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Sergio Ramírez

Sergio Ramírez: “El caudillo es un engendro de la sociedad rural”

NUEVA YORK: Sergio Ramírez es protagonista y testigo histórico del devenir del siglo XX en Latinoamérica. Político y escritor, hoy día encuentra en la contemplación su mayor fortaleza. Podríamos decir que en su voz y a sus ojos, ya nada lo sorprende fácilmente: ha vivido. Con esa misma sabiduría, recorre el estado del continente en sus distintos ámbitos. Habla quien fuera vicepresidente de Nicaragua durante cuatro años y también el autor de una obra narrativa que incluye “Margarita, está linda la mar” ganadora del Premio Internacional de Novela Alfaguara en 1998. Su pasión definitiva son las letras. Diariamente atiende la devoción por la palabra con esa calma que lo caracteriza. Ganador del segundo Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en el Idioma Español, encuentra en la misma realidad latinoamericana todos los elementos que hacen maravillosa a la literatura. Reflexivo, analizando sin pasiones (y en la distancia) los hechos, tuvimos ocasión de conversar con él durante su visita al Instituto Cervantes de Nueva York.

 ¿Cuándo empezó a sentir la necesidad de narrar historias?

Cada vez me convenzo más de que esto es un don, que se convierte en necesidad o se expresa a través de la necesidad. Uno se siente compelido a escribir lo que va formando en la cabeza como historia que contar.  Eso implica la necesidad de explicarle a alguien lo que yo he concebido. Me parece que esta mecánica tan simple proviene de la narración, narrar con la convicción de que lo escrito nadie más lo ha dicho y que a otros puede interesar. Es un acto esencial de comunicación. Creo que en literatura existe una escritura que no necesita de este receptor: la poesía mística. El receptor es una divinidad de Dios, no otro ser humano. Y a lo mejor solo por accidente conocemos la poesía de San Juan de La Cruz o de Santa Teresa de Jesús que no estaba destinada a nosotros, sino a comunicarse con las alturas. Pero la literatura terrenalmente pura, va destinada siempre a otros.

Trae a colación la idea de que: “solo se debe escribir cuando se siente esa íntima necesidad”

Eso lo decía Singer, el acto de la escritura es una imprescindible necesidad de comunicarles a otros lo que uno siente. Desde que leí esa frase no he hecho más que identificar lo que yo mismo siento, igual que lo hizo Borges.

¿Hubo alguna lectura fundamental en su infancia que usted quisiera igualar al punto de leer y decir: “yo quiero ser esto, yo escribiré…”?

Pues yo no comencé a escribir o a leer buscando una necesidad de estilo, sino buscando las historias. En mi infancia fui, más que nada, lector de cómics. Generalmente cuando a un escritor le preguntan sus lecturas de infancia comienza con Salgari, la verdad es que yo no leía Salgari,  escuché a Salgari en una radionovela llamada “Tamakún, el vengador errante”. Me formé entre los cómics y las radionovelas. Para mí los héroes, eran los héroes de los cómics. Después entré en la lectura. Empecé a leer a Dumas, leyendo “Los tres mosqueteros”.

¿Y algún otro tipo de influencia de formación artística como el cine?

El cine es otro elemento muy importante para mí, igual a las radionovelas y los cómics. Yo estuve muy vinculado al cine desde niño. A los 12 años, mi tío que era dueño de un cine, me nombró “operador oficial” y esto me permitió seguir el cine como una aventura continua y como una escuela de formación de técnicas de narrar. No es que yo a esa edad estuviera conscientemente aprendiendo técnicas de narrar, pero después lo que tenía en la cabeza me sirvió para estructurar la narración.

¿De qué estaba encargado en el cuarto de proyección? ¿Ponía la cinta?

Todo, porque yo estaba solo en la caseta. A través de una escalera vertical subía la maletita de los 14 rollos o una cajita de madera donde llegaban consignadas las películas. Generalmente, como venían de otro cine de los alrededores, había que rebobinarlas. Empezaba por allí y luego ejecutaba la técnica de desmontar el rollo cuando se quemaba o cuando la proyección se aturdía. Tuve la habilidad suficiente para cumplir en un minuto la operación de rebobinar, cortar, pegar, devolver al carrete y echar a andar el aparato. Todo eso lo aprendí junto con la habilidad de ver por la ventanilla del proyeccionista, que es una tercera ventanilla. Eso me hizo ver una película muchas veces. Las veces que se proyectara debía verla, sin descuidarme.

