Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Algo que asusta allá afuera

Una muchedumbre inundó de nuevo las calles de Venezuela y de nuevo, no faltaron quienes alzaron su voz para augurar victorias que aún no son ciertas. Y es que nos guste o no, la verdad es que cada día que la élite permanece en el poder es para ella un triunfo, como igualmente es una verdad irrefutable, que el tiempo favorece al régimen.

La élite lo sabe, lo usa y, aun peor, abusa de las penurias que apartan al ciudadano de la calle y le realzan el oprobioso señorío que la usurpación ejerce sobre su cotidianidad. Su meta es sobrevivir un día más en el poder, y para ello, no lo dudo, hará todo lo que sea necesario, sea esto legal o no, sea sensato o no. El delincuente arrinconado no razona ni negocia. La certeza de una condena en su contra les anima a jugarse el full monty, a jugarse a Rosa Linda. El criminal prefiere y acepta la muerte como un destino mucho más apetecible que la braga anaranjada y décadas de encierro.

No hay diálogo posible. No hay negociación posible. El que delinque, el que se sabe preso, huye, se atrinchera y, en el peor de los casos, como las ratas arrinconadas, dentellea con fiereza aunque su muerte sea segura. Solo así se comprende la tozudez de tantos para reconocer que sus dictaduras han llegado a término. No lo dudemos, si han de irse, lo harán cruentamente, porque para la élite, para la cúpula regente no hay refugio posible, no hay redención en la rendición de su causa.

Sé que no es posible reducir a la dictadura sin sangre, sin dolor, sin lágrimas, sin sudor, porque para la élite, ya antes de su ascenso al poder, se trató – y se trata – de una guerra contra una sociedad que sin ser culpable, recibió – y recibe – el odio visceral de quienes envenenados por resentimientos diversos, vomitan su odio contra todos y lo más obvio, cobran su venganza por afrentas sin culpables. Sin embargo, el tiempo desgasta a una oposición que aún hoy, con el respaldo del mundo verdaderamente democrático, lleva cuesta arriba una carga pesada sobre sus hombros.

Saltan aguerridos defensores del liderazgo, que renunciando a su juicio, tal vez porque es menos doloroso, escupen su visceralidad sobre quienes desesperados, ya no aguantan su cotidianidad hostilizada hasta hacer de sus vidas una mierda. Regañan impensadamente a los que a diario enfrentan la crudeza y malignidad de un régimen que los quiere rendidos a su voluntad. Olvidan que sus ofensas solo animan el fuego que forja iluminados y caudillos, que como Chávez ofrezcan el oro, el remanso y acaso lo que anhelan tantos: venganza. Pero, lo sé, lo sabemos; esos iluminados traen consigo más desventuras que beneficios.

Ciegos por su soberbia y por qué negarlo, sus egos engrandecidos, esa defensa visceral olvida el verdadero riesgo, como lo es que de la candela emerja un encantador de serpientes, un charlatán que impíamente solo sustituya un horror por otro.

No sé cómo decirlo, como explicar lo que nos amenaza. Pero me aterra la pasmosa superficialidad de quienes cómodamente, porque, en medio de todo, sus vidas aún suceden dentro de una relativa normalidad, chapotean en la superficialidad y la banalidad. Quienes sin criterio, empujados por el terror a encarar una verdad inobjetable, una verdad terrible, se embriagan con estribillos y no ven el polvorín a punto de explotar, la ira descontrolada de una muchedumbre que echada a las calles, no tendrá melindres para hacer lo que las masas encolerizadas hacen: crear caos, destruir, anarquizar.

No quiero ser agorero, pero no puedo callarme. No debo. Para muchos, la guerra está ganada y eso, por más doloroso que nos resulte, es falso; porque, como ya dije antes, para la élite, cada día en el poder, es un triunfo. Su objetivo es desgastarnos, doblegarnos, quebrarnos el espíritu y el vigor. Nos toca pues, reinventarnos como sociedad y con los pies bien posados sobre el suelo cenagoso que en estas horas horrendas nos toca pisar, construir entre todos la anhelada transición. Sin egoísmos, hermanados en una causa que le interesa a cada uno de nosotros íntimamente, ir hasta la puerta que debamos ir para convencer a quienes tengamos que convencer para que cese la usurpación lo antes posible.

Hey you,
¿nos brindas un café?