A veces hemos amanecido con un golpe de Estado, otras con el mismo presidente. Hemos visto despuntar el sol a orillas del Caribe festejando en una playa o hambrientos en nuestras camas. Hay días que hemos comenzado cruzando alguna frontera tratando de no mirar atrás.
Amanecemos con los ojos abiertos, con un idioma extranjero atragantado en garganta, escrutando nuestro futuro, mirando el techo a ver si encontramos respuestas nuevas y no una grieta que refleje nuestro derrumbe. Nos agarra el alba preguntándonos por el destino que tendremos como nación, el de nuestras familias y amigos, quienes también a su vez puede que tengan otros idiomas foráneos atravesados en sus cuerdas vocales. Tenemos gritos acallados por el miedo, un secuestrador o un ladrón vaciándonos la casa.
En estado de alerta y desasosegados, con los ojos legañosos, listos para lavarnos la cara con café, algunos logramos amanecer para vivir un día más mientras tenemos los dedos para que quizás sea el último amanecer acontecido de desgracias.