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miguel angel zapata and madeline millan

Anacoretas en la Ciudad – Jeannette Clariond: Entre el arte de la poesía y la traducción

miguel angel zapata

Aprovechando su reciente visita a Nueva York, donde ofreció lecturas y presentaciones en Hofstra University, y el Cornelia Street Café, tuvimos la oportunidad de conversar con Jeannette Clariond sobre poesía y traducción, y la práctica del arte de la imaginación.

1. En la Feria Internacional del Libro en Guadalajara de 2012, presentaste La escuela de Wallace Stevens, un perfil de la poesía estadounidense contemporánea (2011), editado con Harold Bloom. Quisiéramos que nos comentaras sobre ese trabajo, pero nos gustaría partir en esta entrevista de la historia personal que contaste sobre tu abuela. Esa parte humana de tu charla…Creo que sería interesante contarla otra vez…

Antes de pasar a imprenta, el editor me pidió una página en donde hablara sobre cada uno de los 17 poetas antologados. Le envié la página 1 que comenzaba así:

Fue una tarde soleada de marzo cuando conocí a mi abuela María Shallhoup sentada en su silla de ruedas en el zaguán de la Mina 1004. Ella hablaba otra lengua, extraña mas no ajena para una niña de cinco o seis años procurando sus pasos iniciales en las dunas. Había un aire de fineza en sus ojos, una cóncava transparencia, la memoria de la arena y, en sus labios, las palabras secretas que más tarde usarían mis tías para hablar de las cosas vedadas a los niños. […]”. Esas cosas vedadas a los niños era la tristeza que yo vi y traduje en los ojos de mi abuela. Ella murió quemada unos años más tarde. Creo que soy traductora porque siempre pensé que si alguien la hubiese sabido traducir desde su lengua en su cama en llamas, si alguien hubiese desentrañado su grito, se hubiese, tal vez, salvado. Traducir se convirtió en mi obsesión.

2. Ahora cuéntanos del libro La escuela de Wallace Stevens y sobre esa traducción colaborativa…

Mi hija trabajaba en Nueva York y me instó a que fuera a conocer una librería de “seis plantas” a donde felizmente llegué –meses más tarde– a los anaqueles de poesía. Allí me topé con una bella línea de un libro color violeta titulado Zodiaco negro (de Charles Wright) que abrí al apenas descender de la escalera mecánica: “How soon we come to road’s end”. Ese verso me marcó, había mucho de sangre en él, de río, de dolor, una enorme melancolía que páginas más adelante afloraría en imágenes de Morandi y de Cézanne. Meses más tarde contacté al autor y le hablé de mi interés por traducirlo. Constaté que él se encontraba traduciendo a Dino Campana; yo, a Alda Merini. Se dio así la conexión. Luego de un año de trabajo fui a verlo a Charlottesville, Virginia, para revisar juntos el libro. Esa noche habló con Bloom sobre mi trabajo y fue así que Bloom me sugirió asistir a Yale a sus seminarios sobre Shakespeare y sobre poesía norteamericana contemporánea. Asistí durante más de 6 años. Una semana sí y otra no. Bloom cambió mi manera de entender, no solo la poesía norteamericana sino mi visión de la tradición. En esos seminarios estudiamos a los poetas que más tarde formarían el libro La escuela de Wallace Stevens. Un perfil de la poesía norteamericana contemporánea. Los estudié desde sus orígenes más remotos.

3. Cuaderno de Chihuahua.

Nació de ese primer intento de hablar sobre los poetas que integrarían la antología. Pero en lugar de Stevens, me encontré escribiendo sobre por qué soy traductora, qué hay en mi raíz y cómo decir lo que soy: mi origen. Ya antes, en Todo antes de la noche, hay un intento de decir. Esto me pasó en el Museo de Pérgamo, en Berlín, cuando frente a mí aparecieron los leones azules de Babilonia. En los colegios se nos enseñaba etimologías griegas y latinas como única raíz de nuestra lengua. Pero cuando escucho vocablos como almuecín, albufera, aljibe, alfeñique… siento que algo se mueve en mi alma. Heráclito decía que el alma se mueve sola, yo creo que sola se mueve el alma cuando acompañada. ¿Qué es la compañía? Lo que W. S. Merwin llama “Present Company”: traer a presente lo que perdura. Cuaderno de Chihuahua busca traer a presente lo que quiero hacer perdurar. Paz tiene un fragmento memorable: “Poesía no es vida, es la transfiguración de la vida. No es vivir sino decir.”. Filosóficamente nos educamos bajo el concepto heideggeriano del nombrar el asombro, un ver como por primera vez las cosas. Estoy más de acuerdo con la mirada de Paz: poesía es decir.

