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América Latina y la izquierda latinoamericana

Una sola realidad, dos maneras distintas de interpretarla. América Latina sigue siendo un hemisferio de contrastes. Y Venezuela y Brasil representan apenas la punta de un iceberg en el cual domina la heterogeneidad de países diferentes en culturas y en tradiciones que buscan un camino común hacia el crecimiento económico sostenible y el desarrollo social real.

Protestas y marchas. Son el pan de cada día en Venezuela y, ahora, en Brasil. La diferencia, sin embargo, reside en la actitud de cada gobierno frente a las manifestaciones de disidencia. En el primero, se reprimen con violencia inusual; en el otro se toleran y se consideran expresión de la dialéctica natural en democracia. En el primero se acusa de “golpistas”, “fascistas” y “antidemocráticos”  a quienes participan en ellas y se encarcela a quienes las organizan; en el otro, se respeta a quienes manifiestan pacíficamente y se escuchan los planteamientos de quienes las organizan. No es que en Brasil no pueda haber violencia o excesos, simplemente la represión no se ha vuelto una política de Estado. Ahí está la gran contradicción. Decimos, en Venezuela la presunta izquierda, la que gobierna, emplea el lenguaje de los gobiernos con vocación autoritaria y actúa como uno de ellos al tiempo que en Brasil se han superado viejos esquemas y se exploran nuevos caminos.

En Venezuela se teme la alternancia en el poder y, bajo la bandera de una presunta “revolución socialista” que nunca ha sido, se desempolvan esquemas de antaño, los que creíamos parte de una historia lejana: “el pensamiento único”. En Brasil, en cambio, el gobierno se confronta abiertamente con el resto de la sociedad.

Hoy la izquierda latinoamericana es afortunadamente otra. O, mejor dicho, es la de siempre pero más madura y consciente de los cambios de la sociedad y de su entorno. No repudia la “Revolución Rusa”, la “Gran marcha” de Mao o la “revolución cubana”. Mas reconoce los excesos y los errores de estas; excesos y errores que las condenaron al fracaso y transformaron los sueños de una sociedad más justa en dictaduras sangrientas e intolerables. La izquierda moderna latinoamericana busca caminos nuevos sin olvidar su pasado, para no cometer nuevamente errores atroces. De ahí que no debe extrañar lo que está pasando en Brasil, en Chile, en Perú y en Uruguay.

En estos países, como en otros de nuestro hemisferio, la figura del caudillo o del “gendarme necesario” – Laureano Vallenilla Lanz, dixit – es parte del pasado; un capítulo de historia cerrado mas no olvidado. También lo es el “pensamiento único”, vestigio de las dictaduras del 900. La dialéctica política, mecanismo esencial para el verdadero ejercicio de la libertad, es parte de la cultura democrática de nuestras naciones. Ya no existe un sólo partido sino muchos partidos, coaliciones de partidos y movimientos políticos. No existe un líder, sino muchas personalidades quienes destacan por su carisma, personalidad. La confrontación, el debate son permanentes. Se comparan ideas, se confrontan programas y se ilustran posturas. El debate es parte esencial del desarrollo político.

En Uruguay, por ejemplo, “Pepe” Mujica se diferenció del gobierno anterior, el también izquierdista Tabáre Vásquez, por algo más que simples matices. Decimos, Tabáre, en su primera presidencia, puso énfasis en los aspectos sociales-redistributivos; Mujica, en la conquistas sociales, como por ejemplo el matrimonio entre personas del mismo sexo.

En Brasil, en la pasada campaña electoral, las diferencias entre Dilma Rousseff  y Marina Silva, las dos ex ministros del presidente Ignacio “Lula” Da Silva, eran notables, aún siendo ambas mujeres de izquierda. A la primera se le vinculaba al pasado a la otra más claramente al futuro.

No es verdad que la izquierda, como algunos analistas sostienen, ya no existe como ideología. Y que los movimientos socialistas de otrora se han transformado en socialdemócratas. Al contrario, se han fortalecido y modernizado. Sin embargo, han abandonado esquemas vetustos e intransitables en la era de la globalización para explorar otros más pragmáticos que no buscan nivelar la sociedad sino mejorar la calidad de vida de los ciudadanos en el respeto de sus diferencias, sus peculiaridades y sus aspiraciones.

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