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patricia Avallán

Patricia Avellán: El mundo en una línea

NUEVA YORK: La descubrimos en una línea, nos atrapó con ese trazo negro sobre un fondo blanco que esconde capas y capas de papel, horas de encierro y de silencio, días de gestación y de espera. Una línea en la cual se hunde la mirada y se sumerge nuestro ser más profundo. Patricia Avellán, es la autora de Frágil y Beauty, exposición que se presentó en Lower East en una Galería en la cual la magistral curaduría de Michel Otayek permitió a las líneas negras de ser reinas indiscutibles del blanco que las acogía. En cada uno de los cuadros un único trazo negro se hierve en volutas y óvalos, pene y placenta, libertad y cobijo. Los admiramos en silencio dejándonos inundar por la energía casi hipnótica que emana de ellos.

Patricia Avellán nos habla de esa línea que le camina dentro, sueña, se desvela, mastica amargo, ríe, suspira durante días junto con ella. Sabe bien que no puede ponerle prisa, los nacimientos llegan cuando llegan. “Siento cuando llega, cuando ya está lista para salir – nos dice con asombrosa pasión – la siento” repite mientras sus manos vuelan y bailan dibujando en el aire, lienzo imaginario que solo ellas pueden ver. Y mientras habla se transforma, se vuelve ella misma una línea. La miramos perplejos sin saber si hemos estado hablando con Patricia Avellán o con la línea que la habita, y pronto entendemos que entre una y otra ya no hay diferencia.

Patricia nace en Ecuador, en el seno de una “familia muy conservadora y sumamente reglamentada. Yo siempre fui diferente de todos ellos”

Poco tiene que ver Patricia con los ritmos pausados de madre, hermanos, primos y tíos, en un hogar en el cual hay cabida para la cultura mas no para la extravagancia. Intuye su diferencia, sueña con ser artista, ama el teatro, la música. “Cantaba y bailaba sola. Y me encantaba dibujar. Las clases de dibujo en el colegio eran las que me daban mayor alegría”. A medida que va creciendo esa intuición se transforma en certeza, entiende que su felicidad está en el mundo del arte y será esa la carrera que escoge para estudiar en la Universidad.

“Pero no pude continuar por problemas internos de la Universidad. Mis padres me enviaron a Paris, en un colegio, para seguir estudiando. En uno de mis regresos me crucé con el que fue mi marido durante muchos años. Dejé todo y me dediqué a él y a mis tres hijos”.

La maternidad llena cada momento de sus días pero a los años descubre que vivir lejos de su arte la está matando, poco a poco, silenciosamente.

“Decidí retomar la pintura. En Guayaquil, donde vivía, no había muchas opciones pero igual fui de puerta en puerta, pidiendo a todos los artistas que me enseñaran y finalmente conseguí a uno de mis grandes maestros: Oswald Viteri quien me acercó al dibujo, a la línea. Fue él quien me enseño a dibujar el cuerpo humano con una sola línea”.  

Tras leer el cuento de Virginia Woolf, “Un cuarto propio”, decide organizar su propio espacio y así comenzará su segunda vida. Allí en ese cuarto olvidado que había servido hasta ese momento como depósito para objeto viejos, Patricia deja finalmente libre a la artista a quien había tratado de asfixiar. El arte la atrapa más y más. El hambre de conocimiento es imparable y un buen día deja Ecuador para viajar a Nueva York. Un viaje de pocos meses que se fue extendiendo y extendiendo. Han pasado 14 años, años en los cuales se ha dedicado a mejorar y profundizar sus conocimientos artísticos. Ha viajado a Brasil para participar en cursos de arte y sobre todo a Londres. “Debo mucho a Londres, ciudad que me era muy familiar porque mi madre transcurrió en ella muchos años y yo visitaba muy a menudo. Seguí unas clases de dibujo en el St Martin School of Art y fue importante porque el dibujo en Europa es más considerado. Creo que el ritmo de la ciudad, su luz influyen en el proceso creativo, te cambian. Yo estuve muy sola y esa soledad también me ayudó a tener mayor concentración y profundidad. En Londres aprendí a esperar con paciencia, a crear las capas y capas de collage que preparo antes de llegar al dibujo”. 

