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Etimología del orgasmo.

En Venezuela, cuando empecé a hablar de esas cosas, se decía “me fui”. ¿Te fuiste? ¿Se fue? ¿No se fueron juntos? Me fui… ¿llegaste? Llegué. Suerte de viaje al más allá con la seguridad del retorno, navegación del cuerpo astral, ascenso nebuloso incandescente, pequeña muerte sin miedo, erupción, fuegos artificiales, nada te detiene, lo más cercano a volar, olvídate del parapente. Y… ¿no te volvió a llamar? ¿Lo volviste a ver después de eso? ¿Te vas a mudar con él? Eso es otra cosa…

En el Newsweek de México que leo unos cuantos años después, hace un mes, se habla de un servicio de carros sin chofer que aparecerá en un futuro más inmediato de lo que se alcanza a imaginar. Y así de fácil el escrito anuncia también, todo lo que puede pasar dentro del carro, cuando te desplazas con las manos libres: libres para comer, para leer y escribir… libres para amar. Sospechan que el servicio será sobre todo solicitado por adolescentes interesados en invitar a dar una vuelta a las destinatarias de su deseo, para el libre y discreto ejercicio de su sexualidad, sin testigos ni perturbaciones, y como la carroza de Cenicienta, terminado el asunto, calabaza, calabaza, cada uno para su casa. Car2come es el nombre del servicio, car to come, carro para venir. Porque en México, tener un orgasmo no es irse sino venir. Es decir, volver, regresar a sí mismo, venirse. Es decir, ¿sucede en sentido contrario? ¿No es igual para todo el mundo? Unos van y otros vienen, unos se fueron, llegaron, y otros se vinieron. ¿Qué más se le puede pedir a la vida?

 

Territorios mal fundados.

Pequeños fundos del poder que yace aparentemente dormido hasta que se le da la oportunidad de morder. Como por el mismo arte de la gracia de la vida que continua, nos salva de los poderes enquistados, surgen esos otros poderes aún más oscuros, pequeños y rastreros. La envidia que brota como una lechina de generación espontánea y tropical, nos constituye en Venezuela de la peor manera, se propaga como la mala hierba por los resquicios, infecta como la picada del insecto ponzoñoso que se esconde en la selva húmeda. Sin embargo, nos cuesta reconocerla, mucho menos asumirla, y así se propaga a sus anchas incurable. Doy fe, he sido víctima, me consta, nos consta a muchos. Y en estos días revueltos en que se vuelve más difícil tapar el sol con un dedo, nos llega el hedor de lo que se descompone bajo su luz… Cualquier cosa que diga, me viene a la cabeza alguna noticia que no me deja seguir: «ya empiezan a oler, tengan piedad», dicen los familiares que piden los restos de los reos masacrados en la requisa de la cárcel de Amazonas. El rencor, sin remedio aparente, se desplaza la maldad incontinente. Tanto que llega a salir, trascendiendo las fronteras. Los nativos de otras tierras, cotejan su clasificación preconcebida de los venezolanos, incultos, echones, fanfarrones, echa’os pa’lante, impúdicos, y la belleza de sus mujeres, con el cara a cara de la arepa portátil en cualquier calle de Lima o Quito. Soldados y soldadas venezolanos que ahora venden pantaletas a voces en el mercado. No se ayudan entre ellos, explican que es por envidia. Y aunque es duro, no vuelven; en su huida le dejaron el campo libre a los más malos que permanecen ejecutando impunemente su poder armado. Dice el Guyana Guardian que otros soldados han llegado hambrientos a Guyana en busca de algo que comer, pero son detenidos. Una misma hambre que aparentemente también explica la desaparición de los animales del zoológico del Zulia. En Venezuela lo nunca visto se ha vuelto comestible. Y apresable, alcaldes y magistrados, manifestantes o paseantes… mientras se esperan los billetes nuevos que no llegan, porque son muchos los que se pierden en los contrabandos de frontera… Y así también se exportan escritores que no se dicen afectos al gobierno, vendiéndose como portadores de un talento que no tienen, -vale por toda prueba, por no incurrir en la maledicencia, la escueta puesta en praxis, en escena o papel, de lo que escriben-. Y los otros países que no entienden los cómo ni por qué, los avalan a ciegas… los imposibles desde adentro, tampoco se entienden. Y es así que surgen artistas desconocidos en su tierra, que sin remordimiento gozan del escueto reconocimiento que suena a grandeza por la distancia. “Artistas” según la misma nomenclatura que permite que algunos aun llamen “poeta” al asesino conchupante en cargo fiscal de defensa ciudadana. Mientras otros tantos, muchos buenos, sufren del destierro en su propia tierra, sin amigos ni editoriales.

Hay que decir que son los más los que, estén donde estén, intentan ordenar sus letras sin que el país los ahogue.

 

Los hijos varones de mi generación.

Es verdad que la gente que empieza, los más jóvenes, con su fuerza hecha de inocencias, de alguna manera nos cura del mal infeccioso de los que se han quedado atrás y acechan a la sombra, o duermen su tristeza y desesperanza, o sobreviven insistiendo en el error. Oigo los pájaros afuera, otros, no los de ayer que ya perdimos, los nuevos silbos inocentes. (Eugenio Montejo). Bellos, dulces, efebos que tratan bien a las mujeres sin condescendencia de género, jóvenes y viejas, como si supieran que también vale lo que pasa fuera de la cama, para conseguir felicidades y respetos bien habidos, mejores ratos, risas y complicidades, juegos y en serio. Seguros, calmados, bien dispuestos, sonrientes, no tienen miedo a lo doméstico, a la burla fácil, sin culpas ni reclamos, están hechos de hogares sinceros, de mujeres valientes solas o acompañadas, en ejercicio de sus voluntades y están dispuestos a construir amores completos, de buen humor. Me atrevo a decir que son mejores hombres que los de siempre. Y me siembro en esa percepción cariñosa, mirándolos desde la sabia distancia que me otorga pertenecer a la generación de sus madres.

 

Encuentros del primer tipo.

Que es el tipo de encuentro más fácil, cuando te reconoces sin querer. Por el acento, o el camina’o, de la pareja de maracuchos que mira las mismas almohadas de plumas en la tienda de Red Hook. Ella dentista, vive en Guadalajara. El la siguió por amor y sigue buscando empleo, pero les alcanza para las vacaciones en NYC y aprovechan el acceso al buen diseño a precio accesible de IKEA sin importar lo efímero porque, de todas maneras, vivimos tiempos en los que, el para toda la vida, ya no se conjuga.

Es viernes y la entrada es libre en el MOMA. Con el ahorro de la entrada puedes darte el lujo de un snack en la cafetería de grandes mesas compartidas y el que distribuye a los comensales, de lo más hípster, no te engaña, es de Valencia y aún no sabe qué quiere estudiar, pero sabe que no quiere volver. Y de pronto en algún autobús de un día perdido en una ciudad extranjera, un pasajero no muy lejano e imprudente, escucha su video sin audífonos y el sonido que se escapa, convierte el autobús en útero, te devuelve tu casa, navidad o parranda, cumpleaños o vacaciones en la playa, el cuatro que suena desde el teléfono imprudente de, sin duda alguna, otro pasajero venezolano, y se te despiertan las canciones que nos sabemos todos, sobre todo después de varios caballitos frenaos que es cuando nadie se frena y canta aunque sea en otro tono, y esta era una vieja que tenía una puerca bajo la cama la mantenía… hasta que te llega la alerta noticiosa, y te enteras del atentado en Barcelona y te sientes sin mundo, sin vía de escape.

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