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Ahora yo sí soy estética

Lo más terrible de los escándalos que ocurren en la farándula política de Venezuela, no es solamente que nunca se termina conociendo la verdad de quién ama a quién, quién robó a quién, o quién mató a quién, pues ya a eso nos hemos acostumbrado… sino la estética que exhiben, a la que también pareciéramos acostumbrados, que salpica todas las esferas, y que es producto de un sistema de valores que perpetua a la mujer en su condición de objeto de uso y abuso.

Los dimes y diretes con sus respectivas imágenes son un río revuelto y hace tanto, que no sólo pareciéramos estar habituados a las aguas turbias, sino a todo tipo de monstruosas criaturas que emergen de su cauce y muestran su peor cara.

En el país donde los presos tienen pistolas, abundan las páginas noticiosas prestas a difundir cualquier rumor, romance o traición, diseñadas con el peor de los gustos, tituladas con insultos, mentiras y excesos, donde se exhibe sin pudor la estética que viene del poder, dentro y fuera de la ley, y que salpica a los que menos.

Los hombres cada vez más gordos, sus papadas ajustadas en Louis Vuitton o similares, si cada vez son más gordos es porque cada vez tienen más y así es que muestran que más pueden, son símbolo del poder. Las mujeres con cada vez más senos y nalgas operadas hasta la deformidad, porque también, mientras más tienen más son y andan con quien es, son símbolo de status. Relojes, aviones, yates, las camionetas cuatro por cuatro, llenas de amigos que posan sus frenéticas sonrisas enderezadas con relucientes frenillos, con sus vasos desechables llenos de alcohol en la carretera a la playa, mientras más ríen, más felices, son símbolo de lo que mientan “buena vida” al pie de la foto.

Mientan de mentar, no de mentir… aunque esa noción de buena vida bien podría tener que ver con una mentira que viene de lejos: desde que aceptamos que fuera Osmel Sousa el que decidiera cuáles mujeres eran bellas y cuáles no, de suerte que el país entero se empezó a regir por sus códigos estéticos -por no hablar de los éticos-. Sousa ha venido decidiendo de qué tamaño han de ser los implantes, hasta donde subir las encías, y si sobra una costilla. Todo demasiado costoso para un país donde todas quieren ser Miss.

Sin dinero no llegas a Miss ni que seas linda… y si quieres ser Miss es para poder tener dinero. Esa dialéctica nos ha hecho testigos de la opulencia y desgracia de muchas misses hasta el paroxismo de las coronadas como Reinas de la Mafia, entre las que se cuentan Miss Anzoátegui 2000, Miss Zulia 2008, Miss Venezuela Turismo 2011, entrenadas en pasarelas, amantes de pranes, personeros de gobierno o súbitos millonarios, los nuevos gordos poderosos que se ejercen en el país enrarecido. Misses luego modelos, en la cárcel, luego actrices, esperando juicio, luego dj’s, luego muertas… eso sí, enterradas con su banda de Miss. Su logro, el mérito de haber nacido bellas y haber conseguido quien pagara los retoques quirúrgicos para cubrir con los requerimientos, cada vez más voluptuosos.

La belleza dejó de estar relacionada con la inteligencia, el talento, el carácter, la elegancia o la sensibilidad, hace mucho. La idea de felicidad de la Venezuela del siglo XXI, poco tiene que ver con la satisfacción ligada al logro después del esfuerzo, la plenitud del amor correspondido o la bonanza y la dulzura que da querer y ser querido. La apariencia de las cosas dejó de estar sembrada en algún contenido, la estética dejó de ser expresión de una ética. Ahora lo importante es simplemente mostrar. Todo es, si se muestra: la amistad se ve en la fiesta desatada en el yate, la felicidad en el apartamento de lujo, el carro es la potencia sexual que también se muestra con las tetas operadas de la menor de edad, y eso muestra a su vez el amor que el viejo le tiene… ahora yo sí soy estética, celebra la niña.

La felicidad se mide en gasto y consumo, incluidas las mujeres entre los bienes que más que dar confort, sirven para mostrar lo que se tiene. No importa lo que se haga por obtener lo que se quiere. La ostentación dejó de ser vulgar y pasó a ser necesaria. Es así como la foto del grupo de recién conocidos abrazados en la discoteca, es la imagen de la amistad que se postea en las redes sociales. “Amigos” que lucen cómodos, no les importa exhibirse en el papel de mascota del que tiene real en la cartera o algún poder sustraído del beneficio público. “Amigos” que abundan a billetazo sucio. Y en medio de la fiesta y la euforia, se cuela el selfie y por eso es que todo el mundo se entera de la intimidad secreta de la farándula del gobierno, ilegal, corrupta o pedófila, no importa, en Venezuela los pedófilos no van a la cárcel.

