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daniel campos
Photo by: K-havens ©

Almuerzo espontáneo en Saigon Market

La espontaneidad es uno de los ingredientes más importantes de la amistad. La capacidad de improvisar juntos, de disfrutar los momentos conforme se van dando, aunque surjan imprevistos que alteran planes, nutren la voluntad de compartir. 

Me costó abrir los ojos aquel sábado por la mañana. Quería dormir más pero había quedado con mi amiga Tsun-Hui de ir a ver Things to Come, cinta de Mia Hansen-Love, con la actriz Isabelle Huppert en el papel de una profesora de filosofía a quien todas sus certezas profesionales y personales se le derrumban. Ante tal desmoronamiento, tenía justamente que adaptarse, ser flexible y espontánea, para seguir adelante.

La peli me interesaba y reencontrarme con mi amiga taiwanesa me hacía falta, así que me levanté, desayuné y salí con suficiente tiempo para ir al cine IFC en Greenwich Village.

Pero no contaba con el desmadre del tren F. Esperé casi media hora y no pasó. Luego pasó uno y no se detuvo en nuestra estación: lo habían enviado express. Le mandé un texto a Tsun-Hui. Me respondió: «Yo también tengo problemas. No corren el A ni el C. Tengo que ir hasta el World Trade Center a agarrar el E». Quedamos en intentarlo de todos modos.

Diez minutos después pasó el F por mi estación. Cuando llegué, mi amiga me estaba esperando a la salida de la estación West 4. Le dí un abrazo como si fuera Ulises llegando a Ítaca tras su odisea. Me lo devolvió como si ella fuera Ulises también. Pero ya no valía la pena entrar al cine.

–Ya me dio hambre –dijo, y me contó que allí cerca había un restaurante vietnamita que hace tiempo quería probar. Así que nos fuimos al Saigon Market, en University Place entre calles 11 y 12. Nos sentamos en las mesas del bar junto a los ventanales. Todos los comensales eran asiáticos: buena señal. Conversamos sobre viajes y libros y nos demoramos bastante en escoger platillos.

El mesero vino tres veces. A la cuarta, al menos habíamos escogido entrada: Ga Nuong Sate, pinchos de pollo a la plancha marinados en citronela y servidos con pepinillos y pedacitos de maní tostado y salsa sate también de maní. A la quinta, Tsun-Hui pidió Cahn Chua de vegetales, una sopa de caldo agridulce con piña, apio, tomate, frijoles tiernos y albahaca. Yo pedí Bahn Hoi de vegetales a la plancha. La descripción decía que eran fideos tejidos de arroz cocidos al vapor. La presentación me alucinó: eran realmente tejidos de fideos de arroz finamente entrelazados. Cada tejido venía en un corte rectangular. Sobre una cama de ocho tejidos rectangulares venían servidos los vegetales con maíz tierno, cebollino, chalote, maní y una salsa agridulce nuoc cham.

«Muy bonito, ¿pero cómo se come?», me pregunté. Tsun-Hui no sabía, yo menos. Opté por lo que cualquier mesoamericano habría hecho: usé los rectangulitos de fideos tejidos como si fueran tortillas. Pacientemente con los palitos saqué el primer tejido y lo coloqué en un plato aparte. Sobre la mitad del tejido fui colocando pedacitos de brócoli, hongos, zanahoria y demás. Después con los palitos cerré el rectángulo y me lo traje a la boca como si fuera tortilla, al estilo de un taco mexicano o un “gallo” tico. Esa primera vez había cargado demasiado el “gallo” vietnamita y se me desarmó. Pero fui perfeccionando la técnica.

Como soy tan lento en mis movimientos de la motora fina y comer me resultaba tan laborioso, Tsun-Hui al rato me dijo con sarcasmo:

–¿Estás ocupado? –, y se rio.

–¡Diay, sí, mucho!

Pero al estilo mesoamericano me comí todo el Bahn Hoi. ¡Y con palitos! Que no se diga que usé el tenedor y las manos.

Cuando terminamos de almorzar se me vino encima la marea alcalina:

–Yo no sé si es el cansancio o el frío o la comida, pero me estoy durmiendo –le dije.

–Es el calorcito aquí adentro y la comida, porque yo también.

Decidimos irnos a casa. Acompañé a Tsun-Hui unas pocas cuadras al norte hasta la estación de Union Square. Nos abrazamos con la promesa de vernos de nuevo, ojalá para ver la peli, y nos despedimos. Habíamos disfrutado con espontaneidad y nos daban ganas de encontrarnos de nuevo.


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