Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Miguel Ferrari

Miguel Ferrari en el Festival de Cine Venezolano en NY

NUEVA YORK: Conoce muy bien la reacción del público a su película, ha sonreído y llorado con personas de distintas nacionalidades y ha recibido aplausos entusiastas en varias lenguas. Pero sigue sintiendo la misma emoción cada vez que eso pasa. Miguel Ferrari, director del largometraje Azul y no tan rosa, que recibió el Premio Goya como mejor película latinoamericana, estuvo presente en el Festival de Cine Venezolano que, por segundo año consecutivo, ha presentado una acertada y cuidadosa selección de muy buenas películas y ha llenado, noche tras noche, las salas del cine Tribecca.

“Trato de acompañar a todas partes a este bebé que es mi película. En realidad ya está creciendo y en algunos casos va solo a los Festivales donde lo invitan porque es difícil ir a todas partes junto con él”. Dice Miguel Ferrari sonriente a un público cuyo piso se movió durante los minutos en los cuales acompañó a unos personajes en busca de amor.

Porque de eso trata la película, habla de amor, del amor verdadero, ese que no mira diversidades, que ofrece sin pedir nada a cambio. Amor y amistad, sinónimos de sentimientos, inundan la sala, hay sonrisas y lágrimas, es como la vida.

“Quería que mi padre viera esta película, sé que le hubiera encantado porque estaba muy orgulloso de mi, de lo que había logrado con mi carrera de actor y luego como director. Desde el primer momento supe que se la dedicaría a él pero se murió justo cuando iba a empezar el rodaje”. Profundamente conmovido al recuerdo de su padre, Ferrari confiesa tener nostalgia de sus abrazos y la voz se le quiebra, la emoción lo obliga al silencio y las palabras quedan atrapadas en los recuerdos.

Es un momento, luego vuelve el Ferrari de siempre, alegre, sencillo, satisfecho por un trabajo que no ha sido fácil y para el cual ha luchado fuertemente.

“Soy hijo de inmigrantes italianos y cuando dije a mis padres que iba a dejar los estudios de ingeniería en el séptimo semestre porque quería ser actor vi la preocupación reflejada en sus rostros. Ellos emigraron para que nosotros pudiéramos tener una vida mejor, todos los esfuerzos fueron dirigidos a permitirnos estudiar y salir adelante. El mundo del arte les parecía algo interesante pero inestable. Entonces yo les prometí que iba a ser tan bueno que lograría vivir de mi arte”.

Y así fue. El actor Miguel Ferrari se abrió un espacio importante dentro del mundo de la televisión.

“Pero quería más. Soy inquieto y quería decir más cosas”. Otro reto, otra meta por delante. La dirección. Para lograrlo se va a Madrid y allí se queda seis años estudiando con gran empeño y persistencia.

Dirige unos cortos antes de sentir que ha llegado el momento de preparar su largo. Una película muy diversa de las que hasta hoy se han producido en Venezuela. Una película que por la temática que toca, la homosexualidad y la relación entre un padre homosexual y un hijo adolescente, podía alejar al gran público considerando los tabúes que persisten en Venezuela.

–       ¿Lo sabías verdad?-

–       Si, lo sabía muy bien. En 2005, al terminar mis estudios en Madrid, volví a Venezuela y fui a ver una película en el cine Trasnocho. Es un espacio donde pasan películas de alto nivel y que reúne a un público culto que busca buen cine. Kinsey, así se llamaba la película protagonizada por Liam Neeson, habla de la vida de un médico que revolucionó la visión de la sexualidad y muestra, tras una hora más o menos, el beso entre dos hombres. Quedé muy impactado porque el público empezó a abuchear y luego se fue. Quedé prácticamente solo en la sala. No podía creer que en Venezuela existiera todavía una mentalidad tan atrasada sobre el tema de la homosexualidad. En ese momento decidí hacer una película donde dos hombres iban a besarse en el comienzo. El reto era lograr que la gente quedara en la sala y que al final sintiera empatía con los personajes”.

El propósito de Miguel se ha realizado por completo. La película ha quedado meses y meses en cartelera y las personas no sólo no dejan la sala sino que además lloran y ríen con los personajes, se identifican con ellos y se olvidan por completo de sus diferencias sexuales.

“Algo muy hermoso que me ha pasado a lo largo de este tiempo han sido las cartas que me han enviado algunas personas, sobre todo jóvenes, que confiesan haber llevado a sus padres a ver la película para decirles que son gay o lesbianas”.

Azul y no tan rosa empieza con un ballet cuya coreografía es de Angélica Escalona.

“Fue un trabajo muy placentero. Quise decir en esos primeros minutos de qué se trataba la película. El ballet empieza con tres parejas, hombre-mujer. Luego en el caos del baile las parejas se rompen y se transforman, hombre con hombre, mujer con mujer y hombre-mujer. Así es el amor. Hay dos bailarines negros y con el pelo rapado. En algunos momentos no sabes si lo estás viendo a él o a ella. Es lo que quería. Lo importante para mi es que la gente entienda que las personas son personas. No importa si son hombres o mujeres”.

–       ¿Estás trabajando en otros proyectos?-

Su cara se ilumina de una luz traviesa.

–       Si, estoy escribiendo tres proyectos distintos. Los tres me gustan mucho y creo que son buenas historias.-

–       ¿Tienen relación con Venezuela, con tu vida de emigrante?-

–       Si, siempre, todas mis historias hacen referencia a Venezuela y la emigración es parte de mi vida. Mis padres emigraron y yo emigré de nuevo. Dejé Venezuela, un país que siempre fue de inmigración y que hoy lo es de emigración. Son muchísimos los venezolanos que están diseminados por el mundo. Venezuela y la emigración: dos mundos conectados que me pertenecen en lo profundo.  –

Hey you,
¿nos brindas un café?