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Trinidad Pérez Arias

Trinidad Pérez Arias: Los grandes museos son centros turísticos

Trinidad Pérez Arias es doctora en Estudios Culturales Latinoamericanos de la Universidad Andina Simón Bolívar, sede Quito, y coordinadora del programa de Especialización en Museos y Patrimonio Histórico en la misma institución.

LA HISTORIA NUESTRA, CABALLERO – BOGOTÁ - Intervenciones de monumentos de la colección permanente  del Museo Nacional de Colombia - 2010 Participante de la exposición temporal,  Las historias de un grito. 200 años de ser colombianos. Bicentenario
LA HISTORIA NUESTRA, CABALLERO – BOGOTÁ Intervenciones de monumentos de la colección permanente del Museo Nacional de Colombia

Tanto Trinidad como la entrevistadora, creen que la peluca negra que usa Bolívar en la foto, es la prueba máxima de que puede haber un divorcio entre cómo se cuenta y cómo se debería vivir la historia nacional en el museo -si es que, en efecto, nos podemos dar el lujo de hablar de una “historia nacional”-

– CM: ¿Cuál crees que sea el lugar reservado para la palabra “espectacularización” en el mundo del arte y, particularmente, de los museos contemporáneos?

TP: Yo creo que los grandes museos como el MoMA, el Louvre, el Guggenheim, son verdaderos centros turísticos. Por ejemplo, Londres es una de las ciudades en donde hay todo un circuito turístico-cultural que propone visitas a los museos y en donde hay guías especializados. Los museos se van renovando para mostrar de distinta forma lo que ya se ha mostrado durante décadas o siglos. Creo que eso es interesante de evaluar. Hay un mundo del arte vinculado, de forma tremenda, al mercado y creo que en los medios latinoamericanos poseemos escenas artísticas muy distintas, en donde no tenemos ni debemos seguramente creer que necesitamos ese tipo de instituciones. Ciertos museos en Estados Unidos, como el museo metropolitano, surgen de una sociedad específica, en donde la cultura es un capital: son inversiones. Son museos “públicos” que en realidad están construidos con fondos privados como, por ejemplo, el museo de arte moderno (MoMA). Es una construcción social completamente diferente a la que nosotros tenemos en nuestros países.

– El coleccionismo visto como institución, condicionó el nacimiento y la ontología del museo al dictar ciertos patrones a seguir dentro del espacio del “studio”, ¿crees que la institución museística pudo haber heredado algo de esta institución en cuanto a la relación visitante/objeto – visitante/espacio y los patrones de “disciplina” a seguir dentro del museo?

Muchos se están cuestionando eso. El otro día conversaba con una persona que había trabajado en los museos del Banco Central y le habían encargado una colección privada entregada al municipio. En torno a este hecho, ella pensaba que ha llegado el momento en el que las colecciones no deben separarse tanto entre lo que se expone y lo que se guarda, sino que el visitante debería poder conocer todo el acervo y las reservas, y esos distintos espacios que ocupan el museo. Creo que los museos tienen un gran reto para replantear como invitar al público a participar para que sea un público activo y no pasivo.

– Lo cual es también una cuestión compleja que engloba la relación entre patrimonio – colección – publico/acercamiento. En esta cuestión, el discurso del patrimonio ocupa un lugar preponderante en cuanto a la degradación de la obra u objeto de arte y es un término que queda suspendido en el aire: ¿el patrimonio sigue siendo el patrimonio que nos enseñaron?, ¿hay que resguardar una herencia preservando y conservando los objetos para que perduren en la memoria “nacional”? o, ¿hay que hacer replicas de todas las obras de arte para que el público sea capaz de tocarlas y acercarse a ellas a fin de apropiarse de un patrimonio que se hace llamar “nacional”?

Hay algo muy interesante sobre ese punto que se puede ver con la exposición del Bicentenario en el Museo Nacional de Colombia; museo que, claro, tiene una colección que quiere ser “nacional”. Al público se le preguntaba qué tanto se identificaba con ese sentido de nación. Los afro-descendientes, por ejemplo, decían no verse identificados en esta colección y entonces, ¡se le puso una peluca afro a Bolívar! Hicieron una serie de intervenciones en la ciudad invitando a ese tipo de reflexiones. El museo ha creído que tiene que ser un libro cerrado que tiene las respuestas y no un espacio que debería ser, a lo mejor, como una clase en donde se invite al público a hacerse preguntas sobre su lugar en la nación o en el mundo contemporáneo. Y no temer que con todo eso, se cuestione su propia institucionalidad.

– Tengo la impresión de que hay una falta de comunicación o sincronía entre el museo y el público, quien no termina de comprender -porque no se le ha explicado- que en el museo y en la exposición hay un hilo conductor materializado en la manera en que se disponen los espacios y las obras. ¿Es necesario “vulgarizar” este discurso?, ¿hace falta presentar un museo de un museo?

Claro, a veces falta poner en evidencia el funcionamiento del museo. Por ejemplo, en la Tate Modern en Londres, la exposición inaugural cuestionaba la forma tradicional de mostrar las vanguardias: había un paisaje del siglo XIX junto con una obra de un artista que trabajaba el paisaje desde el arte contemporáneo. Son lenguajes que el museo debería explicar.

– Se da por sentado el significado de la exposición, llegando incluso al punto de concebir el museo y sus objetos como un discurso de verdad. No hay un cuestionamiento crítico en el mismo hecho de pensar cosas tan poéticas como: ¿esto es lo que se hace llamar arte?, ¿qué es el arte?

El museo debería evidenciar que lo que construye son discursos, relatos. Se buscan nuevos lenguajes pero los museos deberían procurar explicar estos lenguajes, incluso pensar en proponer una sala para este fin. Es una manera de desnaturalizar el discurso del museo porque si no, uno entra y dice: “ah, es un museo y esto es el arte ecuatoriano”. Y no, no es el arte ecuatoriano… es sólo una visión del arte ecuatoriano propuesta por medio de una selección dentro del museo.

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