Ese operario es de alguna forma “el primer narrador” de esas tramas, porque a partir de lo que hace, empieza a contarse la historia…

Sí. Yo aprendí el arte de narrar en el cine: cómo empezaba una película, cómo se abría el plano general para mostrar un pueblo, del pueblo se pasaba a las calles y de las calles a las casas. Eso después lo revisé en Balzac, que hace lo mismo. Él empieza con un plano general de una casa, hasta que entra a los aposentos interiores.

¿Por ahí llegó el cine negro americano?

Yo veía tradicionalmente dos clases de cine: el cine americano que a su vez se divide en cine negro, tipo Humphrey Bogart con el “Halcón Maltés” y cine musical. Estamos hablando del cine que está colocado entre la guerra mundial y los años 50. Todavía era un cine de divertir a la gente en los frentes de guerra, o a los que se habían quedado atrás en la retaguardia. De ahí salen todos los musicales que me fascinaban. Luego el cine western, las comedias como “Costello y Hardy”. Luego estaba el cine mexicano. El cine ranchero, el cine de la comedia, el cabaret. También llegaba el cine europeo, que luego desapareció de las salas de proyección en América Latina. Yo pasé Bergman, Antonioni… ¡Llegaban esas películas! Cine japonés como Kurosawa con “7 Samurais” y Rashomon. La gente iba a ver esas películas. 

Casi todos los grandes escritores de Latinoamérica tienen una gran novela sobre “su” dictador. Asturias, García Márquez, Vargas Llosa, cada uno con su obra respectiva. Desde donde estaba usted, en Nicaragua, ¿sintió la necesidad de reflejar la condición de lo que pasaba con Somoza?

Desde el punto de mira de mi infancia, yo empecé a ver la figura de Somoza el viejo, fundador de la dinastía.  En primer lugar, un niño no se pregunta sobre la alternabilidad democrática. Lo que atrae es la figura central que está allí presente. Sobre todo porque yo venía de una familia partidaria de Somoza por liberales. Su figura era una presencia continua en mi casa, entre mis abuelos, mi familia. El viejo Somoza tenía mucho carisma. Era un contador de chistes. Mis tíos llegaban siempre contando y repitiendo los chistes que contaba cuando pasaba por el pueblo. Yo conocí a Somoza desde muy niño, lo vi. Eso formó en mí el atractivo por la figura del dictador, desde un punto de vista simpático con respecto a su presencia continua.

Para mí empieza el contraste cuando llego a la universidad en el año 1959. Los estudiantes estaban en la calle protestando todos los días contra Somoza y así empecé a ver el otro lado suyo: al represor. Me sumo al movimiento estudiantil y en esa misma época, el ejército dispara contra los estudiantes. Durante esa manifestación matan a cuatro jóvenes, dos de ellos compañeros de banca míos. Mi visión cambió radicalmente.

Empieza esa realidad frente a la opresión totalitaria, ¿cómo se empezó a involucrar con sus compañeros, organizarse en plena formación intelectual?

Ocurre un momento elemental en mi vida: asumirme opositor para siempre contra la dictadura y la figura del dictador. Lo asumo y esa fue la manera como abordé al viejo Somoza en mi novela “Margarita, está linda la mar”. Desde la perspectiva de mi atracción personal por él, pero ya colocado en mi consciencia como este dictador cruel que se quedó con el poder después de tanto tiempo. Dentro de mí mismo yo podía hacer un juicio sobre lo que era la figura de Somoza, el poder que heredó a sus hijos y lo que fue por entonces la dinastía que terminó siendo derrocada por la revolución.

¿Cuándo Chávez aparece en la escena política venezolana, lo ve trazar rasgos comunes con personalidades como la de Somoza? ¿se parecían?

Cuando me enfrento con la figura de Chávez, a quien nunca conocí, ya voy curado en salud. Para mí Chávez –no podría decir que es un impostor, porque no tengo cómo compararlo– representaba la figura tradicional que yo tenía del hombre fuerte, el caudillo. Ya Chávez era una mala repetición para mí. Ya vi esa película. De Correa ni se diga, son figuras desgastadas. Somoza pertenece a mi infancia, pertenece a una Nicaragua rural, pero yo cuando veo la figura de Chávez en Venezuela me digo: Chávez en Venezuela, un país que vivió una experiencia democrática tan larga… ¿cómo es posible? El caudillo es un engendro de la sociedad rural. Engancha con la creencia mágica del todopoderoso, el que todo lo puede, el que nunca falla y puede dispensar todos los bienes.