En Nueva York estudia con ahínco en el Arts Students League. “Escogí a mis profesores y estoy sumamente agradecida a todos ellos pero sobre todo a dos. Ambos nos ayudaron a amar profundamente la pintura, el arte, el dibujo. Nos hablaban y a través de sus palabras descubríamos la profundidad del mundo artístico. Larry Poons, profesor de pintura, era muy duro, nos maltrataba, nos obligaba a superarnos. Poca gente lo aguantaba, a veces llegaba al estudio y nos miraba en un silencio denso. Para mi su influencia fue determinante. Gracias a él dejé de lado la superficialidad. A partir de entonces cada trazo es fruto de mucha introspección y de un gran trabajo. La otra profesora que marcó mi formación fue Nichi Orbach, quien nos enseñaba dibujo. Llegué a su clase a las 10 de la noche y estaba repleta. Pero me permitió entrar y desde ese momento me ha empujado a mejorar, a no tenerle miedo a los lienzos grandes, a los colores”. 

– Ahora tus cuadros son en blanco y negro. ¿Antes usabas los colores?

– Si, yo era muy cromática. Era muy agresiva con los colores. Luego con el tiempo he ido buscando la simplificación, lo esencial. Hubo una etapa en la cual, cuando los colores no me gustaban los cubría con blanco y luego volvía a echarle color. Los tonos se iban poniendo cada vez más claros. Y de repente un día desperté en blanco y negro.

– ¿Será que en tu misma vida estabas buscando menos ruido y más silencio?

Patricia queda un momento atrapada en sus pensamientos, buscando respuestas a una pregunta que ella misma se ha formulado varias veces.

– No sé – confiesa – pero puedo decir que ahora siento que me he encontrado definitivamente. De niña era un caos y quizás de ese caos derivaba la explosión de colores de mis primeras pinturas. Y de mis miedos. Recuerdo el documental donde Fellini habla del miedo como motor que nos empuja y nos obliga a asumir riesgos. Yo le tenía pánico al lienzo blanco y creo que ese miedo fue lo que me empujó a arriesgarme. Sabía que tenía que echarme al vacío, desafiar el blanco, y es lo que hice.

Es largo el camino que Patricia Avellán ha recorrido dentro de sí para buscar la forma que mejor expresara su ser más profundo a través del arte. En un principio sus líneas creaban figuras geométricas, cuadrados, rectángulos, figuras con esquemas que contenían, quizás protegían. “Poco a poco la línea se ha ido liberando. Los ángulos se han ido suavizando hasta desaparecer, hasta volverse círculos, volutas”

– ¿Un pintor que amas particularmente?

La respuesta de Patricia llega inmediata “Matisse, creo que Matisse es el Maestro de los Maestros. Él no pensaba, dibujaba, lo hacía movido por una necesidad interna. Picasso lo envidiaba porque él era muy cerebral y el cerebro lo destruía”.

Para Patricia Avellán el arte no es una opción sino mas bien una necesidad. Vive el arte y vive para el arte. “Sigo una disciplina muy estricta porque no creo en la improvisación sino en el trabajo continuo y constante. No sé desligarme de mi creación, como, duermo y sueño con ella. Un cuadro tiene que hablarme, si no me habla lo destruyo. Muchas veces, en la etapa en la que usaba colores si el cuadro no me hablaba lo retaba echándole un color que me disgustaba. Lo hacía a propósito para que los otros colores reaccionaran y me hablaran. 

Pero cuando queda mudo no hay nada que hacer. Es muy frustrante porque sientes que el niño no sale y abortas”.

– ¿Y cuándo te habla?

Patricia se ilumina, sonríe, expresa una alegría casi ilimitada.

– Cuando me habla la felicidad es inmensa. Sabes que lo tienes, que la angustia vivida durante días y noches, el pavor que en algunos momentos pareció ahogarte, la inseguridad que te llevó a mirar infinidad de exposiciones, no han sido en vano. El cuadro está allí, nació, me habla. 

En ese momento la vida entera vale la pena-.

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