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Adaptarnos a la incertidumbre

Es un hecho: los seres humanos vivimos en la incertidumbre. La inseguridad, en estos momentos, es agravada por la pandemia que nos hace sentir en peligro, dentro o fuera del hogar. Para sentirnos tranquilos necesitamos certezas. Cuanto más nos acostumbramos a la rutina de la vida cotidiana, menos flexibles y adaptables nos volvemos frente a lo inesperado. No nos percatamos que contamos genéticamente con el instinto de conservación que es el encargado de la sobrevivencia; esta maravilla se encuentra en el sistema límbico, el cerebro más primitivo: el reptiliano. El problema es que ya no nos persiguen los animales salvajes, sino microscópicos.

En la pandemia la alarma se encuentra en alerta por el temor al virus, además de la preocupación que generan las consecuencias económicas y los impactos en la salud física y mental. Cuando el cerebro instintivo capta un peligro, algo urgente, no busca confirmar la percepción, actúa de manera apresurada y dispara una respuesta. Prepara las hormonas para darnos la energía: correr o pelear. Puede que reaccionemos con un arrebato de rabia o nos paralicemos por el miedo, este mecanismo de defensa instintivo reacciona antes que el córtex; el cerebro racional, el que identifica de manera razonada lo que está sucediendo.

La emoción se pone en marcha antes que el pensamiento. El área prefrontal constituye un moderador, permite la emisión de una respuesta más analítica y proporcionada al hecho. La alarma está prendida en situaciones de emergencia y también se agotan las respuestas. El control emocional no funciona eficazmente en un cerebro estresado. El confinamiento y la crisis económica han afectado el control de las emociones, se pierde tolerancia y por cualquier nimiedad se actúa a la defensiva. Veremos cómo se va a incrementar la violencia.

Son tiempos de incertidumbre, sufrimos ansiedad anticipatoria y no tenemos certeza de cuando volveremos a la vida cotidiana. Por el temor al contagio perdimos la libertad, todo se volvió un peligro, y en el mientras los gobiernos aprovechan para tomar el poder e imponernos reglas absurdas.

Las medidas tomadas para evitar el contagio nos separan hasta de los más cercanos, los adultos mayores sufren soledad y rechazo, no les permiten ingresar ni para comprar sus víveres. Uno de los valores que tenemos que fomentar es la solidaridad, no permitir que nos dividan, ayudarnos entre nosotros. Las personas que perdieron su negocio, su trabajo necesitan apoyo, la angustia les impide superar el problema. En esta batalla ya tenemos identificado al enemigo, no lo hemos vencido. Sin embargo, vivir con miedo y ansiedad afecta nuestra arma más poderosa, el sistema inmunológico.

Es importante despertar habilidades: la creatividad, imaginación, la capacidad de pensar para reconstruirnos. Otra habilidad importante, es la adaptación. Siéntate y escribe: ¿cómo adapto mis habilidades a este nuevo mundo? Otra pregunta: ¿cómo puedo trabajar con otras personas para ayudarlas y ayudarme? El país, el mundo, mejorarán en la medida que todos mejoremos. Cuidado, si estamos divididos los políticos se aprovecharán y se volverán dictadores. Dependemos de la tecnología, en la pandemia se ha vuelto indispensable, pero, no alimenta nuestras almas. La tecnología nos da información y sensación de seguridad. Sin embargo, es innegable que niños y jóvenes aprenden mejor vía presencial, en grupo.

Somos seres sociables, necesitamos el contacto humano, solidaridad, fuerza vital, fortaleza (resiliencia) y sentirnos seguros. La paradoja es que entre más distantes estamos más nos necesitamos. Nos necesitamos para no perder la esperanza, para darnos inspiración, ideas y motivarnos. No te contamines con la visión de los pesimistas, siembra pensamiento positivos y cosecharás felicidad. Como dijo atinadamente Viktor Frankl “Al hombre, se le puede arrebatar todo, salvo una cosa; la última de las libertades humanas. La elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias”.

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