¿Por qué la región ha tenido estos líderes a través de todo el siglo con distancia? En retrospectiva, país a país, estos “hombres fuertes” parecen el mismo.

El molde generador sigue siendo el mismo: la estructura social de nuestros países. Entre Venezuela y Nicaragua hay una gran distancia. Nicaragua es un país crudamente pobre. Venezuela está envuelto en un aura de riqueza: petróleo, la petroquímica, las grandes represas eléctricas, sistemas de carreteras ultramodernos de los años cincuenta, los grandes proyectos pantagruélicos de Pérez Jiménez… Uno piensa que con Pérez Jiménez Venezuela se urbanizó, pasó a ser una sociedad urbana. Pronto se descubre que no es así, porque si no, no hubiera sido posible que existiera un Chávez. ¿De dónde venía? de un pequeño pueblo, de la ruralidad. ¿Y a quiénes arrastra primero? A quienes creen en la existencia del caudillo porque pertenecen a esa esencia rural. Es decir, él es el llanero que toma el Palacio Presidencial. Canta joropo y viene del campo. Así entra al Palacio de Miraflores. La tensión entre pobres que viene del campo y la minoría rica no ha desaparecido, es algo que se da por sentado. El caudillo aprovechó para echar a los pobres contra los ricos y contra el fracaso de un sistema que ya no funcionaba. Porque también la astucia política y la inteligencia política están en aprovecharse de esos fallos estructurales de los sistemas democráticos que se agotan en la corrupción. Para repetir lo mismo, obviamente, pero bajo otro aura, otro recurso retórico que tiene su propia cuerda.

Ahora la amenaza radica en regímenes que llegan con el voto y mantienen instituciones, poderes públicos, pero no contemplan disidencias. El que esté en su contra, lo está en contra del país y de la tradición patria: no puede haber un contrario.

No te olvides de que el nacimiento de un sistema se basa en grandes vacíos de poder y en grandes vacíos sociales. Si ves el caso de Venezuela, el “Pacto de Punto Fijo” estaba totalmente agotado, la corrupción era evidente, la gente clamaba por un cambio y alguien les propuso ese cambio. Cuando Chávez es electo por primera vez, muchos sectores van a votar con toda confianza porque representaba eso. Yo desde el principio me dije: ¿cómo se puede confiar en alguien cuyo prestigio proviene de un golpe de Estado? ¿Cómo la gente puede ir masivamente a votar por alguien que falló en dar un golpe de Estado? Mala o buena la democracia, pero era un golpe de estado. Allí hay un gran vacío.

Vamos al caso de Bolivia; en Bolivia el sistema político ha venido fracasando continuamente, entre gobiernos mediocres, efímeros, golpes de estado, falta de gobernabilidad. De repente llega alguien que sienta las bases de la estabilidad con un discurso bastante estrafalario. Reivindica los recursos naturales, el gas, multiplica el producto interno bruto porque multiplica los ingresos del país que se estaban fugando de manera injusta. Bueno, ese es su prestigio. ¿Y para qué le sirve ese prestigio? Para buscar quedarse. Ahí viene el gran mal del latinoamericano. Entonces los votantes bolivianos son votantes rurales también, que creen en que una sola persona puede ser el remedio a todos los males. El caudillo es capaz de solucionarlo todo. No importa que maneje los tribunales de justicia, el consejo que cuenta los votos, la fiscalía, policía, fuerzas armadas, no importa. Se trata de un juego de espejos muy peligroso.

¿Siente que se está jugando progresivamente a la desinstitucionalización en el hemisferio?

Sin duda. Yo lo veo en Nicaragua. Las instituciones han sido reducidas, liquidadas, no funcionan sino a través de las órdenes de la familia presidencial. La gente que representa a las instituciones se somete de manera servil a ese manejo personal. Son solo una camisa sucia que se quitan y se ponen. Las mismas personas mantienen esta red de sumisión y fidelidad a la figura del caudillo. Este proceso de desinstitucionalización es muy grave porque solo queda el cascarón vacío de lo que debería ser la institucionalidad, por la cual venimos luchando desde la independencia. Se ve que hemos progresado realmente muy poco. Claro que hay países donde la institucionalidad funciona. Uruguay o Chile, donde a pesar de una larga dictadura militar, la tradición de las instituciones recuperó su peso.