4. March 10, NY;

Marzo 10, NY lo escribí en un vuelo de regreso de New Haven. Es esa idea de Stevens: “The major poetic idea in the world is and always has been the idea of God. The figures of the essential poets should be spiritual figures.” El libro lo empecé al enterarme por el noticiero de que Estados Unidos había bombardeado Bagdad. Era la destrucción de parte de la historia, estaban talando el árbol, de tajo, habían destruido desde la raíz. Llamé a una amiga de Laredo, Texas, (el presidente era George Bush), su respuesta me dejó helada: irían a la iglesia para “recibir la respuesta de Dios”. Wallace Stevens no encontró respuesta en la religión. Asumió la parte espiritual de la poesía, a través de un regreso a la naturaleza y a la parte de la naturaleza humana que nos acerca a la Idea de Dios. Uno de sus poemas más bellos, “On Mere Being” habla de un pájaro en la rama, que canta una canción exenta de sentimientos humanos. Esto –dice Stevens– no es lo que no hace felices o infelices: nuestra existencia consiste en imaginar la propia existencia, darle sentido a través de la mente, y de lo que hay en el filo de la mente (“On the Edge of Space”), pues luego se disuelve, como la Aurora Boreal. Esto quiere decir que hay que alimentarnos de la imaginación, llevarla al filo, al límite y dejarla como pájaro en la rama, desnuda de todo rastro que inhiba su entera libertad.

5. ¿Cómo se unen la editora, la traductora y la poeta en una sola persona?

Creo que se unen mal. La poeta y la traductora se llevan bien, con la editora solo hay un aspecto en donde puede haber una buena relación: en la misión de la editorial. Más del 80 % del fondo Vaso Roto Ediciones son traducciones. Por eso el fragmento del Empédocles de Hölderlin es nuestro lema. Y es que este romántico alemán pidió de forma como nadie ha hecho el oír los unos de los otros.

6. ¿Podrías comentar sobre este territorio de la traducción en México? ¿Qué ha hecho Vaso Roto en ese contexto y cuáles son las proyecciones de este editorial en México y fuera de México?

México tiene ya una tradición editorial larga y sólida, cuenta con grandes poetas, narradores y ensayistas y con un enorme apoyo de las universidades y de la Secretaría de Cultura. Lo que busca VRE en México y fuera de nuestro país, es dar a conocer voces que aún no han sido traducidas o publicar versiones nuevas de lo que ya conocemos y que requiere de una nueva versión, aunque, en el fondo, una buena traducción no la precisa. Traductores como Borges son insuperables.

7. ¿Cómo se encuentran y se separan esas lenguas que conoces en tu poesía? ¿Cómo creativamente lo haces tú o te gustaría hacerlo?

Entiendo la traducción como coito, dos lenguas que se unen, coito verbal, penetrándose una a la otra, abiertas, a la espera. Pensar en otra lengua toca regiones dormidas del cerebro. Soñamos distinto, pensamos distintos, escribimos distinto, tanto que en Leve sangre tengo poemas en italiano y versos en latín, soñados, tal como aparecen en San Agustín en el Libro XIII en donde habla de la madre. La madre es la lengua que nos habita.

8. ¿Cuándo un poema se convierte en un verdadero reto e imposible de traducir?

En lo personal creo que Yeats se quedará sin una buena traducción. Porque Yeats habla en música y la música es lo que no se puede alcanzar cuando se traslada de lenguas no romances. Tratar de medir en nuestra lengua lo que fue medido en otra es como hacer un endecasílabo de Shöenberg. Garcilaso traslada al castellano el endecasílabo, pero la música pertenece a la Italia de Dante. Shöenberg no lo sería sin esa nota de más. Alda Merini inicia un poema con un endecasílabo: “Sono nata il ventuno a primavera”, al traducirlo, no busco su métrica sino decirlo bien: “Nací el veintiuno en primavera”. Y esto se relaciona con algo que dijo Concepción Company en su discurso de cierre de la FIL en 2014, en la celebración de los 300 años de vida de la Real Academia: el uso del participio es una cuestión de temporalidad. Si lo tradujera tal como lo dice Alda, el verso quedaría: he nacido en lugar del pasado perfecto que usamos los americanos: nací.

9. ¿El hecho de ser poeta te da alguna licencia especial o mirada distinta para realizar una traducción óptima?

No, una licencia no. Si, sin embargo, una idea más certera de la tradición en la que estoy trabajando. En traducción no se traduce palabras; se traduce una tradición, y hay que conocerla. hay que cuidar lo que hay en las redes. Falta la sustancia, la pasta espiritual del lenguaje. Los lectores de poesía buscamos leer no un poema de un autor, sino acercarnos a toda su obra. Y eso es importante tomar en consideración: leer para encontrar lo que nos falta. En eso se parecen la poesía y el amor. Heart Crane habla del Puente de Brooklyn como la modernidad. Mientras que Paz dice: las palabras son puentes, y con esto él quiere decir comunión.

