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#6 Proyecto Postales: La oficina del negro

«Cuando llegás a la isla, preguntá por el papu«, me dijeron. Y tanto lo repitieron distintos viajeros que me crucé por el sudeste asiático, que la pregunta era inevitable al desembarcar en la isla. Algo así como un mantra viajero o una contraseña secreta de acceso a lo más prometedor de Koh Tao. Llegué y pregunté,  con un poco de desconfianza, en voz baja. Algunos me miraron raro, otros me ofrecían comida, excursiones… Pero funcionó. Un thai que andaba cerca del puerto con un cartel de taxi, me hizo una seña para que subiera a su camioneta. Anduvimos unos minutos por una calle cuesta arriba, pasamos una cascada y cuando terminamos de subir me hizo una seña para que me bajara. Tri jandred bat, me dijo asomado por la ventana. Le pagué, nada es gratis en la isla, menos los favores. Empujé la mochila y saludé al thai que había acelerado y ya estaba en la esquina.

La calle era angosta, húmeda, y estaba rodeada de palmeras. Me quedé un rato esperando, después caminé unos metros, no tenía idea de dónde estaba y pensé que capaz el papu no existía, o que el thai me había estafado y me estaban por secuestrar o algo así. El sueño de Sailor Moon reapareció: iba a morir en Tailandia, sola, en un camino de una isla de veintiún kilómetros cuadrados que no aparece en los planisferios, iba a morir en ese punto ínfimo de la tierra. Un mate para la rubia por favor, dijo alguien. Me di vuelta y un chico rubio salió de una de las casas de más allá con un mate en la mano. Jelou, me dijo. ¿Papu sos vos?, le pregunté y detrás del rubio asomó el que había dado la orden, un chico de barba y lentes de sol. Papu hay uno solo y soy yo, dijo. Estaba descalzo, en malla y sonreía. Había llegado a destino.

El papu había sido colectivero, manejaba un bondi que recorría el sur del conurbano bonaerense. De Puta Madre es el nombre de la academia de buceo que ahora maneja en Koh Tao. Desembarcó en la isla sin nada y ahora tiene la delegación de argentinos más grande de toda Tailandia. Los instructores que trabajan en DPM son argentinos, chilenos y españoles, pero las costumbres son solo argentinas. Cuánto más lejos de la patria, más fuertes, más arraigadas las pequeñas cosas. Reafirmar, a miles de kilómetros de distancia, de dónde uno viene, lo que uno es, se traduce en asados dos veces por semana, mate, fernet y dulce de leche con una religiosidad que asombra. El tráfico de provisiones argentinas en la isla de menos de dos mil habitantes debe ser el más grande de todo el sudeste asiático.

Qué terapia ni pastillas para dormir, el buceo es la solución mamu, me dice el papu y me tiende el mate. Le digo que iba con la idea de quedarme dos días pero el papu me convence para que me quede una semana. Me anoté en el curso de Open Water y así lo conocí al negro que es el de la foto de esta crónica. El negro fue mi instructor de buceo y era parte de la familia DPM. Su historia es similar a la de todos los que trabajan ahí: estuvo un tiempo viajando por el mundo, llegó a Koh Tao, buceó y se enamoró del agua. Lo conoció al papu y se quedó trabajando con él. Para siempre. Un para siempre que es más presente que futuro.

Salimos del agua y el negro sacó un pucho. Cuando logró prenderlo, después de varios intentos frustrados por los remolinos de viento, dio una pitada, largó el humo, sonrió y me señaló el horizonte con la mano del cigarrillo. Ésta es mi oficina, me dijo el negro. Estábamos en la embarcación, después de la primera inmersión de una hora en las playas de Twin Rocks; descansábamos antes de la segunda sesión de buceo y para calentar el cuerpo yo tomaba café mientras él fumaba. Miré para dónde me señalaba y su oficina era el mar, las islas verdes de fondo y el viento en la cara. El negro terminó el pucho. Vamo’ al agua rubia, me dijo. Era la última inmersión y bailamos la macarena a dieciocho metros de profundidad.

Hoy escribo esta crónica desde mi oficina que no se parece en nada a la del negro. Acá casi no veo la luz del día, el aire que respiro sale de la boca de aire acondicionado que tengo arriba de mi cabeza y siempre va en contra de la estación del año, en invierno es caliente y en verano, helado. Estoy rodeada de papeles y mi horizonte está a treinta centímetros de mi cara: es la pantalla de mi computadora. Nuestras oficinas no se parecen, lo sé, pero todavía nos quedan el asado, el mate, el dulce de leche y el fernet.

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Julio Merodio
8 years ago

Qué buen artículo! qué bien están descritas todas estas situaciones tan reales de Koh Tao con el Papu y el Negro. Me has sacado una buena sonrisa leyendo el post e imaginándomelos! 🙂

Claudia
Claudia
8 years ago

El negro es mi sobrino. Extrañamos a Gregre, tengo la esperanza que mueva su oficina más cerca de casa.!!!

Sebastian Ibañez
Sebastian Ibañez
8 years ago

Negro querido como se te extraña, pero que bien leer estos hermosos relatos de personas que van conociendo tu carisma y tus ganas de VIVIR! La gente de mar del te espera negro querido, ya lo sabes, como ya sabemos que vos nos esperas a nosotros, ya vamos a estar ahí birrita de por medio. Gracias cronista por presentar a mi amigo al mundo, es un hermoso que el mundo debe conocer!!!! Un fuerte abrazo, el PATRÓN

El negro Gregorio
El negro Gregorio
8 years ago

muchísimas gracias por esas palabras tan hermosas que relatan la vida que llevo y que quiero vivir. Gracias por mostrar a las personas que si se quiere, se puede y que todo puede cambiar con un poco de ganas y esfuerzo!!!

Santi Fijal
Santi Fijal
8 years ago

De nada negrito…

Bel
Bel
8 years ago

Leer el artículo y revivir tal cual esos momentos! Nunca mejor descriptos el Papu y el Negro! Genios totales!

martin celleri
martin celleri
8 years ago

el papu es miguelito ….un amigo de nuestra familia …un aventurero como pocos de espíritu libre ..!!!

Belu
Belu
8 years ago

Muy buena!

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