¿Es realmente una amenaza la reelección indefinida para la democracia? ¿O es una opción más que el sistema debe contemplar?

Yo creo que es una amenaza porque lleva al deterioro siempre. A mí no me pueden confundir con el discurso de que puede haber un presidente bien intencionado que estando cuatro o cinco periodos en el poder, se va a conservar puro con respecto a las instituciones, va a fortalecerlas y vigilar la transparencia del gasto público, la credibilidad de la función pública. Todo eso es una falacia porque la continuidad en el ejercicio del poder deteriora. Nadie se queda en el poder tanto tiempo para beneficiar a las instituciones sino para personalizar el poder. Eso está a la vista en la historia de América Latina por donde la queramos ver.

¿En qué países siente usted que hay una propuesta frente a esa plaga de mala gestión y adoctrinamiento?

Para mí todo comienza por el ejercicio electoral verdadero. Eso no es todo, pero para mí es un requisito esencial. Que un gobernante sea electo legítimamente, con los votos contados. Si eso se maniobra, se falsifica, ya todo el edificio empieza a fallar. Pongo de ejemplo un país tan grande como Brasil. Si se cuentan bien los votos, se cuentan bien los votos. ¿Qué hay corrupción? Hay muchísima corrupción, claro que sí. Todavía la educación institucional, la educación cívica del país no ha llegado al punto en que las instituciones que controlan la corrupción sean más fuertes que los corruptos. Pero bueno, la democracia funciona. Hoy hubiera sido posible que Dilma perdiera las elecciones, esa hubiera sido la decisión popular, la alternabilidad cura cualquier tentación de quedarse en el poder. ¿Neves lo hubiera hecho mejor que la señora Rousseff? Ese es otro problema, el problema es que el voto es bien contado y si la gente canta alternabilidad, vamos a la alternabilidad.

¿Cómo siente que avanza el proceso de pacificación en Colombia?

Yo creo que Santos está haciendo todo lo que tiene que hacer para lograr que haya paz en Colombia. No creo en quienes se ponen en contra del proceso de paz, que creen en la guerra o que necesitan de la guerra. Todo proceso de este tipo es muy complicado y yo aspiro a que este proceso de paz culmine. Las acusaciones contra Santos son porque le da preeminencia a la otra parte de la guerrilla que son unos “asesinos, contrabandistas de drogas”, etc. En un proceso de paz verdadero no se puede calificar de antemano al adversario. Si yo te descalifico, ¿entonces con quién me voy a sentar? Además falta la segunda parte para la cual los colombianos tienen que estar preparados. Que en una mesa de negociación para llegar a resultados verdaderos tienen que hacerse concesiones verdaderas. Cuando dos partes se sientan, alegan que no van a ceder un milímetro y terminan cediendo mucho. Si una sola cede, entonces no hay negociación.

¿Esta segunda parte tendría que ver con la incorporación a la vida política de estos grupos?

Hay algunas cosas que van a asustar a los incautos, porque uno en la mesa de negociaciones deja un brazo, deja una pierna, sale con una muleta, pero con el acuerdo de paz firmado.

¿Usted lo siente posible?

Sí, yo siento que se ha avanzado en las partes que son más sensitivas. Yo creo que lo más delicado ahí siguen siendo las garantías para los desarmados, porque alguien tiene que terminar entregando las armas y no va a ser el Estado, tienen que ser los rebeldes. Y al entregar las armas, tienen que tener garantía de sus vidas, de su seguridad y de sus derechos políticos, de su participación política, de organizarse, de presentarse como candidatos.  Sin eso no hay acuerdo.

¿Cómo ve usted el proceso dentro de Cuba? ¿Hacia dónde cree que pueda ir la próxima dirigencia política en la Isla?

En primer lugar, lo que habrá necesariamente en Cuba es un cambio generacional. La gerontocracia que gobierna Cuba por ley natural va a desaparecer, ellos lo saben. Fidel siempre habla mucho de la naturaleza, de las leyes de la naturaleza. No creo que los relevos que aparecen como visibles en este momento, sean los verdaderos relevos. ¿Quiénes van a gobernar Cuba? Yo no lo sé, pero ahí están ya. Que va a haber un entendimiento con la otra Cuba que está afuera, lo habrá necesariamente. Habrá una composición de inversiones extranjeras. Los primeros que van a llegar a invertir en Cuba son los hijos o los nietos de los antiguos exiliados, tendrán que entenderse con la otra Cuba, nadie va a eliminar a nadie. Todo va a ser el fruto de un acuerdo mutuo.

