Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Más vale pedir perdón que pedir permiso

CARACAS: Seguro muchos lectores estarán pensando que he escrito acerca de aquella pregunta que le hiciera Daniel Sarcos a una de las participantes del Miss Venezuela, miss que por cierto, luego de pedir perdón, abandonó el concurso sin pedir permiso. Pero no, esta crónica trata del libro del periodista español Jordi Évole (El Follonero) y todo lo que hice para poder hacerme con esa gran obra de la literatura española…

Todo comenzó más o menos hace un año, cuando vi en el programa de Andreu Buenafuente una entrevista que le hacían a un periodista español. Se trataba de una persona que según Buenafuente, había roto paradigmas y que estaba haciendo historia en la TV. Al principio pensé que se trataba de una de sus bromas, pero luego colocaron varios videos del programa periodístico que producía y conducía “El Follonero” (el personaje que hizo famoso a Évole en televisión) y comenzó un fanatismo algo enfermizo (lo reconozco) por el programa “Salvados”.

Évole se hizo conocido por hacer un tipo de periodismo irreverente, que gracias a su personaje de El Follonero, pudo acercarse a los poderosos. En la primera temporada, que coincidió con las elecciones españolas, Évole logró infiltrarse en los mítines de ambos partido y dar el mismo discurso en ambas ocasiones; lo que causó furor en la prensa española. 

En otra oportunidad fue hasta el Vaticano a entregarle una guitarra de juguete a Benedicto XVI, e incluso colarse en un acto oficial para preguntarle al Rey Juan Carlos a quien apoyaría la Reina Sofia en caso de que las selecciones de España y Grecia se enfrentaran en la Eurocopa. De hecho su proeza más comentada fue la vez que en Caracas logró entrar al Palacio de Miraflores para entregarle al ex presidente Chávez, una franela de parte supuestamente del Rey de España… Según cuentan, la franela tenía la frase “¿Por qué no te callas?”. Pero nunca lo sabremos pues Évole fue descubierto e “invitado” a abandonar el palacio de gobierno venezolano. 

A medida que pasaba el tiempo, yo buscaba en Youtube algún programa para disfrutar de la irreverencia periodística de Évole, poco a poco me volví un fanático tipo Robert De Niro en aquella película que hizo junto a Snipe y que casualmente se titula “El Fanático”. (Évole si llegas a leer esto no te asustes, soy inofensivo). 

Mi Fanatismo era tal, que uno de los días más felices de mi vida fue cuando descubrí que en la página web de “la Sexta”, estaban todos los programas. Pero la felicidad no duró mucho pues, aunque estaban todos los programas había que pagar para verlos y eso, en un país donde hay control de cambio, es la muerte. (El pago es en Euros y acá ya no se consigue ni harina, así que moneda extranjera mucho menos).

No tuve más opción que “tomar prestados” algunos programas que lograron colgar en Internet pero una vez que los vi, quedé sediento de más programas; por esa razón emprendí una feroz cacería para hacerme con más episodios, pero fue inútil. Pero durante mi búsqueda fallida, me topé con un libro escrito por Évole, donde el periodista contaba lo que ocurrió en el Backstage de su programa en la primera temporada. El libro tenía un titulo bastante particular (que no sé si Évole se copió de aquella pregunta hecha por Sarcos a la miss), “Más vale pedir perdón que pedir permiso”.

He de confesar que cuando vi que la librería española Casa del Libro lo tenía en sus anaqueles, el cielo se abrió. Tomé los poquísimos dólares que me quedaban en mi cupo electrónico y me lo compré, pero cuando introduje la dirección, me indicaron que el servicio de envío no estaba disponible, por el momento, para Venezuela. Fue entonces cuando entré en crisis, así que comencé mi periplo “digital” por varios países (cualquier parecido con la realidad es solo coincidencia). 

Traté de contactar con varios amigos que viven en España, para pedirles que recibieran la compra y luego me la hicieran llegar a Caracas. Mi compadre Daniel Benavides, de nacionalidad maracucha (si, nacionalidad) y  quien hace un postgrado de estados independientes en Barcelona con Artur Mas, se ofreció sin problemas a recibir el libro.

