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escultor Edgar Negret

Trayecto nómada hacia la búsqueda de la obra del escultor Edgar Negret (1920-2012) (Parte I)

Trayecto hacia Negret

“Ser o no ser” era el dilema planteado por Shakespeare en Hamlet. Pero hemos llegado a un punto de la contemporaneidad en el que el dilema muta a “estar o no estar”. La validez de las situaciones depende por completo de la mediatización de la información. Incluso el arte se somete a este ambiente plagado de inmediatez y fugacidad, se vuelve trend topic dentro de las redes sociales, y después simplemente deja de estar. Y lo que apareció antes del surgimiento de las redes sociales, en realidad nunca estuvo, al menos que se agrupe dentro de la serie de concepciones que un grupo de personas categorice como “arte”. Así nombres conocidos como Mozart, Da Vinci o Wilde, permanecen dentro del gusto general. Sin embargo existen cientos de artistas que, aunque se encuentran no sólo en internet sino también en la ciudad, han desaparecido de los temas que le interesan a la opinión pública. Tal es el caso de Edgar Negret, cuya obra, pese a encontrarse en la vía pública de Medellín o Bogotá y contar con reconocimiento internacional, no por ello llega a ser conocida por los habitantes del lugar. Encontrar una escultura realizada por Negret representa una tarea apocalíptica.

El recorrido hacia la obra del escultor, que en su época realizó exposiciones nacionales y mundiales, en lugares como Nueva York, París o Madrid, comienza con la pregunta: “¿en dónde está Negret en la ciudad?” pregunta que al parecer le resulta extraña al 99% de los habitantes que pasan frente a sus esculturas diariamente.

Caminar por Medellín, en busca de Negret, se complica si además de no contar con referencias exactas de los lugares en donde se encuentran las esculturas desconoces también las calles de la ciudad. Aunque las personas se esfuerzan por ser amables y ayudarte a encontrar lo que buscas, ¿cómo podrían decirte en dónde está algo que no sabían en principio que estaba? Así tras dos infructuosos días de búsqueda incansable terminas yendo al lugar más seguro para encontrar la obra: el museo.

Mas, ello no significa que por ir al museo el camino sea más sencillo. Incluso dentro del mismo recinto, lleno de Boteros, fácilmente reconocibles, la obra de el escultor de Dinamismo parece desconocida. Avanzas entonces por los silenciosos pasillos de paredes blancas que remiten a las deprimentes salas de los hospitales, y que parecen diseñados para robarte el placer de apreciar cualquier obra en exhibición. El eco que producen tus pasos sólo se compara con el vacío de la indiferencia frente a las obras expuestas. Las indicaciones son claras: no tocar las obras, no rebasar las líneas grises, no fotos con flash, iniciar por la sala uno. Todo perfectamente planeado y estructurado para obligarte a observar lo que quieres y lo que no, pero siempre evitando que interactúes realmente con las exposiciones. Si te aproximas “demasiado”, los chicos con uniforme apostados en las entradas comienzan a seguirte con miradas suspicaces y posteriormente a caminar detrás de ti como si fueses a sacar un arma en cualquier momento. Las risas y exclamaciones de admiración también parecen estar prohibidas aunque nadie te lo diga. Apenas comienzas a reír es como si se activara una alarma que hace que se presente algún encargado a revisar la situación.

Y así tras un vía crucis por entre las esculturas y pinturas de autores que resultan prácticamente igual de desconocidos que Negret, y que con el paso del tiempo se han transformado en la compañía de las obras de Botero, se llega al segundo nivel de la exposición, en donde se reconoce fácilmente la obra en movimiento del escultor.

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