Quizás el sistema no va a cambiar radicalmente, pero va a cambiar. Van a haber muchas más aperturas de las que hasta ahora se han observado. No veo en Cuba la posibilidad de un sistema como el de China, con una economía de mercado y un gobierno de un solo partido. Estamos en América Latina, no estamos en el Asia profunda donde los sistemas arcaicos milenarios de autoridad única han perdurado siempre. Aquí tenemos otro ambiente político. Entonces los cambios de economía de mercado que necesariamente van a ser introducidos en Cuba, van a traer necesariamente cambios en cuanto a la participación política.

Usted que lo conoció, ¿encuentra a Fidel Castro dentro de esta lista de carismáticos irresistibles?

Sí, Fidel es otra cosa muy distinta. Yo a Chávez no lo conocí. Pero Fidel nunca fue un chapucero, es un hombre que sabía a fondo lo que estaba haciendo. Y así como tú decías antes, administraba su carisma. Él sabía el poder de su propio carisma o su poder de encantador de serpientes. Es un hombre muy educado, muy culto, gran lector. No es un chafalote cualquiera. Él era dueño de sus propios poderes.

¿Qué quedará de las propuestas que la Revolución Cubana hizo en un momento determinado?

Nada porque la situación interna de Cuba dominó mucho su actuación internacional. Es decir, la crisis de los misiles, la alineación con el sistema soviético, que era muy extraña –hasta los mismos cubanos lo sabían–  a la naturaleza del ser de los cubanos… después la diseminación de la guerrilla del Che, eso pasó a la historia. ¿Cuántos años hace que Cuba no levanta un dedo para ayudar a un guerrillero en América Latina? Muchísimos años, por lo menos treinta. El panorama va a ser muy diferente. Ahora las relaciones con Cuba son naturales para todo el mundo en América Latina. En las Naciones Unidas solo Estados Unidos e Israel se quedan apoyando el bloqueo contra Cuba. Hay que prepararse para los cambios que vendrán, van a ser muy profundos.

¿Usted creyó en algún momento en la “Literatura comprometida”?

Pues sí, en algún momento cuando yo era adolescente, creía que la literatura estaba al servicio del pueblo, al servicio de un cambio histórico. Yo con el tiempo me volví escéptico. Entendí que es muy difícil que la literatura cambie a una sociedad o que sirva como bandera para cambiar un sistema político. Me fui convenciendo de que la literatura para poder transmitir un mensaje, cualquiera que sea, tiene que ser buena literatura. Cualquier compromiso de uno, debe ser escribir como Dios manda, escribir buena literatura, si es que esa literatura va a transmitir algún mensaje. Pero asumir el presupuesto de que la literatura es un instrumento de cambio, cualquiera que sea esa literatura, no funciona. Porque si un mal libro nadie lo va a leer, ¿qué mensaje puede transmitir?

Debe estar comprometida con la libertad del arte, el buen hacer…

Sí, es lo primero. Lo demás se da por derivación. Un buen libro transmite un mensaje aunque el escritor no se lo proponga. Si uno va a hablar de la realidad tal como la ve, esa descripción de la realidad o esa interpretación de la realidad, algún mensaje va a llevar. Eso yo lo aprendí leyendo a Dostoyevski, uno de los mayores infortunios, de las mayores injusticias, están ahí en su obra. Pero él nunca proclama que está denunciando injusticia, simplemente las describe y uno se queda con esa sensación de estorbo porque ha presenciado una injusticia. Esa es la verdadera literatura.

Usted  siente como un don la literatura en su vida. ¿Cómo es actualmente su relación con el acto de la escritura?

Yo personalmente lo asumo con mucha felicidad. El hecho de que yo me siente en las mañanas y encienda la computadora completamente solo en mi estudio con la tranquilidad personal de que nadie me perturbe… eso para mí es motivo de felicidad. Algunos asumirán el proceso creativo con dolor y lo respeto mucho. Se puede escribir en distintas condiciones, desde la miseria, desde la extrema pobreza… Yo no vivo en esa situación. No soy ningún millonario, pero yo tengo los medios justos para poder escribir. Vivo de mi trabajo, entonces me regocijo mucho de poder ejercer mi oficio en soledad y tener asegurado el tiempo para poder hacerlo. Me siento muy privilegiado de poder tener ese espacio para escribir lo que quiero y así aspirar a dejar una herencia literaria en mi país y en mi lengua.

 

 

 

 

 

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