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Almas en pena

El sol se acuesta temprano en los días que mueren a la altura del Ecuador. A las siete de la noche, las calles se vacían como por arte de magia, todo el mundo desaparece, y la oscuridad es la que manda. Celajes, sombras, sospechas y miedo. Cada uno con sus fantasmas. Todo el mundo corre por volver pronto a su casa, cuando cierra la oficina, luego de la cola en el supermercado o a la salida del teatro, que ahora sucede a las cuatro de la tarde, antes de que la luz se apague, por trópico y por ineficiencia eléctrica de los que están a cargo. No da tiempo de comentar mucho, la estampida es lo que rige. Una estampida de almas en pena, con ojos en las espaldas.

Las almas que habitan en los cuerpos de gentes que antes significaban pero que ya no pertenecen, perdidas, que vuelven a sus cuevas. 

No importa si viven en su misma casa de hace años, padres y abuelos, es difícil reconocerse en los recuerdos de lo que fue, pues cada vez quedan menos rastros. Las casas en deterioro, aunque no abandonadas, ahora habitadas por fantasmas. Se parece a La Habana… pero es Caracas.

Hay momentos de la historia que te permiten ver con más crudeza la verdad de las cosas que suceden, las que dejaron de suceder y sus gentes. Cuando todo se precipita. La heredera trata de vender pero atrapada en el tiempo como está, en el cerco que impone un 700% de inflación, se resigna al reconocer que lo que valía ya no vale nada, como por asalto.

Los que se fueron evitando el arrastre de esta caída libre que pareciera no tener coto, aunque enfrentados a lo sicótico que puede ser emigrar, tienen por lo menos el aliento de tratar de restituir la ilusión, por re-establecer un hilo de vida, en la tarea de salvar el pellejo. Conectados siempre, aunque muchas de las veces calladamente, con la esperanza de que todo cambie. Enchufados en la civilización del texto, relación mediatizada con la realidad. Los que se fueron, cargan con la culpa. 

Mientras, los fantasmas también sienten. Lo que no tienen es responsabilidad. Ya no importan y ya no importa. Están vivos en algún twiter, chat familiar, pero muertos porque no se pueden asir a ningún objeto que los explique. Amenazados por otra gente que ahora ocupa el espacio que antes ellos ocupaban. El espacio que antes les era familiar, ahora perdido en la memoria, ya no los constituye. Sin embargo, cuando la urgencia que impone la alegría del optimismo se detiene, se instala una cierta paz… como un tiempo que se estira, más lento que otros tiempos.

De todas maneras, en las tinieblas no hay certezas, me excuso. Cuando no hay luz, las impresiones penumbrosas, tenebrosas… ocasionan ideas tristes. Y cuando el miedo crece, fertiliza los demonios.

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