Son las madres las que se encargan del training de sus hijas, apostando al jugoso beneficio ulterior. Maquillan a sus hijas, les ponen tacones y les alisan el pelo, las ensayan a contonearse embutidas en ropa apretada, desde los tres años de edad y la familia aplaude la gracia, todos likean la foto, todos apuestan. El regalo perfecto para una quinceañera, sin distingo de clase, es el implante de senos, mientras más grandes, mejor. Son las madres quienes luego animan a sus hijas a conseguirse un viejo con real para “salir de abajo”. Y si las maltrata, que aguanten porque las tienen “como a unas reinas”. Una vez vendida la hija, las madres también obtienen el beneficio quirúrgico, entetadas, engalgadas, rejuvenecidas, exhiben sus bikinis, carteras y guilindajos, apartamentos y camionetas sin pudor, pues para eso son. Y así se va colando la información.

Y los ladrones y poderosos que pagan, quedan acreditados con los nuevos símbolos de status, bling bling de una nueva burguesía que consume niñas y mujeres con descarado apetito.

Esa estética se ha regado como una peste, afectando hasta a las niñas más modosas y de su casa, de más alta extracción social, con educación y buenas costumbres, que también quieren su par de tetas.

¿Dónde se origina el paradigma? ¿Dónde, la estética imperante de nudismo vestimentario e implantes, que salpica a todas? Imaginería indecorosa que pareciera rociarlo todo, en el país de “las mujeres más bellas del mundo”, que se viene entreteniendo desde hace mucho con el Miss Venezuela y las telenovelas de creciente vulgaridad, fuente inagotable de inspiración originaria de lo feo que ahora es bello.

La televisión desde el principio de sus tiempos, ofrecía el modelo aspiracional del protagonista millonario que se enamora de la joven sirvienta humilde y casta, sufrida y buena. No importan los 200 capítulos de maltratos, todo el mundo sabe que al final el amor verdadero del millonario vence y redime a la sirvienta en el último capítulo. Entiéndase por millonario a Raúl Amundaray tapizado por alguna seda falsa a la manera de bata, copete laqueado, pipa y copa de brandy llena de refresco, en biblioteca de libros de utilería. La sirvienta, por su parte, con los años le fue subiendo el ruedo a la falda, abriéndose el escote, aunque siempre se mantuvo casta y pura. Pareciera que no sirvieron de nada los hallazgos de letras ilustres prestadas a la televisión que mostraban otra manera de entender la felicidad.

La apología del mal gusto, el elogio de una manera de vivir, expresión vulgar y frívola que poco tiene que ver con el buen vivir y la calidad de vida, se hizo iconografía nacional desde entonces. La superficialidad en la producción de los decorados y vestuarios baratos, los mal fundados arquetipos gestuales de los actores, en las historias que nos marcaron para siempre, ahora se cosechan. Porque abrieron el camino, la brecha que nos condujo hasta la efervescencia de la vulgaridad que nos hiere ahora y que salpica al más pintado.

Debo decir que estas líneas surgen del enojo y desasosiego que me produce ver a tantas niñas infelices mostrando una felicidad substraída y mal habida… trofeos de una estética tan desalmada como aparentemente tatuada con saña en nuestra idiosincrasia.

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Lucía López Vázquez
Lucía López Vázquez
8 years ago

Esta característica de la sociedad venezolana me asquea profundamente. Cada vez que veo un video de Osmel Sousa diciendo cualquier cosa casi pienso que hace más mal que Chávez. Cada vez que escucho a alguien emocionada (porque suelen ser mujeres) por el Miss Venezuela no puedo evitar perderle un poco de respeto. Cada vez que veo un implante más grande que el más grande que había visto hasta entonces me pregunto si la vulgaridad no tiene límites. Me cuesta sentirme parte de esta sociedad. Gracias por escribir esto, Lupe.

lu
lu
8 years ago

Es la deshonestidad lo que me asquea y angustia, es la manera como con caña y excesos vamos ahogando la voz del alma que es nuestro pedacito de verdad.
Desamor, maltrato, torturas por una imagen que vender.
Sin embargo son procesos y aunque yo no lo pueda entender, estoy segura de que este derroche de cloacas es parte de un camino mucho más luminoso.

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