Se acabó la canícula y se reanudó con estrépito la estación lluviosa en estos parajes del trópico. Esta tarde cayó un aguacero tan descomunal que los sapos salieron a hacer fiesta en los charcos y las pequeñas corrientes que bajaban de la colina donde se encuentra nuestra casa rural.
Relampagueaba en el sur, sobre los cerros de la fila costeña, y en el Golfo de Nicoya hacia el noroeste. Caía tanta agua del cielo que la lluvia parecía cascada. El ventolero del este empujaba los goterones hacia el oeste con fuerza. Tuve que recoger la hamaca de debajo del almendro y refugiarme bajo el techo de la terraza. Oscureció tanto que sólo los relámpagos iluminaban el verdor circundante.
A pesar de la tormenta, sin embargo, tomé el café negro de las 4 p.m. en la terraza mientras se desahogaba el cielo. Para quien gusta de la lluvia, ha sido una tarde excepcional: un presente del divino Tláloc.
Ahora ha cesado el aguacero. Los sapos y las ranas cantan su amor al agua con más brío que nunca. Hay fiesta en los humedales de Lagunillas de Tárcoles.
Y hay fiesta en mi corazón, agradecido con la lluvia tropical, pues la amo también.
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