Ya uno de los problemas estaba resuelto. Ahora tenía otro: ¿Cómo hacer que me llegará a Caracas a bajo costo y sin que se perdiera? Por el correo ordinario ni pensarlo, pues a los amigos de Ipostel como que les gusta mucho leer…; Preferí preguntarle a un “amigo”, que trabaja en una compañía de envíos y este me dijo: ¡No te preocupes, nosotros nos encargamos de todo! (poner una voz malévola).

Resulta que el Sr. montó lo que ellos llaman una orden de envío por 3.000 Bs., es decir, unos 180 dólares (a dólar real). Toda una locura si consideramos que el libro apenas costó 7 euros. 

Una vez más el pánico se apoderó de mí, tal vez era el destino que impedía mi encuentro con el libro de Ébole, así que le dije a Daniel: 

J: Compa ni modo, tendrás que quedarte con el libro 

D: Vergación compadre, pero esto tiene que tener solución… 

Y luego de varios minutos de silencio a través del Skype (yo pensé que era la conexión de internet en Venezuela, que es muy lenta, pero ciertamente fue un silencio), Daniel dijo:

D: No te preocupéis compadre, esperemos que alguien vaya a Venezuela y te lo mandamos, vos no te preocupéis.

Y así llegó un mes, otro mes y otro mes. Llegó navidad, pasaron los reyes, llegaron las colas y la escasez, y de mi libro nada. Hasta que un buen día Daniel me mandó un mensaje de voz por WhatsApp que decía:

Mirá compadre, tu libro llega a Caracas este fin de semana, lo lleva una amiga mía así que tranquilo. Luego de escuchar el mensaje, que incluía las coordenadas de la amiga de Dani (y de mi libro) escuché en mi mente el Aleluya de Handel.   

Dejé que llegará el lunes y a primera hora llamé a Thaia, quien muy amable me dijo que sin ningún problema podía darme mi libro (y sin cobrar rescate). Acordamos vernos en Mariperez, un sector de Caracas, muy cerca de mi casa y donde casualmente Thaia tenía su oficina. 

Cuando por fin llegó el día, Thaia me llamó para contarme que habían entrado a su oficina y que prácticamente los habían mudado, es decir, los amigos de lo ajeno se llevaron hasta el florero… por suerte mi libro estaba en el carro de Thaia y se salvó. Viendo que la chica estaba muy complicada preferí dejarlo para otro día.

El nuevo encuentro se fijó para La Trinidad, otro sector de Caracas un poquito retirado si vas en transporte público (pero por mi libro iría hasta el fin del mundo). Llegué a la parada de autobús muy temprano, y me encontré con una larga fila (por suerte no era para comprar comida), abordé la unidad. Al llegar al Mc Donalds de La Trinidad, vi en mi celular la dirección:

“Llegas a Mc Donalds, cruzas a la izquierda, después a la derecha, al final de la calle, un edificio de ladrillos”.

Seguí el recorrido al pie de la letra, y cuando llegué al edificio, que más bien era una casa de tres pisos, entré y me salió un Dóberman gigante que me hizo correr. Una vez que perdí al perro, llamé a Thaia y le dije:

– Oye voy a volver a subir, pero amarra al perro. 

A lo que ella contestó ¿Cuál perro?, yo no tengo ningún perro. 

Pero si llegué a Mc Donalds y crucé a la izquierda, le dije. Y ella con una carcajada me interrumpió con un “ay, te dije izquierda, pero era a la derecha”… me quedé petrificado, pero no por la equivocación, sino por el perro que venía de nuevo.

Cuando llegué a la oficina de Thaia, ella me esperaba con el libro en la mano, creo que ni siquiera la saludé sino que me abalancé sobre el libro como aquel personaje del Señor de Los Anillos cuando ve su tesoro. De hecho pienso que Thaia creyó que estaba loco porque se puso nerviosa y llamó a seguridad (ver la foto que ilustra la crónica).

De regreso a casa me fui feliz leyendo mi libro de 200 páginas que terminé a los 3 días…; ahora vuelvo a estar al acecho, viendo episodios sueltos de Salvados y esperando que el Sr. Évole se digne a escribir otro libro un poco más largo. 

Follonero, si ya tienes el material, no seas tan flojo y escribe otro. 

Hey you,
¿nos brindas un café?