá de las declaraciones salpicadas de su slogan preferido “American first”. Cuesta pensar que el Jefe de Estado de un país tan relevante tome decisiones fundamentales solamente por el gusto de pisotear las acciones de un predecesor a quien, lejos de disminuir, él mismo está transformando en un súper-héroe, una verdadera rock star amada y añorada como nunca durante su gobierno.

Probables razones las podemos encontrar en el ala más radical de los republicanos, mientras resurge y toma fuerza la sombra inquietante de Stephen Bannon. En situaciones de tensión interna como las que vive Trump desde el momento en el cual ganó las elecciones, muchos líderes deciden radicalizar su discurso para asegurarse una base dura a sabiendas que los otros sectores son irrecuperables.

Es interesante notar las reacciones de los otros grandes actores de la escena internacional tras la decisión del Presidente estadounidense. China aseguró que mantendrá fe a los acuerdos de Paris. El gobierno chino y sus empresarios deben estar exultando frente a la posibilidad de posicionarse en el mercado de las energías alternativas, incrédulos al ver los enormes espacios de actuación que les está dejando Norteamérica. Europa, preocupada por los estragos del cambio climático, trata de compactarse para no dejar espacio para otras deserciones. Rusia, en cambio, pareciera satisfecha de la decisión de Trump. Putin aprovechó para decir que no desea juzgarle dejando a su portavoz, Dmitri Peskov, el trabajo sucio de subrayar que, “si bien Rusia confiere gran importancia a los Acuerdo de Paris, considera que su eficacia quedaría irremediablemente reducida sin la participación de los actores principales”. 

Y efectivamente el rol de Estados Unidos era sumamente importante ya que el Presidente Obama se había comprometido, para 2025, a una reducción de entre un 26% y 28% de las emisiones contaminantes, con respecto a los niveles de 2005.

La decisión de Donald Trump puede resultar una verdadera catástrofe para el mundo entero. Los niveles de calentamiento ya alcanzaron límites de emergencia y aún respetando los Acuerdos de París sería difícil mantenerlos por debajo de los dos grados. Ahora el peligro es más grave, aumentará el calentamiento, se acelerará el deshielo en las zonas árticas y crecerá el nivel del mar con consecuencias inimaginables en muchas zonas costeras e islas.

Los efectos del cambio climático son muy preocupantes para América Latina y el Caribe. Según estudios de PNUMA (Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente), World Wildlife, CEPAL, FAO y otros organismos, las crecientes concentraciones de dióxido de carbono atmosférico están cambiando los fenómenos atmosféricos de la región poniendo en riesgo tanto a las personas como a la flora y la fauna. Lluvias intensas, el derretimiento de los glaciares de los Andes, producen devastadoras inundaciones que se alternan con sequías igualmente devastadoras. Crece el peligro de tifones, huracanes, tormentas eléctricas y marejadas. Este año asistimos a los estragos de las inundaciones en Perú y en Colombia, países en los cuales la violencia de la naturaleza ha dejado centenares de muertos y daños ingentes. A esto hay que agregar el aumento del nivel de los océanos y su acidificación, condiciones que ponen en riesgo las islas, las áreas costeras así como los arrecifes y la sobrevivencia de la fauna marina.

Sin embargo las consecuencias de los daños que pueden sufrir nuestras naciones tienen un alcance que va mucho más allá de sus fronteras. Basta tomar en cuenta que, según datos de la FAO, las reservas de terreno cultivables más grandes del mundo se concentran en América Latina y el Caribe, así como la tercera parte de los recursos hídricos renovables del mundo. El 92% del bosque también se encuentra en esta región, principalmente en Brasil y Perú, países que junto con Colombia, Ecuador, México y Venezuela albergan entre un 60 y un 70% de todas las formas de vida del planeta.

La tierra no conoce límites y fronteras, y ningún país puede ser “grande” si decide destruir el habitat en el cual nosotros tenemos que vivir hoy y en el cual mañana tendrán que “sobrevivir” las nuevas generaciones. Y eso vale para todos, no importa si viven en Pittsburg o en Paris.


🇺🇸 Ahora puedes leer los Editoriales también en inglés: http://bit.ly/2s7Ozwh

Photo Credits: possan

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