Pasó lo que todos temíamos. Decir que fue la crónica de una muerte anunciada es un lugar común. Y, sin embargo, por más que pudiese ser una expresión desgastada en nuestros días, es tal vez la única que ilustra, en todo su dramatismo, lo que ha pasado en las negociaciones las cuales, hasta lo último, sostuvo Argentina para evitar el desenlace final. Decimos, el ‘default técnico’ que la condena a seguir excluida del sistema financiero mundial, como lo ha sido desde el año 2001.
Es este el séptimo ‘default’ de Argentina, provocado por la deuda externa, desde que conquistara su independencia hace unos 200 años. Este, cuyos efectos son previsibles sólo en parte, es el segundo en menos de 13 años. Y, si se quiere, es la consecuencia del del año 2001 el cual, con sus casi 100 mil millones de dólares, fue el mayor en la historia. Mas, el que se ha consumido en estos días y que tuvo en vilo a los argentinos y a toda la comunidad latinoamericana, es ‘sui generis’. A saber, no fue por falta de dinero, que sí lo había, sino por una decisión judicial. Es por eso que Argentina continúa insistiendo en que no se puede hablar de ‘insolvencia’, alegando que esta ocurre tan sólo cuando no se honran los compromisos; y es la razón por la cual Standard’s & Poor, empleando un eufemismo para indicar que había dinero y existía la voluntad de cumplir, lo define ‘default técnico’.
Para entender lo que ha pasado es necesario un poco de historia. Hay que buscar entre los pliegues del pasado y remontarse al año 1991. A comienzos de la década de los ’90, el gobierno del presidente Carlos Menem decide anclar el peso argentino al dólar norteamericano. La estrategia, en los primeros años, permite alcanzar los objetivos fijados. No obstante, a partir del 1997, y tal vez aún antes, comienza a mostrar sus debilidades. A saber, necesita un flujo constante de divisas en cantidades suficientes para satisfacer la demanda del mercado; no permite devaluar y, por lo tanto, pone en evidente desventaja a los productores nacionales quienes deben competir con importaciones cada vez más baratas. Aún así, se mantiene y, para asegurar su subsistencia, se recurre al endeudamiento externo. A mediados del 2001, comienza a venir menos la confianza en el modelo económico argentino. Y en noviembre del mismo año, los grandes inversionistas retiran sus depositos. Es asì como la coyuntura se hace insostenible. La fuga de capitales alcanza los 80 mil millones de dólares; una cifra sin precedentes. El castillo de naipes, construido sobre el anclaje cambiario, se viene abajo irremediablemente.
Los mercados financieros, frente a una deuda que crece de manera exponencial, se cierran. El contexto económico nacional hace imprescindible un golpe de timón. Se decide poner límites semanales a los retiros. Es el “Corralito” que desata la ira popular y determina la caída del gobierno del presidente Fernando de La Rúa. Los argentinos viven meses difíciles y la instabilidad política y económica hace temer un regreso al pasado. Decimos, a los años de cruel represión, tortura y desaparecidos. El epílogo inevitable ya lo conocemos: la declaración de ‘default’.
En 2003, comienzan las negociaciones. Y, entre 2005 y 2010, se lleva a cabo un prudente programa de reestructuración de la deuda. Los acreedores renuncian a hasta el 70 por ciento de su dinero. Mas, no todos. Un 8 por ciento prefiere abstenerse y mantenerse al margen. Es así como, mientras Argentina evita posturas radicales, multiplica las señales de distensión hacia el mundo financiero y alcanza acuerdos con el ‘Club de París’, los fondos Hedge (de riesgo) comienzan a comprar a los ‘holdouts’ bonos de la deuda argentina. Y lo hacen por mucho menos de su valor nominal. Luego exigen a un juzgado de Nueva York el reconocimiento del pago de la totalidad de la deuda. Y el juzgado falla en su favor.
Entre la espada y la pared. Lo que sigue es historia harto conocida. Si Argentina ofrece a los fondo Hedge condiciones mejores que a los demás, quienes poseen papeles de la deuda argentina y aceptaron la reestructuración, por la clausula ‘pari pasu’ que caduca en diciembre, pueden reclamar el mismo trato. En fin, el monto de la deuda alcanzaría cifras imposibles.
El desenlace, como hemos dicho, es harto conocido: el ‘default técnico’. Los que se desconocen son las consecuencias para América Latina. De hecho, la condición de ‘insolvente’ no compromete de manera significativa la posición del país austral. Este ya se encontraba fuera del mercado internacional. El ‘defaul’ argentino, aun cuando ‘técnico’, seguramente contribuye a crear un clima de desconfianza del sistema financiero hacia nuestro hemisferio. Y, cuanto más alto es el riesgo país, tanto más lo es el costo del endeudamiento. La ecuación es simple. En consecuencia, podría verificarse, en los próximos meses, un desaceleramiento en el ritmo de crecimiento de las naciones con reflejos negativos en el empleo y, por ende, en el bienestar de los trabajadores.