10. ¿Tienes algún ejemplo (poema) que hable o cuenta sobre ti como traductora directa o indirectamente y quieras compartir con nosotros?

Traducir es una forma de estar en el mundo. Una certeza de que no estamos solos, de que alguien más ha visto el mundo con tus ojos. Traducimos una pregunta sin respuesta, una frase que necesitábamos oír, unos ojos que nos miran, nos hablan, susurro de lo sagrado, el jeroglífico en la primera arcilla, el mamut en la caverna, la raya roja en la piedra. Eso es lo que venimos haciendo los traductores: caminar hacia atrás, como los muertos, linterna en mano, con un ojo vacío, esperando se llene de esa lágrima que toca el sueño de quien ve como por primera vez la luz. Yo tenía una tía, Jeannette, internada en el psiquiátrico a quien llevaban en camisa de fuerza a El Paso. Sus ojos se parecían a los de Alda Merini, en ambos había un vacío de amor. Traducir a Alda me enseñó a transitar la locura de Jeannette. ¿Qué más podría pedirle a la Poesía? Este es uno de sus poemas más bellos:

Los más bellos poemas
se escriben sobre las piedras
con las rodillas llagadas
y las mentes aguzadas por el misterio.
Los más bellos poemas se escriben
ante a un altar vacío,
asediados por emisarios
de la divina locura.
Así, loco criminal cual eres,
das tus versos a la humanidad,
los versos de la revuelta
y de las bíblicas profecías
y te sientes hermano de Jonás.
Pero a la Tierra Prometida
donde germinan manzanas de oro
y el árbol del conocimiento
Dios nunca descendió ni tampoco te maldijo.
Mas tú sí maldices
hora tras hora tu canto
porque desciendes al limbo
donde aspiras el ajenjo
de una sobrevivencia negada.

 

Poema de Jeannette L. Clariond

Mina 1004

Arder, yo vi a mi abuela arder.
Agosto. Chihuahua, 1963. Ella ardió,
su fuera y su dentro, ardió en la calle Mina 1004.
Vi a mi padre envolverla en una sábana, el colchón ardía;
las cortinas, la alfombra, su vestido
ennegrecieron. Todo lo recogió.
“No hagan ruido, su madre está cansada”.
Lo vi salir de luto esa tarde de agosto con su corbata negra.
La recogió. Ceniza y llanto recogió.

El humo de la abuela en el zaguán, las tías
sorbiendo, ásperos, los grumos del café.

Había que borrar lo oscuro que dolía,
disolver la sal, el llanto, abrazarse,
sofocar el temblor del viaje, escuchar
a Paul Anka, por ejemplo, a falta de pulso,
rayar el disco de 45 revoluciones por minuto.

Por instantes vivía, por instantes
todo fue púrpura: la mujer, el
cansancio, las frondas de los álamos. Después
el vidrio, el vidrio en el cedro,
el rostro quemado bajo el humo.

También mi madre ardió. En lágrimas su sonrisa apagada:
“Arréglame el pelo, me dijo, déjame salir
a ver si ya está seca la ropa”.

Tuve miedo. De que sus pasos lentos no volvieran, de la tersura
de la hoja, del sigiloso carcomer,
del reseco peso de la hiedra, ya sin muro, del
florero en la cocina, sin flores. De ese cuarto ciego con su muerte tuve miedo.
De mí misma y el filtrarse del viento
que se llevaba el polvo de los sicomoros.

Jeannette L. Clariond, poeta, ensayista y traductora mexicana. Entre sus libros de poesía figuran: Mujer dando la espalda, Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde (1991); Desierta memoria, Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta (1996); Todo antes de la noche, Premio de poesía Gonzalo Rojas (2001); Siete visiones, en coedición con Gonzalo Rojas; Astillada claridad; y March 10, NY; y en prosa, Cuaderno de Chihuahua. En colaboración con Harold Bloom publica La escuela de Wallace Stevens, un perfil de la poesía estadounidense contemporánea (2011). Ha recibido la beca Rockefeller Foundation-Conaculta por su traducción de Zodíaco negro, de Charles Wright. Recibe el Premio Juan de Mairena de la Universidad de Guadalajara (2014). Ha traducido a W.S. Merwin y Anne Carson (premiado con el Best Translation Latino Book Award) por Decreation y The School of Wallace Stevens. Ha traducido también a Primo Levi, a Alda Merini, a Carson McCullers, entre otros. Es directora y fundadora de Vaso Roto Ediciones desde 2003. Su obra ha sido traducida al inglés, francés, portugués, holandés, griego, rumano, italiano, búlgaro y árabe.

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